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jueves, 8 de noviembre de 2018
Millenium: lo que no te mata te hace más fuerte
Los escombros de las sombras. En Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres (Millenium: the girl with the dragon tattoo, 2011), de David Fincher, adquiría más relevancia, cuerpo, el contexto, el reflejo social, no sólo el de la sociedad sueca, o nórdica, sino, en un sentido amplio, el de este corrupto tejido social que generamos y a la vez nos enmaraña. Se revelaba como complemento y contrapunto con respecto a la obra precedente de Fincher, La red social (2010), y variación con respecto a Zodiac (2007). Lisbeth Salander (magnífica Rooney Mara) adquiría la condición de siniestra encarnación del padecimiento sublevado contra la degradación y abuso de los poderosos, que aportaba sus mañas a la investigación de Mikael (Daniel Craig), periodista que había combatido a uno de los dominadores del escenario de hoy, los grandes empresarios, y había salido derrotado por sus triquiñuelas. Su apoyo resultará decisivo para invertir el escenario. La hacker Lisbeth simbolizaba el reverso u opuesto del dueño de Facebook, Zuckerberg, ensimismada y despechada figura que erige un imperio sobre la infección vital de ese despecho (lo opuesto a la capacidad de realmente conectar con los otros), y sobre las triquiñuelas que consiguieron que acaparara el dominio de la creación, epítome de nuestro sociedad, como los diversos empresarios que aparecen en Millenium, sea aquel con el que ha perdido el juicio Mikael, o la familia que luego investigan ambos, aspecto que conecta con Zodiac, por su exploración, a través de la mirada de un periodista, del tejido corrupto y turbio de nuestra sociedad occidental, y desentrañamiento de sus sótanos (se erige sobre la película de la imagen conveniente), en un caso, la asociación entre un asesino escurridizo al que cuesta dotar de rostro (porque es el de la misma sociedad que lo generó), y en otro, otro aspecto que cada vez supura más en nuestros tiempos, la xenofobía que conecta con el nazismo (apunte de más que ácidas resonancias), y en especial la depravación pura (el placer de la crueldad), la hipérbole de la trama abusiva a la que someten las empresa en esta dictadura corporativa.
Millenium: lo que no te mata te hace más fuerte (The girl in the spider's web, 2018), de Fede Alvarez, se centra en los fantasmas interiores, en el reflejo íntimo, por tanto en la figura del doble, el reverso siniestro de la siniestra encarnación de la sublevación ante el abuso, en concreto, el de hombres sobre mujeres. O cómo la motivación justa no carece de sombras turbias. Las sombras también sufren sus sombras (o escombros interiores): Ya evidente en esa distancia que Lisbeth (excelente Claire Foy), establece, en el territorio íntimo, en sus relaciones sexuales (más que afectivas), como quien erige una fortaleza. De hecho, su mismo hogar parece un bunker, un lugar despojado, definido por una amplitud, con sus altos techados, que colinda con un vacío extenso, un espacio nada acogedor, grisáceo, en el que predominan las penumbras, como si fuera la extensión de esa coraza que Lisbeth interpone con la realidad, otra capa, o costra, más, como los mismos tatuajes de su piel, la vestimenta oscura, cuero que es coraza, o la capucha con la que oculta su rostro. Lisbeth se enmascara, y a la vez se repliega, una máscara que se torna filo, con su ímpetu justiciero con respecto a los hombres abusivos, como deja ya constancia en la primera secuencia. Un abusador colgado cual res en el matadero, ya que él trata a las mujeres como ganado que maltrata o despieza vitalmente más allá de la carne de la que se aprovecha o nutre para su placer.
El disparadero del conflicto, la causa que pone en movimiento las confrontaciones, es la posibilidad de disponer del control de armas nucleares, hipérbole de esa vertiente destructiva en Lisbeth (como esa línea oscura que cruza su rostro, como si se borrara) en la que parece haberse acorazado, o atorado, como una sombra esquiva. Una linea sinuosa, o retorcida, por sus derivas, que conecta con su hermana, Camilla (Sylvie Hoeks, tan matizada y afiladamente siniestra como en la magistral Blade runner 2049, de Denis Villeneuve), una figura que irrumpe con el color rojo, la sangre que la oscuridad no ilumina. Su hermana es el recordatorio de ese lado oscuro de su lucha, el de las negaciones y el olvido, incluso de sí misma, la obcecación que linda con la enajenación. Un reflejo nada complaciente que la confronta con su falta, o sus carencias.
Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres era un prodigio de montaje, una de las más deslumbrantes piezas de orfebre de las últimas décadas en cuanto modulación, una exquisita partitura que establecía la continuidad, durante su primera mitad, en la alternancia acompasada de dos figuras que se cruzarán para unirse en un mismo propósito. Fede Alvarez, como en la precedente No respires (2016), orquesta una tensa narración que delimita el escenario dramático como una extensión de ese territorio íntimo de Lisbeth en el que forcejean las sombras, el pasado que quedó irresuelto, como un fleco suelto, o una terminación nerviosa lesionada. Excepto en cierto tramo central en el que estira demasiado la cuerda del exceso, es decir cuando se torna más proyectil narrativo que continuidad de un trayecto emocional, la cual recupera en parte cuando domine el escenario dramático la hermana, Camilla. Los reflejos (su hermana o el hijo del científico, con su singularidad, como rareza se siente ella, que intenta proteger) irrumpen en su bunker emocional para confrontarle con una caída (los remordimientos, el vaciado emocional) que no ha cesado, en la que no ha dejado de precipitarse pese a que siga desafiando, rebelándose, contra una infección que se propaga como signo de los tiempos en los que la amenaza nuclear es la del abuso de los que se aprovechan de su posición de poder.
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