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viernes, 13 de septiembre de 2013

El Cristo prohibido

 photo OIR_resizeraspx3_zps6b70143f.jpg 'Si eres tú quien sufre por ti, por tu hambre, por la miseria de tu familia, si te humillas y resignas, todo va bien. Serás un buen padre, un buen ciudadano. Pero si sufres por el hambre de los otros, por las miserias de los hijos de otros, por las humillaciones de otros, entonces eres un hombre peligroso, un enemigo de la sociedad'. Ese es el Cristo prohibido, el que se sacrifica por otros, el que se preocupa por los otros, el que se agita por las penurias de otros, no sólo por las propias. 'El Cristo prohibido' (Il Cristo proibito, 1951), es la única obra que dirigió el escritor Curzio Malaparte, autor también del guión y compositor de la banda sonora, quien demuestra un portentoso dominio de los movimientos de cámara, de la relación de las figuras con el espacio, y de la profundidad de campo. Es otra obra que abofetea, que lanza preguntas como filos, que arrastra dolores e indignaciones, los residuos hirvientes tras una guerra cuya suciedad aún empapaba a los supervivientes, a los que combatieron en el campo de batalla, o en el de la retaguardia. Espectros humillados y tristes. Los sufrimientos de entonces no generaron sino otros enfrentamientos, con otras triviales rivalidades, como si no existiera pasado,como si nada se hubiera aprendido.  photo OIR_resizeraspx5_zpsad03a8a8.jpg El hombre parece que no supera su condición primitiva, de mineral, como ese paisaje que rodea el pueblo donde transcurre la acción, un paisaje árido y accidentado, parecido, en condición y resonancias, al que rodea la mina donde trabaja el protagonista de la primera parte de la trilogía de 'La condición humana' (1959-61), de Masaki Kobayashi. Dos obras magistrales, y necesarias, incendios de belleza y de indignación. En 'El Cristo prohibido', Bruno (Raf Vallone) llega a su pueblo tras haber estado prisionero en un campo de concentración ruso. Vuelve con los dientes apretados, con ansia voraz de retribución. La sordidez de la guerra aún le impregna, pero aún más corroe sus entrañas el ácido de la venganza. Descubrir quién delató a su hermano, que sería fusilado por los alemanes. ¿Para qué se sacrificaron? ¿Por quiénes? ¿Para qué y por quiénes lucharon? ¿De qué sirvieron sus penalidades, sus muertes, si en la retaguardia, en el hogar, la raíz no dejaba de pudrirse? En ese ansia de venganza rebulle la frustración y la desolación por una ausencia, la ausencia de justicia. La guerra desprecia a los pobres, se divierte humillándolos, escupe Bruno. Los convierte en asesinos y desgraciados. Los pobres aún siguen clamando por conseguir las tierras que poseen los ricos, sigue con otras guerras.  photo OIR_resizeraspx4_zps1f0ea0e5.jpg La vida no parece sembrarse aún en ese paisaje árido, entre cruces de soldados extranjeros muertos, y fosas de cadáveres de italianos, pasados que palpitan como una vergüenza, sombras tapiadas que se prefieren ignorar. La mirada ardiente, ciega, de Bruno retorna porque no siente paz, porque la libertad es un páramo que no salva al hombre ni le hace sentir libre (porque vuelve de una guerra y no logra encontrar trabajo; se convierte en sombra errante, resentida), porque la justicia yace entre la sangre reseca de inocentes. Porque su sacrificio lo siente como un desperdicio, y reclama justicia. Bruno no ve más allá de su propio padecimiento, de su propia procesión. No atiende razones, ni a las de su madre (Rina Morelli), ni a los de Maria (Anna Maria Ferrero), a quien amó entonces como ella a él, pero su amor queda ensombrecido por el hecho de que ella, pensando que él había muerto, amó a su hermano.  photo OIR_resizeraspx2_zpsf049e003.jpg  photo OIR_resizeraspx7_zps422efbe4.jpg  photo OIR_resizeraspx6_zps4854e4da.jpg Ni a las de Nella (Elena Varzi), con quien palpita el quizá de lo que pudo ser, una niña, para él, entonces, o una chica de quince años, como musita ella con la mirada baja y las brasas de la desesperación; una niña a quien lanzó una piedra cuya huella es una cicatriz en la frente, con quien nunca bailó, y que le amaba, y a la que ahora intenta besar, pero ella aún no se ha desprendido del dolor de un pasado que sigue quemándola, una pesadumbre que aún impide sentirse viva, los sacrificios que fueron humillaciones, de lo que es residuo un hijo de alemán. Ambos pasean entre calles solitarias, entre el silencio de las piedras, procesiones y vistas en donde vibra la frondosidad, como si pasearan a la vez entre su pasado y un futuro posible, como si pasearan a la vez en diversos tiempos, antecedente de los paseos de los personajes de 'Te querré siempre' (1954), de Roberto Rosellini, o de 'La aventura' (1960), de Michelangelo Antonioni. Y Bruno, sobre todo, no escucha a Antonio (Alain Cuny, en un personaje, como contraste, encarnación del dolor de la integridad, antecedente del que interpretara en 'La dolce vita', 1959, de Federico Fellini).  photo OIR_resizeraspx_zps9338b5cb.jpg Antonio parece una figura de otra dimensión, de otra realidad, es la nobleza hecha cuerpo que aún clama por esa capacidad de sacrificio, de preocupación por los otros, desolación solitaria, a la que parece que pesa como una losa el dolor que siente por el mundo, solitario y firme como esa edificación de piedra en el árido y accidentado paisaje. Antonio no parece de este mundo. Si aprieta los puños no es por las mismas razones que Bruno. Son puños que bregan por abrir las miradas, por despertar a Bruno de su ceguera. Quien ansía venganza sólo se preocupa de su propio sufrimiento. Sólo ve sus llamas. Y convierte la sangre que derrama en otra colina pedregosa. A no ser que mire de frente el sacrificio de un Cristo prohibido.

3 comentarios:

  1. ¿cómo puedo hacer para ver esta película?

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    Respuestas
    1. Yo lo conseguí mediante vía pirata. Si no recuerdo mal, los subtítulos los encontré aparte.

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