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domingo, 28 de agosto de 2016

El mundo está loco, loco, loco, loco

¿Qué une 'El quinteto de la muerte' (1955), de Alexander MacKendrick con 'El mundo está loco, loco, loco, loco' (It's a mad, mad, mad, mad world, 1963), de Stanley Kramer?. Ambas cuentan con guión del británico William Rose. Ambas se traman sobre el conflicto y la disputa entre unos personajes por la consecución de un dinero, un dinero sucio, ilegitimo, ya que proviene de la infracción de la ley mediante un robo, así como sobre qué medios son capaces utilizar para conseguirlo, incluso, como en el primer caso, el asesinato por la interferencia de cierta anciana dama. Rose ofreció el argumento a Stanley Kramer. En un principio, la acción transcurría en Escocia. Al interesarle a Kramer, la acción se trasladó a Estados Unidos. Kramer optó por reclutar buena parte de los más reputados cómicos del país, desde los más veteranos, como Milton Berle, a debutantes, como Jonathan Winters, y aquellos a los que no se lo planteó se ofrecían voluntariamente. Mackendrick, como en su previa , y también magnífica, 'El hombre del traje blanco' (1951), optó por tensar el absurdo en el territorio de una tira animada. Kramer conjugó de modo ejemplarmente armónico el slapstick y la screwball comedy, la comedia física y el forcejeo dialéctico entre los personajes, como una relación sentimental en perpetúa tensión (Kramer facilitó a los actores tanto un guión centrado en los diálogos como otro en el que se especificaban las acciones físicas).
Hay una diferencia, eso sí, remarcable. Una disfruta de una merecida reputación, como representante de una de las etapas más fructíferas de la comedia, la que propulsó la productora británica Ealing. Pero la de Kramer no tiene el necesario reconocimiento, aunque en el 2013 se realizara una oportuna restauración, que añadía 36 minutos que fueron cortados por el Estudio sin el consentimiento de Kramer. Aunque por desgracia parte de ese material quedó irremisiblemente dañado, así que como sucedió con la restauración de 'Ha nacido una estrella' (1954), de George Cukor, varias de esas secuencias sólo se han podido recuperar a base de foto fija (como una secuencia entre Tracy y Buster Keaton, cuando el primero llama al segundo para plantearle que ambos abandonen la ciudad en su barco; en otros casos, de imágenes de rodaje). También puede que no haya alcanzado esa reputación dentro del género porque no se le asocia precisamente a Kramer con la comedia sino con obras densas y graves 'con mensaje', caso de su célebre película anterior 'Vencedores o vencidos' (1961), o de previas como 'La hora final' (1959) o 'La herencia del viento' (1960), que se resentían, por otro lado, de un excesivo engolamiento de voz, que determinaba cierto espesor narrativo, pese a contar con un admirable elenco actoral.
En cambio, 'El mundo está loco, loco, loco, loco' se define por un vertiginoso dinamismo narrativo que no cesa ni en las más de tres horas de su versión extendida, y que corresponde al estado de febril posesión de aquellos que recorren cientos de kilómetros en pos de un dinero enterrado por un ladrón, Smiler (Jimmy Durante), tras que este lo comparta con ellos antes de morir. La causa de su muerte se debe a las heridas causadas por el accidente de su coche, cuando se sale de la carretera por su exceso de velocidad en una carretera de pronunciadas curvas en un agreste paisaje rocoso del sur de California. Esa velocidad poseerá a los pasajeros de los cuatro vehículos que se detienen para atenderles. Se convierten en agrestes piedras con el imparable objetivo de conseguir el dinero en un parque de Santa Rosita, en la frontera con México. El trayecto narrativo, una auténtica bala que no admite ni pausas en su frenesí, se sustenta sobre una modélica cohesión dramática entre sus diferentes líneas, correspondientes al trayecto de los diferentes competidores, que no son sólo los cuatro originarios, el dúo que compone el matrimonio Crump, Melville (Sid Caesar) y Monica (Edie Adams), y el de los dos amigos, Dingy (Mickey Rooney) y Benjy (Buddy Hackett), el camionero Pike (Jonathan Winters), y el trío que conforman el matrimonio Finch, Russell (Milton Berle) y Emmeline (Dorothy Provine), y la suegra de él, Mrs Marcus (Ethel Merman). Durante el trayecto se unirá como rival Otto (Phil Silvers), y se integrará el teniente coronel británico Algernon (Terry Thomas), cuya incorporación posibilitará otros fraccionamientos dentro del grupo que conforma ese trío, con lo cual hay un tramo narrativo en el que son seis las diferentes fracciones con sus correspondientes conflictos, sin olvidar la incorporación del hijo de Mrs Marcus, Sylvester (Dick Shawn).
