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jueves, 11 de junio de 2020

El año pasado en Marienbad

Dos estatuas coronan la balaustrada que da al jardín de perspectivas euclidianas (aparentemente, ¿o no es todo engañoso e incierto en su apariencia diáfana, un espejismo de perspectiva?) ¿Qué representan esas estatuas? ¿Quiénes son? ¿Está el hombre intentando, con el gesto de su brazo derecho, proteger a la mujer que está detrás suyo, a su izquierda, para que no avance? ¿O ella alarga su brazo izquierdo, y apoya el otro en el hombro del hombre, porque ha vislumbrado algo relevante que señala para que él lo advierta? ¿O quizás ambas interpretaciones sean posibles y no se contradicen? Tu olvido, y mi recuerdo, quizá son parte de una misma perspectiva. Pero, ¿de quién es la voz que evoca, de dónde surge?. Esa voz nos introduce en un espacio, en el de una mansión, una voz que se enrosca en ese espacio, entre sus estucos, ornamentos, techados, escaleras y corredores, una voz que va y viene, como las mismas palabras, como si cada vez que se repiten fuera un reintento por habitar ese espacio, alumbrarle, darle cuerpo, darle cuerda, poner en funcionamiento la función, la vida. ¿De quién es la voz?. En el principio el espacio, aunque un espacio no es lo mismo que un decorado, lo mismo que un plano a escala no es lo mismo que un jardín, ni es lo mismo un escenario que la realidad. O quizá sí. Depende del enfoque y la perspectiva o de cómo se complementen los ángulos. El espacio parece que se anima, o quizá sea mejor decir que hacen acto de aparición los cuerpos, unas figuras inmóviles, como maniquíes o estatuas, alguna de las cuáles está separada, como una figura femenina inmóvil con un fondo escénico distinto, o una figura masculina que mira incluso hacia cámara. Unos presencian y escuchan una representación teatral en uno de los salones de esa mansión. En un escenario se encuentran esa mujer, y el hombre, a quien pertenecía la voz que escuchábamos.
Pero ¿es así? las figuras se reaniman, aunque más bien como si sufrieran espasmos, ya que quedan por un instante congelados en sus gestos, como si la voz, que reaparece, intentara dotar a sus recuerdos, sus pensamientos, de unos rostros, serpenteando entre los asistentes. Las figuras van y vienen, se animan y se detienen, las palabras, también, captadas al vuelo, a veces parece que repetidas aunque las figuras sean distintas. Incluso cuando algún cuerpo realiza un ademán o movimiento puede variar el espacio y el plano entre su inicio y su conclusión. Ya la cuestión no es de quién es la voz, sino a quién pertenece la mente en la que nos desplazamos entre sus compartimentos. Parece como si se estuviera sintonizando la memoria, buscando el cuerpo que le corresponde al recuerdo y al deseo y a la idea. La cámara como si fuera la propia memoria tantea, serpentea, no se centra, hasta que dos figuras, dos actores, dos cuerpos, dos voces, destacan en esa danza, hecha de inmovilidad y exploración, una mujer (Delphine Seyrig) y un hombre (Giorgio Albertazzi). ¿Qué les une? ¿Se conocieron el año pasado en Marienbad? ¿O era en otro sitio? ¿Recuerdan lo mismo? ¿Quieren ambos recordar o hay quien prefiere recordar y quien prefiere olvidar? Quizá sea un sueño en el que Orfeo intenta hacerle recordar a Euridice lo que siente, o que también siente lo mismo que él.
Nada parece fijarse, la memoria, y la emoción, se escurre entre las voces, como la cámara entre los espacios. La voz del hombre evoca, pero la imagen contradice lo que dice, la voz dice ella se tumbó, pero la imagen disiente, ella serpentea entre las paredes. La imagen a veces se paraliza. En otras se contrae en espasmos que son flashes. Por un momento, ella parece el negativo perfilado cual estatua en el espacio de una pared. En ocasiones los raccords entre planos se alteran, y los espacios y el vestuario no son los mismos, aunque los movimientos de ambos prosigan en su andar, que quizás es deambular, buscarse, una lidia entre sus recuerdos y olvidos y voluntades. Espectros buscando su sintonización, quizás desprenderse de la máscara de su papel en la obra que han compartido, ¿qué hay de drama y representación en lo vivido y, aún más, en lo recordado? Quizás no sean sino actores en el escenario de la pugna de sus sentimientos. Quizás son como esas dos estatuas. ¿Ambas voces se complementan en sus recuerdos, olvidos y confusiones, aunque se contradigan, forcejeen o se nieguen?