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sábado, 9 de septiembre de 2017

Fuego en la llanura

Hay planos de esta magistral obra, 'Fuego en la llanura' (Nobi, 1959), de Kon Ichikawa, que parecen extraídos de una pintura de El Bosco: El protagonista, el soldado Tamura (Eiji Funakushi) cruzando escarpados, agrestes o áridos espacios cubiertos por una 'manta' de cadáveres. En su obra más (re)conocida, 'El arpa birmana'(1956), el protagonista, otro soldado, en su periplo para unirse con sus compañeros, se encuentra también con desolados paisajes sembrados de cadáveres, los cuales se esfuerza en enterrar. Pero si esta obra, que empezaba ya, mediante un plano cenital sobre la naturaleza, con una voz en off que señalaba que es el caos el que domina en su 'interior', la actitud de este soldado, que sustituye el uniforme militar por el del monje budista, se trenzaba sobre ese contraste entre conciliación y caos (precedente del cine de Malick), 'Infierno en la llanura' se constituye, quizá, en la película más tétrica y descarnada en su forma de abordar y representar, de un modo tan extremo, el paisaje de la guerra, pero sin incurrir en la afectación ni en el subrayado, sino siempre con una afilada distancia. En su momento tuvo una recepción bastante divergente, ya que hubo a quienes pareció excesiva la aspereza y tenebrosidad de su tono, su violencia (pero no porque incurra en explicitud, ya que son escasos los momentos de acción bélica, y muy concisos, sino por esa lóbrega atmósfera de abyección en la que toda luz parece desterrada, por su crudeza sin asideros). Tiene esa atmósfera alucinatoria, o desquiciada, de la excepcional 'Los diablos de la colina de acero' (Men in war,1958), de Anthony Mann, pero yendo aún más allá, y equiparable a lo que consiguió Masako Kobayashi en los pasajes centrados en el conflicto bélico en su prodigiosa trilogia 'La condición humana' (1959-1961).
El paisaje que refleja Ichikawa, en los estertores de la guerra, en 1945, en el frente filipino, asemeja al de una hecatombre nuclear. El mismo Ichikawa fue testigo de primera mano de los efectos de la bomba atómica,y reconoce que desde entonces sintió que tenía que hablar contra/de los horrores de la guerra. Y pocos como él han llegado tan lejos (como los mismos actores en conseguir ese aspectos cadavérico, no cepillándose los dientes ni cortándose las uñas, e incluso reduciendo considerablemente lo que comían; el actor principal a causa de ello sufrió desmayos, dado que llevaba casi dos meses comiendo escasamente). La primera secuencia, que refleja el absurdo y desquiciamiento de las circunstancias, ya es como una literal bofetada al espectador. Una serie de primeros planos de Tamura y un superior, quien le somete a un expeditivo rapapolvos porque haya retornado del hospital, donde no le habían aceptado pese a padecer tuberculosis (porque aún puede andar), y le ordena que lo vuelta a intentar, y sino lo consigue que se suicide con su granada de mano. Lo que se nos narrará es el viaje de Tamura hacia la localidad donde están realizando la evacuación de un ejercito al borde de la derrota, ya que en el hospital de nuevo le rechazan, convirtiéndose en uno de tantos 'indigentes' que no están en su compañía o pelotón pero tampoco atendidos por los médicos, sino en una especie de tierra de nadie o limbo como figuras errantes, al margen.
En este infierno no hay piedad y la condición humana alcanza extremos inconcebibles de degradación. Los soldados salen corriendo, ante la amenaza de bombardeo, dejando desamparados a los enfermos, que se arrastran fuera de las chozas, sufriendo la caída de las bombas; los soldados que se acercan con los brazos en alto para rendirse, son abatidos; si alguien cae muerto junto a ti, quizás puedas aprovechar y coger sus botas; en un poblado abandonado hasta los perros, hambrientos, te atacan; estás tan desorientado que aunque no lo pretendieras, acabas disparando a una joven filipina porque se ha puesto a gritar asustada al verse encañonada por tu fusil; los dientes se te caen de lo debilitadas que tienes las encías; un soldado, tan escuchimizado, que parece adherido al árbol contra el que está apoyado, te dice que cuando muera puedes comerle. Porque ese es ya el último límite que se cruza, el del canibalismo al que se ven abocados, o umbral que no tienen reparos en cruzar para sobrevivir, y al que se resiste aún Tamura, convertido cada vez más en un despojo humano (su uniforme se va desintegrando, ya asemejando en el último tramo a una serie de raídos harapos). Ichikawa logra transmitir con una admirable precisión, sin estridencias (cual imperturbable entomólogo), con un proverbial sentido de la mirada justa ( y serena aunque sea tan desabrida; es la mirada del equilibrio que contempla de frente el horror y el caos), el colapso de la integridad que supone la guerra, los extremos de degradación a los que conduce tal hecatombe. Y, desde luego, me resulta sorprendente que una obra de tal excelsa envergadura permanezca en el limbo del olvido.

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