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martes, 29 de mayo de 2018
La vida privada de Sherlock Holmes
Un lirismo melancólico dota de una pregnante hondura al relato de La vida privada de Sherlock Holmes (The private life of Sherlock Holmes, 1970), de Billy Wilder, dejando una huella que permanece, casi dolorosa, como los acordes de la bella música de Miklos Rosza, tras que sus imágenes ya se hayan desvanecido. La realidad es escurridiza, y capciosa, por la injerencia de la voluntad de los otros. La ilusión se confronta con la contrariedad y la decepción, con los filos y las turbulencias de las prosaicas circunstancias, con la no correspondencia entre lo que parece se proyecta, y lo que es, el reverso de la mirada ofuscada por la sublimación. Y la vida es finita, y puede serlo del modo más imprevisto y accidental. Lo soterrado, lo oculto bajo las apariencias, por tanto, adquiere rango de distinción en quizá la más sutil narración de la obra de Wilder (que él calificaba como la más elegante entre las que había realizado, y así es). Cómo no iba a cobrar relevancia en la trama la figura de un submarino, vinculado con una apariencia que no es, una imagen sugestionadora, y persuasiva (el monstruo del lago Ness).
Gabrielle (Genevieve Page), una mujer de mente aparentemente nublada, sin memoria, cautivará a Holmes (Robert Stephens) como sólo una mujer en su vida, aquella chica en la que proyectó su sublimación romántica juvenil en su época universitaria, pero que era realmente una prostituta: La razón de que Holmes se afirme en su convicción de que el sentimiento es un factor desestabilizador que propicia el desenfoque y la ofuscación de la percepción y el discernimiento. Esa anécdota del pasado es una de las secuencias cortadas por el Estudio, y se supone que se la relataba, de modo significativo, a Gabrielle, cuando ambos viajan en el mismo compartimento del tren, cada uno en su litera. Gabrielle también se revelará en los últimos pasajes que no es lo que parece, o lo que Holmes creía, como la supuesta aparición del monstruo del lago Ness resulta ser más bien el camuflaje, persuasivo (para que nadie quiera indagar), de las pruebas con un nuevo submarino.
La aparición de Gabrielle es el detonante de la principal trama de misterio, soterradamente relacionada con esa otra falsa apariencia. Un misterio compuesto por una serie de puntos suspensivos que hilvanados por el razonamiento definirán la perspectiva de conjunto: integrantes: inquietantes monjes con capuchas que cruzan verdes prados, pero que no son lo que parecen sino agentes alemanes, como las sombrillas no son meras sombrillas sino también un instrumento de señales por parte de una espía alemana (un objeto que cubre es también un objeto que descubre o revela). Nada es lo que parece, o las apariencias indican una realidad ambigua o movediza. Una tienda abandonada está solo habitada por una jaula de canarios, y surcada el intrigante rastro de unas marcas estrechas en el polvoriento suelo ( en una de las secuencias de la película que mejor logra hacer cuerpo de lo insólito y lo enigmático), pero a ese establecimiento llegan cartas. Para resolver la incógnita de quien pueda ser su destinatario habrá que seguir el rastro de unos canarios enjaulados cubiertos con una tela, un hilo que conecta con lo que se oculta bajo la apariencia del monstruo del lago Ness: un canario canta pero también, como pieza sacrificial, puede servir para detectar fisuras, averías, en un submarino. Gabrielle se constituirá en aquella que propicie la primera fisura en la suficiencia intelectual de Holmes, mediante la neblina de los cantos románticos que suscita en él. O evidencia la falibilidad de su inteligencia, ya que se revelará como una espía alemana que simuló su amnesia, y su condición de esposa de un ingeniero reclutado para el diseño del submarino. De nuevo, el sentimiento, que es admiración, parece que interfiere en la capacidad deductiva y perceptiva de Holmes.
