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domingo, 29 de mayo de 2016
Pelham 1,2,3
No sabes cuál puede ser el imprevisto que desajuste el tráfico de tus planes, el tráfico de un sistema, como el secuestro de un vagón metro que desajusta las rutinas establecidas, como si un agujero brotara en los subterráneos de la ciudad. Puede ser un mero resfriado que provoque unos estornudos que faciliten que te reconozcan como uno de los cuatro secuestradores. Puede ser un carrito de helado que se interponga y provoque que se estrelle el coche policial que se conduce a toda velocidad por las calles de Nueva York cuando tiene que llegar a su destino en un escaso tiempo limitado para entregar el dinero que han pedido los secuestradores, porque si no lo entregan a tiempo matarán a uno de los diecisiete rehenes cada minuto que pase. Puede ser el dedo demasiado tenso de un francotirador, uno de los que están apostados en el túnel frente al vagón de metro, un disparo no ordenado ni previsto que provocará que los secuestradores decidan matar a uno de los rehenes como respuesta. Puede ser un policía de incógnito que, casualidades de la vida, esté entre los 17 rehenes del vagón, el cual decida saltar tras los secuestradores cuando estos realicen su fuga, una fuga que también juega con las apariencias, con el engaño, ya que simularán que el tren sigue su recorrido, usando una palanca que presione el acelerador, mientras ellos ya se han bajado del mismo para huir por otra salida. Un policía de incógnito que abatirá a uno de los secuestradores, y provocará que el otro retrase lo suficiente su huida para que sea sorprendido por quien precisamente había sido la voz representante de la ley con la que se comunicaba desde el vagón. Los cuerpos se encuentran y el cortocircuito se produce: el infractor decide autoinmolarse electrocutándose.
'Pelham 1,2,3' (The taking of Pelham, 1974), de Joseph Sargent, es una impecable dinamo que arranca en los títulos de crédito, acompasado a los acordes de la extraordinaria banda sonora de David Shire, y no desfallece en su vibrante recorrido. Sus pinceladas son escuetas y precisas. Los cuatro secuestradores se identifican con nombres de colores (de lo que tomará cumplida nota Quentin Tarantino para 'Reservoir dogs'), como porta cada uno su sombrero de fieltro, sus gafas o su bigote postizo, reflejos de la minuciosa planificación, sostenida sobre la simulación (podría ser uno de los criminales de algún episodio de 'Banacek' o 'Columbo'). Mr Brown es un cumplidor profesional del crimen, Mr Grey (Héctor Elizondo), un imprevisible brote de impulsos violentos que fue expulsado de una organización mafiosa, por eso una posible amenaza para el mismo propósito del grupo, Mr Green (Martin Balsam) un conductor de metro que fue despedido por connivencias con traficantes de droga, y Mr Blue (Robert Shaw), la imperturbable mente planificadora, un mercenario británico que entre guerras decide dar un golpe que trastorne el tráfico del orden en medio de la ensimismada civilización occidental.
En el otro lado del cuadrilátero, hay también variedad de competencia o rigor, o comportamiento emocional. La aguda y templada observación del teniente Garber (Walter Matthau), deduce que debe haber entre los cuatro alguien que sabe conducir un tren y tiene los suficientes reflejos para encontrar el argumento que contrarreste el imprevisto del accidente del coche policial que traía el dinero para evitar que maten algún rehén (aunque luego un nervioso gatillo fácil desarticule su logro), mientras lidia con las intemperancias ciegas de algún compañero que no quiere transigir con los secuestradores aunque peligre la vida de 17 rehenes. Por otro lado, en las bambalinas de los representantes del poder, dirigidos por un particularmente incompetente alcalde griposo, se dirime cuán conveniente o no es pagar el millón de dolares exigido, sin que la vida de los rehenes sea el argumento primordial sino más bien la imagen positiva cara a los votantes. Robert Shaw se apropia del escenario dramático, como un año después lo hará en otra impecable dinamo narrativa, 'Tiburón' (1975), de Steven Spielberg, quien fue considerado para dirigir esta película, muy superior a la atropellada nueva versión que rodará Tony Scott en el 2009. Eso sí, memorable resulta la expresión del gran Matthau en el plano final tras sorprender la última fisura en el sistema planificado, precisamente quien fue conductor de trenes, un delator estornudo. Y es que la realidad no siempre se puede conducir como quisiéramos.
Excelsa banda sonora, de raigambre jazzistica, de David Shire, considerada por diversos expertos entre las más destacadas bandas sonoras de la Historia del cine. Sin duda, no se lo voy a discutir. Sublime, su tema principal, con que el que arranca la narración
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Gran crítica a una excelente película, aunque no comparto la opinión sobre el remake. Creo que el film de Tony Scott es inferior pero más que digno, especialmente en la descripción de los "buenos", con un Washington colosal.
ResponderEliminarMe gustó el detalle de guión que dotaba de más sombras al personaje de Washington, que sí está espléndido como suele ser habitual, pero el estilo de Scott resulta cargante. Hay ocasiones en que no logra atropellar del todo la narración (Deja vu, Enemigo público), pero aquí se me indigestó.
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