El empleo (Il
posto, 1961), de Ermanno Olmi, es el relato del trayecto desde la ilusión de
acontecimiento, que embriaga con los posibles la irrupción en el mundo adulto,
sea con el primer empleo laboral o sea con la primera fascinación sentimental,
a la asunción de un futuro que será
condena a una dilatada realidad inmóvil y una exposición al reverso de lo
posible, la decepción. Domenico (Sandro Panseri) es un adolescente que pugna
junto a numerosos aspirantes, mediante la superación de diversas pruebas, por
conseguir su primer puesto de trabajo en una empresa, su particular parcela en
el mundo adulto. Toda una odisea de variopintas pruebas cargada de tensión cuya
consecución, tras superar un primer peldaño como mensajero uniformado, implicará
asumir, como un administrativo más, que el próximo movimiento, de una mesa a
otra, espejismo de avance, quizá tarde veinte años. La consecución de su
particular parcela o casilla es también la de su particular celda. El sonido
del reloj se distorsiona sobre un primer plano de su rostro cuando toma
consciencia de que su horizonte es encierro. El logro se torna perspectiva de
atasco. Ha pasado de la niñez al mundo adulto para encajar en una cinta
corredera que le lleva sin variación ya alguna hasta su vejez. El principio era
ya el fin. Y la primera chica que le gusta, a la que le cuesta incluso
preguntar su nombre, no acudirá a la fiesta de la empresa, una ausencia cuyo
motivo ignora, si es por causas ajenas a su voluntad o refleja su falta de
interés. Pero ya lidia por primera vez con la decepción, quizá meramente provisional,
o quizá anticipo de lo que no podrá ser. En el escenario laboral lo posible es
extraído, ya prefijado su futuro, mientras que en el sentimental se torna
vértigo.
Ermmano Olmi realizó un extraordinario documental sobre Milán para la serie Capitales culturales de Europa (1983). El empleo no será un documental, pero puede parecerlo, a la vez que es un relato que parece brotar de los ojos de Domenico, de su forma de mirar un mundo que comienza a descubrir. En El empleo, que también transcurre en Milan, la ciudad es Domenico. Una vida en proceso de construcción, que también determina derruir, dejar atrás comportamientos, actitudes, como refleja la secuencia inicial de su despertar, en la que, aún en la cama encoge los morros para reprochar a su hermano que haya cogido una correa suya para sujetar los libros, exigiéndole que se la devuelva, pero es reprendido por su madre ya que él ya no necesita esa correa, porque va a empezar a trabajar. Ya no es un niño. Su mirada se abre, ojos como platos que reciben al mundo, cuando se dirige a la ciudad para su primera entrevista de trabajo, o cuando observa a los otros aspirantes, otros y a la vez él mismo. Esa apertura e incursión también implica la irrupción de otro acontecimiento, de otro mundo, cuando se queda cautivado por Antonietta, que se hace llamar Magali (Loretta Decco), quien también aspira a un puesto de trabajo en la misma empresa. Olmi matiza con aguda delicadeza el proceso de acercamiento, de gesta de complicidad, con un café compartido, en el que indeciso duda si coger la cucharilla que se le ha caído, con la espera caballerosa a que llegue el tranvía de Magali, con la nerviosa expectativa de ver si también a ella la han contratado, y entra por la puerta de la sala de espera en la oficina, o con la mirada que mira atrás, cuando le llevan a su departamento en otro edificio anexo, como si temiera que ya no se vieran más. La ciudad de Domenico se expande y erige nuevas construcciones, algunas elevadas como Antonietta.
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