La narración iba a tener una construcción episódica, cada episodio con su título correspondiente, y la duración prevista era de tres horas y veinte. Pero sucesivos fracasos de las producciones de la United Artists determinaron que el Estudio decidiera recortar de modo considerable su duración, reduciéndola a dos horas y cinco minutos. Por su construcción en episodios, no fue difícil la purga. Se eliminó la introducción, en la que un descendiente de Watson reclama los manuscritos del doctor, el citado breve flashback, de alrededor de cuatro minutos, y dos largas secuencias, de 15 y 30 minutos respectivamente, relacionadas con dos investigaciones, no relacionadas con la principal, en la primera mitad. El primer tercio del relato ironiza sobre las presuntas virtudes o idiosincrasias de Holmes, algunas de las cuales han sido alimentadas por las narraciones de Watson (como su famosa indumentaria, a la que se ha resignado a vestir, o su dominio del violín que realmente no es tal). En la secuencia eliminada más extensa, Holmes investiga un caso en una habitación en la que los muebles están dispuestos en el techo, está todo invertido (aunque Holmes deduce que es una escenificación urdida por Watson para liberarle de la depresión que le causa la inactividad y le induce al consumo de cocaína). ¿No siente Holmes que su vida está del revés cuando no dispone del desafío de un caso que resolver?.
En otra de las secuencias eliminadas, que transcurre en un barco en el que vuelven Holmes y Watson (Colin Blakely) de Constantinopla, se juega también con las falsas apariencias, y uno de sus componentes escénicos es una pareja que están de luna de miel, que Holmes cree que están muertos. Previamente, Watson le ha asegurado a Holmes que se ve capaz de resolver también un caso por todo lo que ha observado de los métodos de Holmes. Cuando el capitán, al encontrar dos cadáveres, requiere los servicios de Holmes, este le ofrece a Watson la oportunidad. Holmes se percata de que se equivoca de pasillo, pero no le avisa de su error, tal es ya la determinación que muestra Watson. Cuando entran en ese camarote erróneo, se encuentran con una pareja desnuda en la cama, que Watson no piensa que están dormidos sino muertos, y despliega sus argumentos deductivos sobre cómo han podido ser asesinados y quién ha podido ser el asesino, hasta que palpando el vientre desnudo de la chica, para apreciar si hay abombamiento por causa de la belladona que cree que es la sustancia causante del crimen, ella despierta.
En esa secuencia es Watson objeto de las principales ironías, pero parece que el Estudio consideró que ya era suficiente con la secuencia en la que son requeridos los servicios no deductivos sino inseminadores de Holmes para Madame Petrova (Tamara Toumanova); una bailarina rusa (que ya desechó las opciones de Tolstoi, Nietszche y Tchaikovski). Holmes sale del paso sugiriendo que, como el último, sus gustos son otros, y que Watson no sólo su compañero de piso. Despechado, Rogozhin (Clive Revill), el agente de la estrella susurra a las bailarinas, que danzan con un entusiasmado Watson en el escenario, que éste es la pareja de Holmes, y Watson entregado al baile no se percata de cómo van siendo sustituidas por los bailarines, todos ellos homosexuales, para su horror. Indignado por esa situación en la que le ha colocado, Watson llega al extremo de interrogar a Holmes sobre sus reales inclinaciones, algo que nunca se había planteado, pero éste se muestra elusivo, dejándole con su desconcertada turbación. Se pone sobre el tapete las inclinaciones sexuales de Holmes, generalmente ausentes, como si fuera puro cerebro, pero ante todo sirve para hacer irrisión de la mente cuadriculada viril, encarnada en la de Watson, para quien todo asomo de ambiguedad, o sea, de posible tendencia homosexual, es origen de inquietud y amenaza. Una vez más en su cine, de un modo más sutil o por la vía de lo grotesco, Wilder pone sobre la picota cierta actitud masculina, la más rígida.
