Fue el agente Heinz Herald quien propuso al productor Henry Blanke y al productor jefe a cargo de las películas biográficas en la Warner, Hal B Wallis, la idea de realizar una película sobre Emile Zola, centrada sobre todo en el caso Dreyfus. Wallis dio luz verde al proyecto y encargó a Herald y Geza Hercgez que desarrollaran un guion, que sería revisado por Norman Reilly Reine. La versión definitiva fue supervisada por Blanke, con aportaciones de los tres guionistas, el director asignado, William Dieterle, el actor protagonista, Paul Muni y Wallis. Fueron recurrentes las disputas entre Blanke y Wallis, ya que este quería que el planteamiento se ajustara al molde la exitosa, y excelente, La tragedia de Louis Pasteur (The story of Louis Pasteur, 1936), también de Dieterle, al contrario que Blanke, quien tampoco quería que su caracterización de Muni se pareciera a la de Pasteur, pero Wallis, que se salió con la suya, pensaba más en la imagen exitosa, y por lo tanto reconocible, para el público. Las divergencias también reaparecieron en relación con el título, ya que Wallis quería La historia de Emile Zola y Blanke La verdad está en marcha o Yo acuso. Ambos sí coincidieron en que Ben Walden no era el actor adecuado para interpretar Cezanne, por lo que decidieron rodar de nuevo todas sus secuencias con su reemplazo, Vladimir Sokoloff. La vida de Emile Zola (The life of Emile Zola, 1937), de William Dieterle, se constituye en un elocuente manifiesto, no sólo en aquellos años mismos años treinta, donde ya se señalaba sutilmente lo que estaba ocurriendo en Europa con los judios, y ante lo que todos cerraban los ojos, por eso no se insiste en la relevancia de que Dreyfus era judio; se exigió que sólo se citara una vez la palabra judío en su film (hay quienes piensan, como Ben Unward, que no quería contrariar a Hitler, y otros, como David Denby, aunque no discrepe completamente con Unward, piensa que los Estudios más bien se regían por una temerosa cautela). Las combativas palabras finales de Zola dejan patente cómo se sentía como posibilidad una guerra en el horizonte. Como Zola, en su momento, el film levantó ampollas, no estrenándose por ejemplo en España, Italia, Polonia, Alemania o la misma Francia, donde no se proyectaría hasta cuarenta años después. Hoy en día siguen siendo necesarias obras cómo esta, y actitudes como la de Zola.
Caníbales, expresa con rabia Zola. Todo está dicho. Un primerísmo plano rompe la tónica de la planificación, no sólo de la secuencia, sino de toda la narración de La vida de Emile Zola. Es como un puñetazo desde las vísceras. Emile Zola (Paul Muni) se vuelve, tras que el juez haya dado su veredicto, y contempla las alborozadas muestras de júbilo de los asistentes por la resolución del caso en su contra. Y escupe su Caníbales. ¿Cuál era la cuestión en litigio y por qué se le condena a Zola a un año de carce y al pago de 3.000 francos? Cuatro años antes, en 1894, las altas instancias militares, al descubrir que alguien, dentro de esa institución, pasaba información al enemigo, a Alemania, había decidido elegir un chivo expiatorio, y qué mejor que un judío, el capitán Alfred Dreyfus (Joseph Shildkraut). Como dice un alto cargo, qué raro que un judio haya alcanzado un importante rango. Fue el célebre caso Dreyfus, en el que se centraría, también, Roman Polanski en la también excelente El oficial y el espía (2019). Dreyfus fue condenado y enviado a la desolada Isla del diablo, en la que fue recluido en una celda, sin poder ver el sol. Su esposa no cejó de luchar para que fuera reconocida la inocencia de su marido, y al fin consiguió sensibilizar a Zola para que se involucrara, y lanzara su famoso Yo acuso, publicado en el diario L'Aurore, contra los poderes fácticos, y sus abusos de poder e inconsistencias, dado que la institución militar, para evitar que, al saber tres años después quién era el traidor, Eszterhy, quedara en evidencia que su acusación a Dreyfus había sido errónea, y por lo tanto su falta de consistencia como institución, que implicaría la pérdida de sus posiciones, decidió silenciarlo, decisión que implicaba que un hombre inocente quedara recluido de por vida. La acusación de Zola tuvo como consecuencia un juicio, en donde Zola fue acusado de injurias, en el que los mismos jueces imposibilitaron que pudiera utilizar, para la defensa, testigo alguno relacionado con el caso Dreyfuss y que, en cambio, fuera Zola acusado de injurias, con la condena citada.
Pero ¿por qué era necesario sensibilizar a alguien como Zola, que durante décadas, en su literatura, había luchado por la verdad y la justicia, desvelando las miserias y precariedades de la vida, siempre insurrecto y combativo? Porque como le dice su amigo, el pintor Cezanne (Vladimir Sokoloff), Zola se había apoltronado en una vida cómoda, disfrutando de los lujos de su éxito, ya lejos del pálpito de la realidad, en cambio optando por el anestesiado retiro de una vida plácida. Durante la primera media hora de La vida de Emile Zola, se condensa su ascenso, durante más de dos décadas, desde que, en 1862, vivía en una buhardilla con Cezanne, en la más absoluta precariedad. Cómo se mantiene firme en su actitud, pese a que ya la publicación de su primera novela provoca la reprobación de las autoridades (por ir en contra de las decisiones autoridades, esto es, por discrepar), e incluso el despido de la editorial en la que trabaja, por no querer transigir. Cómo fue testigo de una mujer lanzándose al rio, mientras un grupo de méndigos, recogidos en la orilla del rio, señalaban que tendría más suerte que ellos. Cómo ayuda a una prostituta perseguida por la policía en una redada, en la que se inspirará para su novela Nana, novela que los pudientes burgueses comprarán a escondidas (Un marido la compra sin que su esposa le vea, y cuando ella señala que le gustaría leerla, él le dice que no es apropiado para ella, pero tras salir ambos de la librería, ella vuelve a entrar, para recuperar la sombrilla que estratégicamente se había dejado, le dice al librero que le guarde un ejemplar). Zola no cejó de poner en evidencia cualquier injusticia o miseria, y de azotar a los poderes fácticos, siempre en busca de la verdad. Así que, pese a sus reticencias iniciales, involucrarse en 1898 en el caso Dreyfuss se podría decir que supuso una resurrección para él. Y su empecinada voluntad, luchando contra esos poderes, militares, judiciales y políticos, y contra las reacciones del ciudadano de a pie, quemando sus libros, o a muñecos que le representaban a él o a Dreyfuss, considerándole un traidor a la patria, logró, tras su exilio a Inglaterra, para no ser recluido en la cárcel, y desde donde siguió con sus escritos acusadores, que el caso Dreyfuss, ya en 1902, fuera reabierto, y reconocida su inocencia, y, por añadidura, acusados los responsables de tamaño desatino.
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