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jueves, 28 de diciembre de 2023

Colorado Jim

 

Colorado Jim (The naked spur, 1953) es una de las cimas del western, y la tercera de las cinco fructíferas colaboración en el género de Anthony Mann con James Stewart (añádanse otras tres fuera del mismo). El admirable guion de Sam Roffe y Harold Jack Bloom dispone de aspectos que pueden asociarse con esas lides de estrategias y manipulaciones de algunas obras de Joseph L. Mankiewicz y hasta considerarse como una obra de cámara en un espacio de abierto, y de una intensidad comparable a las de Ingmar Bergman, con personajes enfrentados a su turbiedad (en un proceso que tiene mucho de proceso alquímico, de la roca de la emoción enquistada al agua de la emoción liberada). Mann, como pocos cineastas, integraba, y establecía, correspondencias entre espacio exterior e interior. Dos reveladores detalles se destacan, a través de una elocuente planificación, en las primeras imágenes de Colorado Jim, y definen tanto a un personaje, Kemp (James Stewart), como la carga de violencia siempre en el filo que tensará las relaciones entre los personajes, y por extensión, el relato. La cámara realiza expeditiva panorámica como una impetuosa sacudida, desde el frondoso paisaje a la espuela de Kemp, sobre la cual se sobreimpresiona el título original: The naked spur (la espuela desnuda). Aún sin presentar el rostro de Kemp, en un siguiente plano vemos descender de su caballo a Kemp, destacándose en el encuadre cómo desenfunda su pistola (con un gesto que tiene algo de subrepticio, de alguien que está en tensión al acecho). Ya vemos su rostro cuando, encañonándole, sorprende a Jesse (Millard Mitchell), un buscador de oro. Su actitud recelosa (en la que destaca una mirada febril, casi ávida de un encuentro, que es enfrentamiento, anhelado) proviene de que no sabe si Jesse tiene una posible relación con el hombre que busca, Ben (Robert Ryan), de quien enseña un pasquín, en el cual sustrae una información crucial cuando consigue que Jesse le ponga en una posible pista a cambio de unos dólares (hay una importante recompensa en juego). Detalle que sí advertirá (que al pasquín le falta una parte) Roy (Ralph Meeker), porque es alguien inclinado al retorcimiento y a la ocultación; es un militar degradado que se une a ellos cuando asedian a Ben apostado en lo alto de un risco.

El curso del relato es el itinerario de estos tres hombres entre bosques y espacios escarpados llevando a un hombre que representa la realización de una necesidad (una recompensa), cada uno cargando con una inclinación que es debilidad, o lo es para provecho de Ben, con las que jugará arteramente durante el trayecto para su propio beneficio. La de Jesse es la codicia, el dinero, ese que no ha conseguido durante veinte años de búsqueda de oro ( y que como señala, lo encontraba hasta aquel que borracho se caía de su caballo). Para Roy son las mujeres, o más bien su imperativo deseo depredador. De hecho, su degradación se debe a que ha ultrajado a una mujer india. Roy carece de cualquier escrúpulo, es capaz de dejar atrás a Kemp cuando esté haya sido herido, y no tendrá reparos en involucrar en un tiroteo a los demás cuando aviste a los indios de la tribu a la que pertenecía la mujer que ultrajó, y que le persiguen desde entonces (en vez de afrontarlos él sólo, lo que hubiera implicado asumir alguna responsabilidad, pero le mueve la conveniencia, y prefiere apoyarse, sin solicitar ayuda, en los otros, aunque implique riesgo de perder la vida para éstos: dispara sobre la espalda de uno de los indios cuando éstos se encuentran cara a cara de los otros). La de Kemp es su furia, su despecho. Fue abandonado por la mujer amaba. Tras volver de la guerra se encontró con que se había ido con otro hombre, y que había perdido su rancho (por eso ansía ese dinero, y por eso no había querido compartir la información de la recompensa).


Si el primer enfrentamiento, como he dicho, tiene lugar en un escarpado risco, el final tendrá lugar en otro, de nombre, precisamente, La espuela desnuda, y en el que la misma espuela será instrumento definitivo. Escarpado como las emociones en conflicto durante la narración, y frente a un río de tumultuosas aguas, como turbiamente tumultuosas son las emociones en lid. O poco ejemplares. Para fugarse, el artero Ben usa a otros (Lina) para que distraiga a Kemp, sabotea (como cuando afloja las correas del caballo de Kemp) o toca las teclas de debilidades de los otros (como consigue con la codicia de Jesse). Sólo un personaje parece ajeno a esas afiladas actitudes, el de Lina (Janet Leigh), que acompañaba a Ben (por ser hija de un amigo forajido de éste ya fallecido), un personaje escindido, entre su afecto por Ben y la atracción que va sintiendo hacia Kemp (que tiene su reflejo en una hermosa secuencia, aquella en la que hablan en la entrada de la cueva, junto a las latas llenas de agua por la lluvia, como un concierto musical, mientras en el interior Ben trama su fuga al mismo tiempo). El relato avanza a golpes de sacudidas, a veces contenidas, en otras de rasgante intensidad, como cuando Kemp despierta por unas pesadillas gritando el nombre de la mujer que le abandonó, y aturdido por la fiebre, ya que está herido, por un momento confunde a Lina con ella. Al final, Lina representará los restos de una conciencia perdida entre tantos intereses codiciosos, turbios. Si comenzaba la narración con la espalda de Kemp (de acuerdo a lo que cargaba y ocultaba), Mann encuadra la nuca de Kemp empecinado en su propósito cuando carga el cadáver de Ben sobre el caballo, y se vuelve, con agónica expresión desesperada, a Lina, para, al fin, asumir que debe enterrar su furia, desembarazarse de su pasado, un lastre de espuela desnuda, y construir un futuro conciliado con otra mujer.

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