El tratamiento de la figura de Holmes es más matizado, y menos distante su presencia, gracias a la cálida interpretación de Robert Stephens, alguien que sufre con la inactividad, y que necesita de adicciones para sentir una intensidad vital que no acaba de encontrar en un mundo de escasas inquietudes intelectuales en las que se siente un cuerpo extraño. Al respecto, Stephens preguntó a Wilder cómo debía interpretar a Holmes, y el cineasta replicó que como si fuera Hamlet. Holmes es o no es según esté implicado en el desciframiento de un caso o no, es un fantasma que siente la realidad fantasmal cuando su mente no encuentra los desafíos que necesita. Watson es el epítome del hombre integrado, conformista, sin ansiedades porque no aspira a mucho, mientras que Holmes es alguien con hambre de experiencias, de ahí su cualidad excepcional. Aunque su condición paradójica se revela en cómo se enerva con la asistenta porque ha limpiado el polvo de su mesa, ya que tiene identificado temporalmente cada archivador por la capa de polvo. Se siente constreñido vitalmente como si el polvo de la inactividad le ahogara, porque se siente clasificado por las rutinas, pero él está también preso de su sistema clasificador, el cual, en un sentido más amplio, ese que cree que con el razonamiento desentraña el engranaje de la realidad, la causalidad que se puede percibir en cualquier suceso, se verá quebrado por las astucias de una escenificación, una simulación, la de Gabrielle, que sabe jugar con la naturaleza escurridiza de la fascinación. Gabrielle, cuando aparece en su domicilio, parece necesitar ayuda, e implica el desafío de desvelar un misterio, quién es ella, cuál es su identidad ( la simulada, la que ella ha urdido para conseguir su confianza: por lo tanto espejismo de discernimiento, un simulacro: una segunda capa que no es revelación sino falsedad, una distracción).
Y la real dispone de otro nombre, Ilse Von Hoffmanstal. Hugo Von Hoffmansthal fue el autor de Carta a Lord Chandos (1902), en la que el personaje Chandos confesaba al filósofo Francis Bacon: «Mi caso es, en dos palabras, el siguiente: he perdido completamente la facultad de pensar o hablar con coherencia sobre cualquier cosa. Al principio, se me fue volviendo imposible discutir sobre un tema elevado o general y pronunciar aquellas palabras tan fáciles de usar que cualquier hombre puede servirse de ellas sin esfuerzo. Sentía un malestar inexplicable solo con pronunciar 'espíritu', 'alma' o 'cuerpo'. Encontraba imposible dar un juicio en mi interior acerca de los asuntos de la corte, los sucesos del parlamento o lo que queráis, porque las palabras abstractas que usa la lengua de modo natural para sacar a la luz cualquier tipo de juicio se me deshacían en la boca como hongos podridos». Y «esta infección se fue expandiendo paso a paso como una herrumbre que devora todo lo que queda a su alcance. Todo se fraccionaba, y cada parte se dividía a su vez en más partes, y nada se dejaba sujetar ya por un concepto» Por lo tanto, Gabrielle/Ilse se convierte en un agudo emblema de cómo la inteligencia sabe jugar con las apariencias para nublar, desestabilizar, desorientar, hasta a la mente más aguda, la de Holmes. ¿No es la condición inherente de la pletórica conmoción de la conexión sentimental, el derrumbe de las cuadrículas a través de la desbordante coreografía musical de las emociones? De ahí la poderosa emotividad de las secuencias finales: qué hermosa y delicada la despedida, en la que se utiliza precisamente la sombrilla como cómplice adiós que asemejan acordes musicales, y qué doloroso el gesto abatido de Holmes cuando recibe la carta que notifica la muerte de Gabrielle, Reacciona como un autómata espectral, buscando el refugio su aturdidora dosis de cocaína. Si algo dignifica a la genuina inteligencia de Holmes es que sabe admirar, e incluso conmocionarse, con la inteligencia ajena, con aquella que incluso le supera, que fue la misma que amó como a ninguna otra.
La excelsa banda de Miklos Rozsa, incluida su intervención como director de orquesta.
Una de las secuencias eliminadas, con subtitulos en inglés.
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Las últimas películas de Wilder son hermosamente melancólicas: Fedora, Avanti! y esta. Tres maravillas aunque tengo debilidad por la "italiana".
ResponderEliminarSobre la banda sonora...¿No tiene, por momentos, parecido a la magnomagn "El Cid"?
Un saludo