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jueves, 1 de octubre de 2015
Irrational man
“Y ahora sé que todos cometemos un delito (¡el único que existe!), el de aquel que se muestra indiferente en cualquiera de sus formas y aspectos”, escribe Stefan Zweig en 'Noche fantástica'. Ese es el delito de Abe (Joaquin Phoenix), el profesor de filosofía protagonista de 'Irrational man' (2015), la última obra de Woody Allen. Una indiferencia que colinda con la decepción, y la decepción y el sentimiento de engaño son territorios próximos. Abe ha perdido ya la ilusión. La ilusión puede ser un impulso de acción, sientes que la vida te propulsa, o puedes sentir que la vida es ante todo una ilusión, un espejismo, un escenario que pronto quedará demontado para dejar expuesto los huesos de nuestra finita condición. Puedes sentir que nada se va a cambiar ni transformar, que la naturaleza humana se prodigará en realizar una injusticia tras otra, porque es una criatura dañina que, ante todo, se preocupa de sí misma. Puedes sentir que la vida alrededor es una música desafinada, una obra de teatro prosaica que rechina como una butaca con los muelles desajustados, y ya no sientes estímulo ni en ser actor ni espectador de esa función. O puedes asumir que todo es una sucesión de trucos, de engaños para manipular a otros, por distracción o conveniencia, la vida una representación en la que unos y otros se engañan a sí mismos o a los demás, como el mago, más bien truquista, de 'Magia a la luz de la luna' (2014).
Puedes sentirte decepcionado y saltar en el tiempo a un territorio que se parece sospechosamente a tu fantasía, y ese salto que parecía fuga quizá puede posibilitar tu rescate, ya que recuperas el anhelo de realizar la ilusión que propulsa, no la que engaña, en tu tiempo, en vez de seguir plegándote a la pragmática de la adaptación al medio ambiente, esa resignación que encaja, con la cabeza gacha, la escasa conexión con quienes te rodean, incluida la mujer que has elegido como pareja, como ocurría al escritor de 'Midnight in Paris' (2011). Y, por tanto, como le ocurría al mago, más bien truquista, de 'Magia a la luz de la luna', puedes modificar tu cínica percepción de que la vida es una representación que pronto desvelará su inconsistencia, arbitrariedad y engaño, y aceptar que puedes encontrarte con un vislumbre de autenticidad, en forma de mujer, con quien entablar una genuina conexión que sí tiene que ver con el impulso de acción. O puedes plantearte realizar un asesinato para sentir que de nuevo estás vivo, sentir la potencia de vivir, sentir tu cuerpo rebosante de energía, tus emociones dispuestas a entusiasmarse con alguien con quien sientes que una conexión especial.
Puede resultar una paradoja que generar muerte te devuelva a la vida, como el efecto de un desfibrilador que te arranca de la indiferencia y la apatía. Quizá sea un absurdo, quizá sea otra incógnita más sobre de qué materia estamos hecho. Quizá sea natural en alguien que de repente es consciente de que cometía el único delito, la indiferencia. Si alguien ejerce daño con sus decisiones y acciones ¿no será consecuente eliminarlo?¿ Cómo lo va a considera delito? ¿Cómo va a sentir escrúpulos o remordimiento? Resulta una manera un tanto extrema de recobrar el entusiasmo vital, la sensación de que sí puedes influir en la vida, de que puedes no sólo modificarla, sino mejorarla. Optas por asumir la condición de juez, jurado y verdugo para establecer una decisión que implica eliminación de una vida para posibilitar que otras vidas no se vean maltratadas ni perjudicadas. Quizá suene irracional, aunque quizá no carezca de lógica. Pero entre filosofar y la acción hay una distancia tal que a veces resulta ser un abismo. En ese abismo se sentía Abe antes de tomar la determinación de intervenir en la vida. Se sentía a la deriva, aturdido y con escasa conexión con la vida. Era un cuerpo desarticulado, unas emociones embotadas, una mente que prefería jugar con la ruleta rusa. Consideraba que la vida es sórdida, vana, dependiente del caprichoso azar, sus intentos pretéritos de intervenir y mejorar las circunstancias de vida de quienes padecían la precariedad extrema, como hizo en Dafur con los niños, se quedaron en gestos que colisionaron con una meningitis. Un gesto que pretendía dotar de vida se quedó en amago frustrado y lesión. Su actitud se ha encasquillado entre la teoría y el alcohol en el que arrebuja sus emociones amortiguadas. Su decisión de pasar a la acción, de realizar algo que tenga efecto en la vida, en vez de ensimismarse en la verborrea de las reflexiones, implica eliminar una vida, la de un juez corrupto que subordina unas vidas y la justicia a la irracionalidad de unos apegos.
