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martes, 12 de abril de 2016
El merodeador
Hay distintos tipos de merodeadores. Están los merodeadores de carácter sexual quienes para admirar el preciado objeto de deseo traspasan, de modo furtivo, cierta línea del espacio íntimo que implica tanto perturbación como infracción. Es el caso del indefinido mirón que se acerca, a la ventana de Susan (Evelyn Keyes), que se desnuda en su cuarto de baño, en la secuencia previa a los créditos de 'El merodeador' (1951), de Joseph Losey, con guión de Dalton Trumbo (bajo el seudónimo de Hugo Butler), y la obra predilecta del escritor James Ellroy ( a quien se agradece su apoyo en la restauración de la película). Pero hay otros con otras ambiciones y aspiraciones, u otros objetos de deseo, que alcanzan la dimensión de diseño de vida. Es el caso de uno de los dos policías que acude a la llamada de Susan, Webb (espléndido Van Heflin). Observa aquella casa, a la que escruta, como extensión de su mirada, con el haz de luz de la linterna, y se pregunta cuál es el ángulo. Ese ángulo desde el que comprender cómo aquella mujer ha conseguido esa casa, una casa que representa una posición económica holgada. Su compañero, Bud (John Maxwell), ignorante de lo que se comienza a rumiarse en los engranajes de la mente de Webb, habla de cómo gracias a la geología se descubrieron las ciudades fantasmas. Webb tiene algo de piedra, e ignora qué poco separa esa edificación que sublima con sus luminosos deseos de una ciudad fantasma. Entre fantasmas del deseo vive, y serán su perdición. No sabe que lo que asciende no deja de ser una árida colina de piedra.
Webb es un hombre frustado, alguien que no ha llegad a ser lo que aspiraba. Alguien que no se ha conformado con ser un mero policía. La esposa de Bud capta que es alguien que se siente a digusto con su condición de agente policial por lo que implica de posición social y económica. Es alguien que parecía a destinado a otros logros cuando, en tiempos universitarios, recibió una beca deportiva que él mismo desperdiciaría cuando se enfrentó a la voluntad de su entrenador. Fue la primera de una serie de decisiones erróneas que truncarían su progresión en la vida. Susan y él compartieron juventud en la misma zona, ella fue espectadora de sus lides deportivas. Y ese hecho añade otra conexión con ese sueño o fantasía de otro diseño de vida. Es el recordatorio también de lo que no logró ser. Susan optó por el matrimonio con alguien que no amaba especialmente, con alguien que no le proporcionó siquiera uno de sus anhelos, ser madre. Es un hombre de éxito, un admirado locutor de radio cuya voz (de Dalton Trumbo) acompaña los encuentros de Susan y Webb, como medición de los tiempos de que disponen para estar juntos. El deseo se enturbia con esas representaciones, el tipo de vida que anhela conseguir, el recordatorio de los errores de su pasados. Webb aspira a detentar la posición que ocupa aquel otro que ya soporta Susan para mantener una posición. El merodeador traspasa la línea y manipula las apariencias para que su crimen posea las apariencias de homicidio involuntario como policía en servicio. “No soy bueno, pero no soy peor que los demás. Trabajas en una tienda, robas. Si eres el jefe, no declaras impuestos. Millonario, compras votos. Abogado, aceptas sobornos. Yo era policía, usé mi pistola. Pero todo lo que hice, lo hice por ti. Porque te quiero. Piensa lo que quieras pero tienes que creerme. ¿En qué me diferencio de los demás tipos? Algunos lo hacen por un millón, otros por diez. Yo lo hice por setenta y dos mil. “
La abstracción del trayecto dramático emocional se concentra en contados espacios. Más allá de una breve secuencia en la casa del compañero, Bud, y otra en el restringido espacio propio (en el que resalta la diana de tiro policial con abundantes disparos en la zona del corazón) la acción tiene lugar en dos escenarios, como si fueran anverso y reverso, el hogar de Susan y la cabaña en la ciudad fantasma en un árido espacio pedregoso. Complementarios y reverso, el segundo desnuda la tramoya del primero, como una fisura, como esas aberturas en las desmoronadas paredes. Un espacio en el que pretenden ocultar el signo que pudiera abrir una fisura en las apariencias, el detalle que delate que ambos se conocían antes de lo que habían declarado en el juicio, el embarazo de Susan. Un espacio en el que se confrontan los turbios deseos y los reales afectos, también complementarios en Webb. Un espacio que evidencia la aridez de quien superpuso su codicia de un diseño de vida, y que quizá confundió lo que sentía por Susan con lo que ella representaba. Un falso haz de luz que no dejaba de ser una ilusión fantasma, pero que realizó la infracción como un cuerpo extraño para apropiarse del objeto de un deseo y adueñarse del escenario de fantasía anhelado. Pero no era sino sólo una colina de arena pedregosa que él mismo había creado.
Y la película íntegra:
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