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miércoles, 9 de mayo de 2018

Rommel, el zorro del desierto

Puede parecer sorprendente que sólo seis años después de finalizar la segunda guerra mundial se le dedicará una obra admirativa y homenajeadora a un rival y enemigo, como es el caso de Rommel, el zorro del desierto (The desert fox, 1951), de Henry Hathaway, por mucho que fuera en nombre de su distinguida e inusual caballerosidad, y aun cuando el mariscal Rommel fuera una figura que acabó enfrentándose a Hitler. Desde luego hubo quienes recibieron muy susceptible y agriamente esta producción de la Fox, caso del jerifalte de los Estudios Warner que no permitió proyectarla en las salas de exhibición que controlaba. Pero, en particular desde la posición británica reflejaba el propósito, o adquiría la condición emblemática, de cimentar una relación armónica en la posguerra. Y qué mejor que a través de una figura señera que no se asociara con el nazismo sino que pudiera representar a esa Alemania de la posguerra vinculada con quienes ya, durante la contienda, discrepaban del ideario nazi o cuestionaran a sus dirigentes. Una manera de afianzar, para el resto de países, que Alemania no era sólo nazismo y campos de concentración.
Sorprendente es, sin duda, el inicio, o doble inicio, de la narración. No era nada usual empezar con una secuencia previa a los títulos de crédito. Lo que se nos narra, en esta secuencia nocturna, en es el asalto de un comando británico que llega en submarino a las costas africanas. Fue parte de la Operación Flipper, a finales de 1941, y su objetivo era acabar con la vida del hombre al mando del Afrika Corps, el ejercito alemán en Africa, pero para su desgracia Rommel no estaba en ese cuartel. Además de ser una secuencia desgajada del resto, ya que no es la acción bélica lo predominante en el desarrollo narrativo posterior, sino más bien los conflictos discurren entre bambalinas, en despachos, no deja de ser llamativa su conclusión. Un soldado británico abatido, malherido, en el suelo, pregunta a un soldado alemán si han matado a Rommel, a lo que el soldado, expeditivo, le responde que no le haga reír. La muerte, o la incógnita sobre muerte, ya en l944, es lo que moviliza al personaje que narrará la obra, el coronel Desmond Young (autor de la novela que se adapta), expresado en el segundo inicio, tras que, más que conocerle, le entreviera en la distancia cuando era prisionero. mientras eran bombardeados por el ejercito inglés. Su intervención fue decisiva para que no pusiera en riesgo su vida, por acercarse a sus propias líneas, por orden de un oficial, para intentar convencerles de que dejaran de bombardear.
La narración, por lo tanto, tiene una construcción poco ortodoxa (excelente guión de Nunally Johnson), en otra variante de esa combinación de modos expresivos de ficción y documental que Hathaway había realizado en la década pasada, ya que se plantea como una sucesión de episodios, tras una investigación o encuesta que realiza el personaje de conocedores de su figura. La voz de Young (que es la del actor Michael Rennie) acompaña y puntúa la narración, en una sucesión capitular que no es sino la progresión de una transformación, la modificación de una perspectiva, la de Rommel sobre Hitler (aunque ya fuera notorio su rechazo a los que le influían alrededor): el paso de cierta idealización o respeto al cuestionamiento y la repulsión. El primer desencuentro se produjo en 1942, poco antes de que fueran derrotados en la campaña en Africa (en la que se ha descrito previamente, con precisión, cómo la principal causa de esa derrota no fue estratégica sino debido a que carecían, a diferencia de los británicos, del necesario suministro de petroleo), cuando Rommel no acató la orden de Hitler que implicaba un Vencer o morir, ya que exigía que no retirara las tropas, despreciando las vidas de sus soldados. Rommel las retiró.
Durante su posterior convalecencia en un hospital aleman (su enfermedad fue lo que posibilitó, al ser trasladado, que no fuera capturado por los británicos), recibirá la visita del alcalde de Sttugart, Strolin (Sir Cedric Hardwicke), quien le plantará la semilla de la rebelión, compartiendo cómo son muchos los que no están de acuerdo con los que detentan el poder (incluido algunos integrantes del gobierno) con lo que en principio se muestra incómodo Rommel, ya que es alguien ante todo respetuoso con la ley y las normas, con lo establecido (el reverso de su aprecio por las reglas de la caballerosidad). Pero empezará a tambalearse la columna de sus valores ( o de ciertos valores, que no principios), a través de posteriores conversaciones con Strolin, la relación con Von Rustendt (Leo G Carroll) que dirige el frente Atlántico, y que como él no logra aceptar el absurdo de las decisiones de Hitler que sigue los consejos de su astrólogo en detrimento de los suyos (y que derivará en que, tras el desembarco de Normandia, narrado con una sucesión de imágenes de archivo, propicie el hundimiento del ejercito alemán al no apoyarlo donde debía), y por último, la conversación que tiene con el propio Hitler (Luther Adler) en la que aprecia su irreversible trastorno, el desquiciamiento de su juicios y sus decisiones.
Hathaway demuestra su incomparable pericia con dos secuencias, el atentado sobre Hitler, conclusión del complot (con más intensidad que Bryan Singer en toda su mecánica Valkiria), y el ataque que sufrió Rommel en el coche en el que viajaba por parte de un avión y que le dejó malherido. Y, en la admirable conclusión, Hathaway también demuestra cómo podia elaborar poderosas secuencias de contenido lirismo. Y en la que es, también, pieza capital la interpretación del gran James Mason (que realiza una de sus más portentosas creaciones, otro prodigio de sutileza). La secuencia narra la despedida de Rommel, tras que se le haya acusado de traición y ofrecido la posibilidad de suicidarse o de ser ejecutado (aunque la versión oficial sea que murió por consecuencias de heridas sufridas, para no crear un conflicto de imagen al gobierno). Es una soberana sinfonía de gestos y miradas, entre Rommel y su asistente, Aldinger (Richard Boone), su hijo, y como culminación ese sobrecogedor primer plano de Rommel, mirando a su esposa, Lucie (Jessica Tandy), que se despide de él desde una ventana (¡qué mirada la de Mason, combinación de amor y dolor, esa última mirada a la persona que amas y sabes que no volverás a ver!).

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