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domingo, 28 de junio de 2020
Vestida de corto (Nórdica libros), de Marie Gauthier
Felix pensó que podría vivir bajo el nuevo techo, sentirse a gusto en aquella casa extraña, olvidar la suya, olvidar a sus padres. Sería una visita sin identidad, procedente de ninguna parte y con una bolsa y un papel en el bolsillo como único pasaje. Aprovecharía el hecho de no tener ya pasado alguno. Su vida comenzaría a partir de ahora. Quería salir de la infancia, alejarse de aquellos a quienes había conocido hasta entonces, deshacer los vínculos. Cuando la vida es un territorio desconocido, cuando tu mirada se reinicia como si nada fuera familiar. Félix tiene catorce años, es un cuerpo y una mirada que se zambulle en la realidad como si fuera un elemento ignoto por descubrir, experimentar, nombrar. Una suma de interrogantes con las que asombrarse y discernir. ¿Qué es la realidad? ¿Los contornos estipulados o marcados en un mapa por unas coordenadas que se supone referencia? Siempre había sabido imitar a los adultos, hacer lo que esperaban de él. Pero nadie le había dicho nunca a dónde conduciría todo aquello. Félix viaja a un entorno que no conoce, para realizar un trabajo físico, extenuante. La realidad es una miríada de posibilidades pero también un hueco oscuro que no se sabe qué puede deparar. El asombro puede convivir con lo terrible, lo posible está impregnado de la promesa de lo pletórico como de la desolación. En el techo había una marca de sangre de un color desvaído por el tiempo, justo encima de la cabeza de Félix. Ahí es donde viven los fantasmas, donde lucha cada noche a lamparazos de petróleo. Félix dormía contra ese vacío, sin saber lo que había dentro.
En ese entorno destaca una figura, Gil, de deciseis años, la hija de su jefe. Tenía una manera muy suya de moverse, recta y agil a un tiempo, pero con algo más que latía ahí, enmarañado. Esa pantalla fascinante como enmarañada se convierte en cuerpo y representación de su inmersión en la intrincada materia de la realidad. La pantalla también dispone de voz, su perspectiva se alterna con la de Félix. Es un cuerpo que se gesta, que explora y se explora, que se abre para fundirse con la materia de la realidad. Su exuberancia no quiere saber de límites sino de exploraciones y se despliega como un elemento más de la naturaleza que conecta con otros cuerpos, con la multiplicidad de sensaciones que puede deparar la vivencia del deseo. Como si pudiera llegar a cualquier sitio, como si para ella no hubiera fronteras. Es un cuerpo que abre fronteras, porque para ella no existen, y es a la vez centro, no solo para Félix. Gil era como un imán. Fácil de encontrar. Era el centro del pueblo, el centro de todo. La narración de Vestida de corto (Nórdica libros), de Marie Gauthier, ganadora del Premio Goncourt a la mejor primera novela 2019, se define por su fluencia impresionista, por su sensorialidad, es una escritura que se escancia desde la inmersión en las vivencias. Es una narración que se despliega desde dentro, como si fuéramos parte de las corrientes y mareas de las sensaciones y emociones. Gil se enfrenta al tiempo, a su condición de cuerpo y presencia que progresa y se deteriora, que crece y espera, que ansía y se tropieza y tiembla. Es materia en el tiempo. De repente, sentía unas enormes ganas de envejecer, de que llegara la mañana, el mediodía, las cinco de la tarde, cuando la luz estaba en su cenit. Nunca hasta entonces se había bañado de ese modo en sudor, todos los días, retorciéndose bajo el sol durante horas. Con la ropa pegajosa, el pelo empapado y la nuca chorreando. Lo aceptaba, así lo quería, en la carretera se dejaba hacer. El tiempo pasado, los días de trabajo, los días de sol.
Gil, sobre todo, se confronta con la vida como suma de interrogantes que no sabes dónde esconde las restas. Pero, en el fondo, ¿qué conocía de aquella chica misteriosa, con una doble vida, la escuela y los autobuses escolares, pero también los senderos, los taludes, las habitaciones de hotel? Aquel cuerpo que parece una línea recta a la vez que una maraña se revela como el núcleo y la exuberancia que se desparrama, una paradoja que resulta difícil perfilar, así como fácil desear sumergirse en su movimiento desbordante. Es el sueño de una vida sin contornos. Félix no sabía dónde se localizaba el deseo en esa criatura. Cuáles eran sus parámetros de clasificación. ¿O era todo un gran desorden? Intentaba levantar los velos y tocar la esencia. Dejaba de lado a los hombres y trataba de encontrar la carne bajo la blusa. Quería conocer su sabor, el extremo donde podría tomarla. Pero la ligereza de Gil siempre acababa inquietándolo. La falta de contornos abre hendiduras, sobre todo las de los límites que angostan. Son múltiples las direcciones que insinúa la vida, las coordenadas rebotan entre los reflejos y los imprevistos de toda singladura. Lo pasajero puede ser pletórico aunque la ilusión sueñe con lo duradero. Gil le había salido al paso como una vela, y se había alejado como una marejada. Es imposible apoderarse de las olas. Nunca se dejan atrapar. Lo único posible es sumergirse en ellas.
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