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miércoles, 6 de diciembre de 2023

Más allá de Río Grande

 

Robert Parrish leyó la novela The wonderful country y preguntó a su autor, Tom Lea, si podría dirigirla. Lea aceptó, asumiendo que solo cobraría por una breve aparición, en un plano, como barbero. Robert Ardray se encargaría de realizar la adaptación, con sustanciales variaciones. Parrish propuso el papel protagonista a Henry Fonda y luego a Gregory Peck, que lo rechazaron. Quien acabó interpretándolo fue Robert Mitchum, quien había mostrado tanto interés en que así fuera que se decidió a llevarla a cabo con su productora, D.R.M Productions. Brady (Robert Mitchum), el protagonista de Más allá de Rio Grande (The wonderful country, 1959), es un hombre que fluctúa entre dos orillas, no sólo entre las físicas de México y Estados Unidos, sino entre las de las sombras de su pasado y un presente incierto, entre sentirse estadounidense y su rechazo a los hombres blancos. Su identidad es la de un extraño renegado, la del que en sus entrañas late el lamento por un desarraigo. Hay quien le grita que no pertenece a ningún lado. Sus señas, de las que no se desembaraza, son un sombrero mejicano y su caballo de pura raza andaluza, de nombre Lágrimas. En la secuencia inicial Brady cruza la orilla del río hacia Estados Unidos, como pistolero a sueldo de caciques mejicanos, transportando mercancía, léase monedas camufladas, para cambiarla por armas. Es una identidad alquilada. En la secuencia final la vuelve a cruzar, tras haber lidiado a ambas orillas, sin su sombrero y sin su caballo (e incluso sin armas): Como si fuera un espacio en blanco.

En la primera secuencia resalta uno de los secuaces que le recibe, de torva mirada, con una cicatriz que surca su rostro. Con este personaje, en sus fugaces encuentros siempre hay un siniestro intercambio de miradas, y es con quien se enfrenta en la secuencia final, como si fuera el símbolo de su propio desencuentro, de su descreimiento que es extravío por la perdida de raíces (detalle: no vemos sus ojos cuando encuadra su cadáver). En un hombre que tiene un pie en cada orilla resulta irónico que en su llegada inicial al pueblo caiga de su caballo y se rompa una pierna, lo que implicará dos meses de recuperación. De repente, se encuentra en la tesitura de establecer relaciones. A este respecto hay que señalar la presencia de un personaje, inmigrante, Ludwig (Max Sleten), cuya candidez será decisiva para que vaya aligerándose de su coraza defensiva, como no deja de tener gracia que cuando el doctor Stovall (Charles McGraw) le compre ropa nueva, él se afirme manteniendo su sombrero mejicano. Incluso se sentirá atraído por una mujer, Ellen (Julie London), esposa del oficial al mando de las tropas, Colton (Gary Merrill), con quien existe una notoria distancia. A Ellen, de modo directo, que colinda con la rudeza, expone, para remarcar que no quiere complicarse con ella la vida, que ambos, como se han expresado a través de sus miradas, son conscientes de que se atraen, maneras que suscitan la perplejidad e indignación de ella. Brady no sabe de filtros ni de vaselinas. Más aún, la reacción de Ellen es más airada porque sufre las maledicencias por su pasado, por sus relaciones extramatrimoniales en otras ciudades, que reconoce ciertas.

El capitán de los rangers, Rucker (Albert Dekker) intuirá que Brady tuvo que ver con la muerte de quien asesinó al padre de Brady ( y razón de su exilio y descreimiento). La agitación de su rostro lo delata, como será elocuente el impetuoso travelling hacia su rostro, en otro vitriólico giro del destino o azar, cuando dispare contra el hombre que tanto ponía en entredicho el pasado de Ellen como había golpeado, mortalmente, a Ludwig. Brady no espera que le comprendan, y vuelve a huir, como hizo en el pasado, a tierras mejicanas. Si en las norteamericanas hay otras orillas, como las que hay entre Ellen y Colton, en Méjico las hay entre los dos hermanos que intentan dominar el país, Cipriano (Pedro Armendariz) y el general (Victor Manuel Mendoza), para los que trabaja Brady, pero que están enfrentados entre ellos. Sea cual sea la orilla está rebosante de orillas interiores que separan a sus habitantes por un motivo u otro. Convengamos en que el hecho de que el título original sea The wonderful country (El maravilloso país) posee más bien unas cáusticas implicaciones en este melancólico y bello western que no se suele citar en las antologías del western, pero bien merece ser considerado entre los grandes de la década prodigiosa del género. Un viaje interior, narrado con un sutil poso melancólico, de un personaje que ha perdido sus raíces y las encuentra tras sumergirse en el corazón de las tinieblas que está en ambas orillas.

1 comentario:

  1. Solo me queda abundar en el perceptivo texto de Alexander Zárate.
    Estamos ante un western de atípica naturaleza, árido, oscuro, recorrido por la tristeza desde el comienzo hasta su desenlace, con un personaje central (espléndido Robert Mitchum) despla­zado y errático, debatiéndose, sin lograr encontrar su lugar, en un tenebroso limbo cruzado por un río. Uno de los trabajos más sólidos e inspirados del desigual Robert Parrish que, por cierto, tuvo serias desavenencias con la productora durante el rodaje y en la fase de montaje, sin lograr conseguir plenamente la película que deseaban tanto él como Mitchum (que figuraba como productor ejecutivo).

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