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viernes, 4 de mayo de 2018
Amante por un día
Las contradicciones y vaivenes del amor. Amante por un día (L'amant d' un jour, 2017), de Philippe Garrel, comienza con una pareja que hace el amor, y una chica que llora desesperadamente porque ha sido abandonada por el chico que quería. La primera circunstancia está definida por lo furtivo y lo clandestino, ya que Gilles (Eric Caravaca) y Ariane (Louise Chevillotte), son profesor y alumna. Y parece que son particularidades que enturbiarán su misma relación, aunque en principio concierten, como acuerdo frontal que extirpa la potencial ponzoña de las simulaciones y las dobleces, que uno y otra pueden mantener relaciones puntuales (amantes por un día). La segunda por la tribulación de quien se siente extirpada de la posibilidad de los sueños, como si hubiera sufrido un desgarrón terminal de las entrañas, por lo tanto, cautiva del tremendismo de la dramatización de la pasión definida por lo extremo (el sueño del absoluto convertido en ruinas de nada). A Jeanne (Esther Garrel), su pareja le dijo que abandonara la casa, y se siente como si se hubiera sido expulsada de la propia realidad. Busca refugio en el hogar de su padre, quien convive, desde hace tres meses, con Ariane, que tiene la misma edad que Jeanne. Entre una y otros se establecerá un sutil juego de reflejos, equivalencias y contrastes. Variaciones de un escenario, el sentimental, y las dificultades y complicaciones del establecimiento de sintonías y conexiones. Los riesgos que comporta para una relación estrechar demasiado la cuerda de la sublimación del absoluto, y, en el otro extremo, distender en demasía la circulación de deseos. Las sombras y turbulencias de la excesiva dramatización y de la aparente no dramatización.
Unas relaciones concluyen, y otras se inician. Durante, las relaciones fluctúan, e incluso colisionan, con las contradicciones, el desajuste entre idea y acto, y la volubilidad de los propios sentimientos, de la actitud, o de la conexión de esas corrientes, de deseos y sentimientos, que a veces superan, porque más bien arrastran por mucho que quieran controlarse. Entre los tres, la conexión parece armónica, como trío, y en los respectivos dúos, pero las contradicciones abren fisuras. El mismo título alude, precisamente, a una idea, a un planteamiento de escenario de relación. Gilles propone a Ariane que uno y otra pueden tener relaciones alternativas si así lo desean. Pero esa actitud flexible en la relación, el acuerdo, que deja espacio al otro, para remarcar que no hay imposición, colisiona con las necesidades de autoafirmación, la interferencia de los resentimientos (o heridas no cicatrizadas), y el abismo que comporta lo visible (o no es lo mismo establecer un ideal escenario abstracto que confrontarse con lo real). Ariane, en principio, tiene algún arrebato de celos, por sentirse, en cierto momento, en segunda línea de afecto con respecto a la hija. Posteriormente, afirmará que “los hombres engañan sin avisar y les parece bien, pero ellos no soportan que las mujeres hagamos lo mismo: Sólo hay una solución, hacer lo mismo y no decírselo.“ Hay, por tanto, en sus actos un componente añadido, como una incrustación, que más que con la expresión natural de los deseos tiene que ver con la afirmación personal frente a. No es lo mismo la actitud flexible que no pretende encajonar al otro como extensión propia a través de la posesividad (que deriva en escenarios dramáticos conflictivos de celos y enfrentamientos), que el no sólo pretender compartir verbalmente la narración de una relación pasajera con otro, sino que las busques (como si te afirmaras frente el fantasma del daño que te realizó alguien en otra relación pretérita): En ocasiones la relación se establece no sólo con alguien presente, sino también con, contra, alguien del pasado.
Ariane, como si perdiera el hilo de sí misma, se ofusca en la resaca de las emociones, entre el amor singular que siente por Gilles, los arrebatos o impulsos pasajeros del deseo, y las resacas de relaciones pasadas, como turbulenta corriente subterránea, aunque en el espejo de un amante de un día escriba con lápiz de labios: Nunca más; no serán los mismos cuerpos, pero es la misma acción, que incrementa su frecuencia, lo que propiciará que sea vista en ese trance sexual, y sea ya interferencia en la armonía del espacio íntimo, por muy flexible que sea la actitud del otro. Gilles tiene oportunidad, pero prioriza lo que siente por Ariane. No es posesivo, sino que aspira a una relación armónica, pero ya es otra cuestión lidiar con la visión de la mujer que amas con otro hombre. Jeanne al respecto es aún más extrema, opuesta a Ariane: si hiciera el amor con otro significaría que su relación está arruinada. En su relación pasada, no logró mantener la sintonía por actuar de modo demasiado posesivo, mientras que él se sentía incapaz de lidiar con los sentimientos, porque sentía que no tenía la necesaria fuerza para equilibrar la fragilidad de su pareja. Una falta de ajuste, no por no compartir sentimiento, sino por no lograr articular la relación en la misma frecuencia. Por eso, hay relaciones que se reinician, porque quizá lo que parecía una conclusión, y se sufrió por tanto como una hecatombe que hiciera sentir imposible cualquier relación futura, quizá fuera un episodio más. Las piezas pueden tardar en realizar el ajuste entre una y otra, pueden necesitar diversas pruebas, con sus correspondientes errores. O pueden ser los espasmos de una indeterminación que retorna al mismo bucle.
Philippe Garrel realiza, junto a su obra anterior, L'ombre des femmes (2015), una de sus obras más equilibradas y armónicas, una fantasmagoría, en blanco y negro, que evidencia los hilos de su fábula a través de una voz en off (femenina) que a la vez de apuntalar la condición sintética de la narración, en ocasiones, en consonancia con las elipsis, vertebra como modulación el mismo aliento del relato, de cariz impresionista, entretejido con las emociones de los tres personajes. La música, en ocasiones, irrumpe, en secuencias que son excursos que se dilatan (como la secuencia del baile), como una oleada de emoción que se hace eco de la armonía posible (como los sentimientos que se estiran, y por lo tanto se hacen tiempo, se dotan de cuerpo). El mismo encuadre deja en evidencia sus propios términos, como las relaciones se enredan entre lo que hay y lo que no se comparte, o se oculta, o lo que no se sabe, y por tanto sobre lo que se especula, como Jeanne por el por qué del término de su relación, como si hubiera sido engañada por el propio amor, como ella misma expresa. En alguna secuencia, un personaje desaparece del encuadre, como en él mismo ha desaparecido, o se ha roto algo, como ocurre a Gilles tras ver a Ariane haciendo el amor con otro. Por eso, tras la última conversación, antes de que dirima si quiere dar por término o no la relación con Ariane, esa decisión no se visibiliza, queda como los flecos de un relato (en una elipsis que es herida abierta), ese que se teje entre contradicciones, especulaciones, y ensayos para ajustar y consolidar una sintonía, cuya duración no deja de ser imprevisible. Unas relaciones concluyen, otras se inician, e incluso las hay que se reinician cuando parecía que ya habían concluido. Siempre hay un fuera de campo más allá del encuadre de los deseos y afectos.
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