¿En qué medida somos el centro de nuestra propia vida, en tal grado que difumina la percepción de los demás, y por lo tanto, neutraliza una visión de conjunto? ¿Con qué o quiénes estamos realmente conectados? Si concebimos el mundo y la realidad en función nuestra ¿Cuál es realmente la conexión, su alcance, con respecto a la sustancia de la realidad? Es decir, ¿En qué se fundamenta nuestra relación con la realidad y los otros? A eso alude el título de A real pain, un dolor real. Quizá, ensimismados, conferimos a nuestro extravío, desamparo o malestar, una dimensión excesiva, más si se contrasta con el dolor sufrido por otros, en una escala que nos puede resultar inconcebible. Por lo tanto, ¿Cómo habitamos la realidad? En A real pain, segundo largometraje del actor Jesse Eisenberg, dos primos deciden realizar un viaje al país de sus ancestros, Polonia, tras que su abuela haya fallecido. Es un viaje organizado, por lo tanto con un guía, James (Will Sharpe, director de la excelente y singular Louis Wain, 2021), y un recorrido predeterminado, vinculado sobremanera con el holocausto nazi. Un viaje turístico confronta de entrada con la interrogante de en qué medida somos turistas en nuestro trayecto de vida, qué discernimos, qué queremos sentir y comprender, cuál es la distancia con la que nos relacionamos o procuramos establecer.
Ambos primos son muy diferentes. Su extravío parece de índole dispar. La vida de David parece más estable, casado con un hijo. Aunque, en cierta medida, como le cuestiona en algún momento su primo, parece haberse neutralizado a sí mismo. Ya no siente ni aprecia en él la pasión o la espontaneidad de antaño, como si hubiera adaptado a un programa de vida, como buen pragmático. Es un hombre que parece haberse abocado a una reserva, como quien ya experimenta la vida desde una protegida distancia. Benji en cambio parece fluctuar a la deriva. De hecho, nos es presentado en el aeropuerto horas antes de la hora a la que se han citado. Es una figura entre otras muchas, a la que singulariza, la cámara con un movimiento de cámara. Es una figura, en principio, sobre todo para alguien tan comedido como su primo, que puede resultar incómodo, discordante. Es alguien que da la nota, como no duda en eructar durante una comida grupal, o exponer directamente al guía una crítica sobre cómo no está de acuerdo con que se subordine la emoción de la experiencia a la predominancia de los datos, como si todo lo miraran a través de una pasarela, cual pantalla, en la que se enumeran y describen hechos, como quien fue el primer inquilino en un cementerio. ¿Para qué el viaje? Los datos son distancia.
En otro momento, Benji cuestiona que sean pasajeros que se desplazan en una burbuja de condiciones privilegiadas, cuando una de las etapas del trayecto es conocer un campo de concentración, el de Madjanek. Quien es nota discordante expone una discordancia en la relación con lo real. Las reacciones de Benji pueden resultar, de nuevo desde la perspectiva comedida de alguien como David, desorbitadas, cuando no molesta. Una espontaneidad que se puede sentir como exabrupto. Pero precisamente es la naturalidad que pone en evidencia una reserva y una forma de habitar la realidad, de relacionarse con ella, desde la distancia. Por eso, por salirse de la comedida actitud habitual, que no dice lo que piensa, el guía le agradece que le expusiera aquella crítica sobre su planteamiento. Por añadidura, esa conducta, que podría calificarse como excéntrica o fuera de medida, solo se puede comprender de manera precisa si se sabe, por lo tanto comprende, cómo ha sido su vida, cómo habita la realidad. Y la información sobre su intento de suicidio seis meses atrás determina que se le puede comprender, sentir, de un modo no sólo más certero, en toda su amplitud, sino más próximo. Es significativo que esa relevación sea a través de David en un momento en el que, sin pudor, se revela ante los demás, no solo habla de su primo, sino que expone sus mismas contradicciones y desajustes. Porque alguien como su primo, que le puede exasperar, también es alguien que, precisamente, por su espontaneidad, envidia.
El último plano es magnífico porque se reitera el mismo movimiento de cámara inicial que singulariza a Benji en el aeropuerto. Su expresión, en este caso, delata de modo más evidente, su intemperie emocional, su necesidad de conexión. No hay hogar en su mirada. A real pain es una obra que no busca falaces catarsis sino que desnuda unos desajustes emocionales, aunque sean distintas las formas de relacionarse con la realidad. Pero, en esa diferencia, subyace la interrogante sobre en qué medida vivimos la realidad en función nuestra, lo que evidencia una actitud pragmática, o con el anhelo de conectar y comprender y sentir las vivencias de otros, si vivimos en una reserva vital o, aunque sea con torpeza, nos exponemos porque ansiamos sentir y conectar con las experiencias del modo más pleno y complejo. Porque quizá, por vivir en la reserva, nos estamos perdiendo la vivencia más plena o transcedente, aunque ese propósito nos pueda abocar a cierta ¿provisional? intemperie.
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