Allen nos acerca a los territorios que exploró en las tres obras que transcurrían en Inglaterra, 'Match point' (2006), 'El sueño de Casandra' (2007) y 'Scoop' (2008), tres exploraciones de cómo el arribismo, y el ansía de ascender en la posición social, o de mantenerla, justificaban el asesinato, aunque incluso se sintiera repulsión por su ejecución, como se planteaba en la segunda. O al conflicto entre escrúpulos y conveniencia explorado en 'Delitos y faltas' (1989), una de sus obras maestras. En 'Irrational man', el tratamiento no opta por la gravedad, ni por lo sombrío, sino por una distancia que se agazapa en la luminosidad y la vibración cromática, se despliega en la alternancia de las voces en off (como sutil anuncio de una imposibilidad) de Abe y Jill (Emma Stone), y se sedimenta en una irónica levedad. Al fin y al cabo, Abe no se arrepiente en ningún momento de su decisión, ni siente remordimientos ni escrúpulos. Se siente el héroe que realizó una acción de salvamento. El castigo infligido supuso un rescate de la justicia maltratada habitualmente en la vida a ras de suelo, esa vida sórdida que no tiene que ver con las abstracciones que se discuten en aulas, despachos, o en las páginas de textos analíticos que se convierten en refugios de la vida que no puede ser porque la naturaleza humana no variará. Seguirá no optando por la luz, sino por los falsos ascensores que realmente son vacíos en los que precipitarse entre cuerdas que más bien parecen sostener marionetas.
El azar sin duda puede ser irónico, y más con quien consideraba que la vida es pura aleatoriedad (aunque hubiera decidido intervenir en ella como una voluntad que determina destino): una linterna ser el instrumento que efectivamente impide que te precipites en la oscuridad, y lo haga quien antes pensaba que todo era oscuridad y creía haber encontrado al fin la luz, aunque fuera de un modo que las convenciones de la moral no aceptarían. Quién sabe la conexión que hay entre los elementos de la vida, cuánto hay de aleatoriedad o de secreta interconexión que pueda llamarse destino. Jill era una espectadora que admiraba a Abe, para ella una pantalla, una anomalía en la corriente mullidamente prosaica alrededor, una avería en el generador de la vida corriente. Fascinada por su singularidad, incentivada por su deserción de la vida como si pudiera ser la generadora linterna de luz para las sombras de la lucidez, o decepción, según el color, o la ausencia de luz, con la que se mire, se quedó atrapada en un escenario que luego descubre dominado por sombras turbias que más bien le hacen sentir que consumen la luz. Porque quizá no sepa enfocar esa mirada que transgrede e infringe unos límites, y por eso retorna a la comodidad de la familiaridad intercambiable, o quizá establece unos límites necesarios, aquellos que no se cruzan para no parecernos a las bestias que combatimos. Las interrogantes se extienden sobre las certezas, porque las preguntas siempre son esa orilla desde la que se contempla el maridaje de los impulsos, esa orilla desde la que la razón intenta establecer una cartografía consecuente y templada que no se vea inundada o ahogada por la resaca de nuestra impetuosa, e imperativa, irracionalidad.
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