Guy Bennett (Rupert Everett) es un joven estudiante cuyas
aspiraciones son las de alcanzar la posición más distinguida que ofrece el
sistema o escenario social, en concreto, la Universidad de Cambridge en la
década de los 30. Aspira a ser, en el último año, uno de los dos Dioses, uno de
los dos principales prefectos estudiantes. Pero su naturaleza dispone de una
inclinación que no es bien vista (o no encaja en la mascarada legitimada del
escenario social), es homosexual. Aunque numerosos jóvenes disfruten de esa práctica
como placer recreativo, no es una cualidad distintiva para el gobierno de las
apariencias, basamento fundamental de ese sistema (social, educativo). De
hecho, es castigada, como se expone en las primeras secuencias, cuando un
profesor sorprende a dos alumnos masturbándose mutuamente. Las consecuencias de
su exposición (al sumidero de la vergüenza pública) pueden ser tan funestas que
uno de los dos alumnos opta por el suicidio. En suma, Guy quiere ser parte
integrante e incluso detentar una de las posiciones más privilegiadas de un
sistema que no aceptaría una vertiente de su naturaleza si se hiciera pública. A
diferencia de Guy, su amigo Judd (Colin Firth) rechaza el sistema del que es
parte. Se declara marxista y comunista. Cuestiona la estructura de clase de un
sistema que se regenera con la integración de los vástagos como futuros
progenitores que recrearán el mismo sistema. Una estructura de clase que define
a una sociedad piramidal, con posiciones jerárquicas escalonadas que prioriza y
fomenta la imposición, de la misma forma que categoriza en términos de lo que
es digno o indigno; como en el estamento militar, degrada a quien comente una
infracción, y la homosexualidad lo es.
Las consecuencias de la degradación que sufrirá Guy, cuando sea expuesta
y castigada su práctica homosexual, determinará su reenfoque sobre la sociedad
de la que es parte. Tomará consciencia de que su país no es ese sino otro.
Otro país (Another country, 1984), de Marek Kanievska, se basa en una obra teatral de Julian Philips que adapta él mismo. Guy Bennett se inspira en Guy Burgess, que sería conocido más adelante como uno de los Cinco del Círculo de espías de Cambridge (The Cambridge spy ring), junto a Donald MacLean, Kim Philby, Anthony Blunt y John Cairncross. Durante las décadas en las que cada uno ocupó un cargo en algunos departamentos gubernamentales, enviaron abundante información a los rusos (tanta que estos incluso dudaban de su fiabilidad). Bennett y McLean serían los primeros que evidenciarían sus filiaciones cuando decidieron abandonar Gran Bretaña en 1951 para asentarse en la Unión Soviética. Philby lo haría en 1963, lo que propiciaría las confesiones de Blunt y Cairncross, aunque su implicación no se desvelaría hasta 1979 y 1990, respectivamente. El hecho de que no fueran detectados durante tantos años determinó que se deteriora considerablemente el aprecio y respeto de los servicios secretos estadounidenses con respecto a los británicos. Su eco puede rastrearse en La sombra del delator (The whistle blower, 1986), de Simon Langton, adaptación de una novela de Alan Hall publicada en 1984, en la que los servicios secretos ordenan los crímenes de varios peones dentro de la organización, como estrategia de distracción y camuflaje para ocultar el hecho de que un importante mandatario, un sir, ha ejercido de espía durante décadas.