Pero hay una última línea narrativa que ejerce de contraste, no sólo como contrapunto, porque corresponde al seguimiento de la policía de Santa Rosita (entre cuyos componentes hay grandes secundarios como William Demarest o Charles McGraw), sino porque quien lleva el caso, el capitán Culpeper (Spencer Tracy), contrasta con el resto por su reposada, y hasta cansada, forma de expresarse y manifestarse. Más allá de cuestiones de edad (y del estado de salud del actor, razón por la que sólo rodaba cuatro horas sus sietes días de rodaje), es el contrapunto de la decepción. Kramer consideraba la película una fábula sobre la codicia, y lo es de modo muy mordaz, en la forma que refleja el enajenamiento de los competidores, en los que abarca diferentes procedencias y extracciones sociales (un conjunto de cualquieras en todo el amplio espectro), pero también por ese contraste reflejado en el personaje de alguien como Culpeper que, de modo honesto, ha dado su vida a una dedicación laboral que no le ha recompensado como merece, y por añadidura, con unos conflictos familiares, con la hija como núcleo sismico, que desbordan su extenuación y hastío vital, lo que determina, por sentirse defraudado, que decida también unirse a la competición, y aprovecharse de la posición ventajosa de su cargo para quedarse con el botín enterrado bajo cuatro palmeras que conforman una W (What? Where?). Esa melancolía se logra filtrar en el vértigo narrativo gracias a la interpretación de Tracy, y a espléndidos momentos como su mirada de despedida cuando contempla por última vez la comisaría que representa toda una vida antes de dirigirse al lugar donde pretende arrebatar el dinero que desentierren los febriles competidores.
Entre los múltiples trances que narra la película sería difícil destacar uno. Son inspirados hasta los cameos, como los de Jack Benny, cuando se detiene para ofrecer su ayuda y su ofrecimiento es recibido con cajas destempladas por la estridente suegra, o Jerry Lewis, cuando arrolla con su coche el sombrero de fieltro de Culpeper, o Keaton, apropiándose de una escena conjunta con su portentoso dominio de la expresión corporal. En la copia restaurada se recupera una ingeniosa idea para el tránsito del intermedio: en negro se escucha la voz de los policías que relatan por radio la circunstancia de cada uno de los participantes, cuando en el meridiano del relato se encuentran en una desesperada situación crítica: el matrimonio Crump atrapado en el sótano un establecimiento cerrado ven cómo peligra su vida cuando se encienden por accidente unos fuegos articiales; Otto, después de ver guiado su coche por un niño entre intransitables caminos pedregosos acaba hundiéndose en un río; Dingy y Benjy no logran aterrizar el avión no precisamente ayudados por las indicaciones del coronel Wilberforce (Paul Ford); Sylvester en vez de atender la petición de su madre, la cual quiere que, por su cercanía, vaya a coger el dinero antes que nadie, sale en su búsqueda, en dirección contraria, encontrándose con que su hermana y su suegra van en un vehículo con el camionero Pike, y Russell con Algernon en otro, tras pelearse a puñetazos (memorable cuando golpean sus mutuos puños entre sí).
Es fantástica la sucesión de contrariedades que sufre Pike cuando Mrs Marcus le convence para que coja una bicicleta y así conseguir ayuda: primero ve cómo pasan en el vehículo de Algernon sin recogerle; después parece que Otto se detiene para socorrerle, pero tras compartir su propósito relacionado con el dinero, Otto le deja tirado: la culminación será la extraordinaria batalla campal en la gasolinera que concluye con el derrumbe del edificio. Todo el tramo final, la persecución de los competidores tras Culpeper y el desenlace en el que todos saldrán despedido de la descontrolada escalera mecánica de los bomberos (cual esquirlas de una explosión, la retenida durante todo el relato), es sencillamente antológica. Su guinda, el resbalón, por una piel de platano, del personaje más antipático de los concurrentes, Mrs Marcus, en la sala hospital en la que los hombres, incluidos los dos taxistas que también se unieron, cual contagiados por un virus, a la persecución, yacen enyesados. De piedra a yeso. Aunque la intención inicial era aún más mordaz. Se pretendía que participara Groucho Marx interpretando a un doctor, pero exigió más dinero del que estaban dispuesto a pagarle. Su frase, como cierre de la película, iba a ser: 'No crean lo que ven en la pantalla, porque el crimen no suele siempre pagar'. La fabulosa secuencia de los créditos iniciales, cortesía del gran Saul Bass, acompañada con la magnífica banda sonora de Ernest Gold.

3 comentarios:

  1. Mi enhorabuena por la crítica. Es una película escasamente estudiada y valorada cuando me parece una comedia excelente y espectacular (la escena del avión rompiendo el anuncio es digna de un film de James Bond). También porque revaloriza a los actores cómicos, tanto los protagonistas como los "invitados". Una fábula moral con unos monumentales títulos de crédito.
    Una pregunta: ¿Quién es el actor de color que conduce el camión que se va colina abajo? ¿Es algún cómico famoso en EE.UU.? su semblante es desternillante.

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    1. El actor que destacas es Nick Stewart, y no era particularmente famoso. Consiguió cierta notoriedad por cierta serie de los cincuenta, The Amos'n'Andy show

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  2. Gracias! Mi madre, que se vio con mi padre la película en cine, dice que es el único momento de la película que le hizo gracia.

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