¿O ella es el reflejo con el que él forcejea en los velos de su mente, de ahí que la primera vez que compartan mirada y encuadre ella sea reflejo en el espejo, y durante la narración abunden los planos en los que ella se multiplica en reflejos en diferentes espejos, como la esquiva voluntad que no quiere perfilarse, definir y precisar lo que siente?¿Y esa tercera figura masculina? Un hombre que siempre gana en los juegos de azar, como si hurtara la suerte del hombre, como si los hechos contrariaran sus deseos. Una interferencia, podría ser el marido de ella, o la mera combinación de factores que parecen desestimar el relato que él se esfuerza en certificar que es real, que lo que siente es real, no una escenificación, no un mero relato persuasivo para conseguir que ella ceda, como quien quiere forzar a que se ajusten a su escenario de realdad, a su voluntad y deseo. O quizá interfieran (también) las dudas e inseguridades de ella. Por eso, se escurre, y rehúye, y niega.
Alain Robbe Grillet, guionista de El año pasado en Marienbad (L’année dernière a Marienbad, 1961), de Alain Resnais, señaló que era el relato de una persuasión, la persuasión amorosa. La voluntad que insiste y afirma y la voluntad que se resiste y niega. Dos relatos en colisión. O el esfuerzo por conseguir que un relato sea ratificado y la negación de un relato. El sentimiento que se esfuerza en que sea reconocido y además ratificado, y el sentimiento que se niega como tal, como si solo fuera la oyente de un monólogo sin fundamento con el que no tiene relación alguna. En la representación escénica inicial, el largo monólogo del actor concluía con la aceptación las palabras ratificadoras de la actriz. El sentimiento era compartido. En la narración, la insistencia y reiteración del hombre que intenta dotar de realidad lo que es negado (por eso varían los espacios y los vestuarios porque no es una afirmación ratificada) encuentra la final ratificación de la mujer.
Alain Resnais señaló que la narración cinematográfica intentaba ser el reflejo de los procesos de la mente. Una cuestión de escalas. El espacio, o decorado o escenario mental, como representación, impregnando o dotando de drama a lo vivido y anhelado (un pasado enmarañado, un presente que es forcejeo, un futuro que quisiera materializarse perfilado y sintonización). Parece una danza de espectros queriendo dotar de cuerpo a la memoria incierta y fugitiva. Quizás todo sea un desesperado intento de dotar de sentido, de dirección, en ese deambular que es, según la perspectiva o voluntad, búsqueda, tanteo, fuga e inercia espectral. La realidad es según el relato. Si el relato se niega, no existe, es una ilusión, una enajenación. Si ella niega lo que él afirma, evoca o declara, la realidad es una variación oscilante de reflejos mudables. Llevabas aquel vestido con plumas, dice la voz de él, pero ella no recuerda que fuera de plumas, y él se pregunta, cuando se te rompió el tacón del zapato ¿era ese día o era otro?¿Quién sabe los nombres de las estatuas y qué relación tienen, y qué representan sus gestos? La única dirección cierta sería la ratificación, el hecho de compartir un relato. La conclusión es un edificio en sombras, en el que destacan unas luces, como los ojos que quizá hayan perfilado una sintonía. Quizás ya miran del mismo modo. Su relato ya es el mismo. El escenario del sentimiento amoroso, enmarañado con los reflejos, se ha clarificado con la sintonización.

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