Ya se había realizado una producción televisiva un año antes, An englishman abroad (1983), de John Schlensiger, con Alan Bates como Bennett en 1956. En Otro país, la narración se inicia con Guy Bennett, avejentado, ya en la década de los ochenta, asentado en otro país, la Unión Soviética. Relata a una joven periodista británica el momento determinante en que su concepción de la realidad y de la vida fue modificada. Ya queda también insinuado, por una fotografía en una repisa, cómo, a la vez, también fue aquel el tiempo en que conoció a quien considera aún el amor de su vida, Harcourt (Cary Elwes). Las ilusiones deterioradas por la decepción, por la degradación infligida por un sistema corrompido por su miseria intrínseca. No solo ese amor contrasta con una inflexible estructuración de clases que posibilita tanto las conveniencias (y los correspondientes intercambios de intereses) como la satisfacción de las fobias o enemistades personales si se dispone de la posición adecuada en el sistema que propicie la maniobra beneficiosa. En cuanto Fowler, un aspirante a prefecto que desprecia a Bennet, intercepta una nota que este envía a Harcourt por medio de un joven estudiante de un curso inferior, sabe que será una manera de frustrar sus aspiraciones. Dispone de la prueba adecuada que no puede ser negada (aunque otros prefectos hayan disfrutado durante esos años del placer del sexo con Guy; lo que no se puede probar no existe; esa es la doblez del escenario social). No importan los méritos personales. Si a alguien se sorprende efectuando una infracción, como una relación homosexual, considerada ilícita aunque sea gozada por muchos, quedará marginado o relegado en el sistema. Bennett no podrá aspirar a ser un dios en el sistema educativo de Cambridge, aunque previamente hubiera conseguido convencer a su amigo Judd de que aceptara el puesto de prefecto, por él, y por evitar que Fowler fuera el prefecto, pese a que Judd no cree en ese sistema ni en esos supuestos privilegios de posiciones jerárquicas (que individuos como Fowler utilizan para el abuso y la satisfacción personal). Judd es flexible porque prioriza su amistad. Su integridad es de tal calibre que subordina sus convicciones por razones empáticas. Y su integridad, su singularidad irredenta, su cuestionamiento de lo que la mayor parte de los estudiantes acepta, encaja y reproduce como lo que debe ser (aunque suponga insatisfacciones cuando ocupas una posición inferior) será el reflejo que ejercerá de determinante influencia para que Bennett modifique su forma de habitar la realidad, de percibirla y concebirla. Figuradamente, su residencia será otra. Literalmente, será otro país. Cuando le pregunte la entrevistadora qué es lo que echa de menos de Inglaterra, irónicamente dirá que el cricket, un reglamento intrincado que al menos puede disfrutarse como un juego sin las funestas consecuencias que depara la infracción de los reglamentos de la sociedad de la que es emblema.
En 1987, a Kanievska le propondrán dirigir Golpe al sueño americano (Less tan zero), adaptación de la exitosa novela de Brett Easton Ellis, publicada dos años antes. Es el cuestionamiento de otro sistema, el estadounidense, también centrado en tres jóvenes de clase alta, privilegiada económicamente, que acaban de graduarse. Narra sus primeros pasos, o su colisión, cuando intentan definir su lugar en la vida con sus propios proyectos, en especial en la deriva del personaje que encarna Robert Downey jr, cuyo desajuste se agudiza a medida que progresa la narración: todos sus proyectos de iniciativas empresariales se ven dificultados, en primer lugar por la falta de apoyo familiar cuando se encuentra en una crítica situación de deuda con un traficante de drogas. De nuevo, las apariencias son el bastión fundamental. Desafortunadamente, Kanievska no pudo controlar el montaje. Si ya se había suavizado el planteamiento previamente, con los diferentes guiones que se habían encargado, aún lo sería más en el proceso de montaje, con el añadido de que la productora, dada la reacción del público entre 15 y 22 años, en un pase previo, que consideraban al personaje más interesante, el de Downey jr, desagradable, decidió buscar el modo de suavizar ese efecto, así como amplificar la carencia de aristas del ídolo las adolescentes, Andrew McCarthy. Si los dos protagonistas masculinos de Otro país están admirablemente perfilados, así como su entorno, en Golpe al sueño americano, queda más bien diluido el contrapunto del personaje encarnado por McCarthy (más allá de que la novela careciera de un protagonismo tan concreto, y más bien fuera coral). El resultado resulta por tanto irregular. Pero quedan apuntados cuestionamientos no carentes de vitriolo a otro sistema social sustentado también en la estructura de clases y la detentación de privilegios, y sus correspondientes hipocresías, dobleces y sombras turbias (el reflejo de los negocios ilegales con respecto a los legales). Quizá la frustración con el resultado de Golpe al sueño americano fuera determinante para que Kanievska tardara trece años en dirigir otra película, irónicamente titulada Dónde esté el dinero (Where the money is, 2000), en la que Paul Newman encarna a un veterano ladrón de bancos ingresado tras sufrir aparentemente un infarto.
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