Como
James Bond, otro icono injertado en nuestro imaginario colectivo,
habia sido desentrañado, y puesto en cuestión, en las cinco
películas protagonizadas por Daniel Craig, Matt Reeves realiza con
Batman la misma tarea en The Batman (2022) y, por añadidura,
consigue como resultado que sea, junto a Batman vuelve (1992),
de Tim Burton, la obra más armónica e inventiva de las múltiples
películas que ha protagonizado ese personaje que cuando se quita la
máscara se llama Bruce Wayne. Reeves explora la materia (oscura) de
la que está hecha esa máscara, o más bien cicatriz de una herida
no cerrada del todo. Y las cicatrices pueden crear monstruos,
oscuridad, como un grito ciego que no se ha silenciado. Como indica
el mismo Wayne (Robert Pattinson) en el magnífico montaje
secuencial introductorio él es una sombra. Es la espesura oscuridad
que literalmente teme un atracador que huye tras realizar su robo,
por lo que decide retroceder, o que amenaza, o pende, sobre los otros
dos distintos delincuentes (que representan a cualquier delincuente)
que realizan su acción criminal en ese montaje secuencial. De la
oscuridad, efectivamente, surgirá para enfrentarse a los que, con
rostros pintados, variante de máscara, aterrorizan y agreden a un
hombre en una estación de metro. Surge su máscara, su identidad
enmascarada, Batman. Surge su oscuridad.
Cuando
por primera vez se vea el rostro tras la máscara, sus ojos aún
estarán tiznados con sombras negras, como lágrimas negras
enquistadas, como su mirada es una mirada que no se ha desprendido de
una pesadumbre o temor que arrastra desde su niñez. La música que
acompaña ese pasaje es Something
in the way,
la canción de Nirvana que Kurt Cobain escribió inspirado en los
cuatro meses que vivió sin hogar. Wayne es un joven huérfano que
se siente sin hogar, aunque haya heredado la riqueza familiar. Un
fantasma errante que se desquita con su acción justiciera en la
noche, porque él se define como Yo
soy venganza,
aunque dispone de los cimientos más sólidos posibles para
satisfacer esa mascarada (de tiznes dramáticos).
Wayne arrastra un dolor que no ha superado, la muerte de sus
progenitores por algún delincuente que desconoce. Cualquier
infractor es la transposición de aquel asesino que no dotó de
rostro. Esconde su rostro en un personaje que es máscara y sombra.
La misma constitución del admirable diseño visual está preñada de
sombras y oscuridad. Es probablemente la aproximación más tenebrosa
realizada a su figura, a las sombras que le definen, que aletean en
su interior como la respiración de un espectro agonizante, o la
respiración siniestra de quien supura contradicciones. Y hay acordes
musicales que recuerdan al tema asociado con Darth Vader, en la saga
de La
guerra de las galaxias.
Él es su propia oscuridad. Por eso, el trayecto del relato, que
dispone de la dinámicanarrativa más fluida y armoniosa de las
producciones protagonizadas por Batman, supondrá la confrontación
con las inconsistencias de su sombra, con su vertiente caprichosa de
adolescente que aún no se ha convertido en adulto. Un laberinto que
recorrerá mientras resuelve una sucesión de acertijos cuya
respuesta final es su propio reflejo.
Obras
precedentes de Reeves, como Cloverfield
(2008),
Déjame
entrar
(2010) o El
amanecer del planeta de los simios
(2014), se tramaban sobre la proyección de una supuración interna,
de una frustración o de un miedo. La evidencia de lo negado o
enmascarado o justificado o nunca asumido en lo propio, y que se
proyecta en lo otro. La dinámica del espejo, la afirmación en lo
otro de lo que se niega en uno mismo. Y, a la vez, la negación del
espejo, del reflejo. El otro no puede ser uno. Wayne se confrontará
con su doble o reflejo siniestro, como, en la magistral Seven
(1995), de David Fincher, el policía Somerset (Morgan Freeman) con
John Doe (Kevin Spacey), aquel que materializa, sin la contención
del metrónomo vital que nutría su templanza y ecuanimidad, su
repulsa del despropósito e inconsistencia y la cacofonía, crueldad
e inconsecuencia de la naturaleza humana. Doe utilizaba los siete
pecados capitales como inspiración metafórica para sus asesinatos,
que ejercían de crítica y expeditiva declaración de principios con
respecto a la corrupción ética del conjunto de la sociedad. Enigma,
The Riddler (Paul Dano), mata, sucesivamente, a los representantes
del poder que comparten la corrupción como condición. No es que se
hayan aliado con el otro lado de la ley, sino que realmente sirven a
quien, en la sombra, ejerce, realmente, la función de alcalde,
Falcone (John Turturro), trasunto metafórico de esta dictadura
corporativa económica que vivimos y que aceptamos tan dócil como
cómodamente. Enigma es el Otro, es aquel a quien persigue, pero a la
vez materializa su propósito, ya que ejecuta a quienes él también
persigue o combate. También materializa una venganza. Por tanto,
¿qué les separa? O más bien, ¿qué cree Wayne que le distingue de
aquel que persigue para evitar que prosiga con su propósito?. Y ¿Por
qué los acertijos que deja en cada lugar del crimen, equiparable a
los mensajes, como rastros de un juego, que dejaba Doe, remarcan que
su interlocutor es el propio Batman, esto es, la máscara de Wayne?
Tras
la sucesión de percances, o episodios, del recorrido sinuoso por un
laberinto (como el de los ratones) que le confronta con diversos
ángulos sobre sí mismo, a través de otros personajes y sus
particulares vínculos, o de sus erróneas percepciones o apresuradas
conclusiones, como pensar que el propósito de Selina/Catwoman (Zoe
Kravitz) es la codicia cuando no es sino una hija no reconocida de
Falcone que intenta encontrar (vengar) a una amiga (relacionada con
los asesinados y Falcone), Batman se confrontará con su reflejo en
el espejo, Enigma, o la resolución de su propio enigma personal, por
qué se había enmascarado para ocultarse de la confrontación
consigo mismo, con su vulnerabilidad y miedos, como si meramente
fuera la reacción caprichosa de un adolescente despechado. Enigma,
huérfano que sufrió, como tantos otros huérfanos de Arkham, una
infancia tan desdichada como precaria y rebosante de privaciones y
penurias, le confronta con su condición de huérfano criado en un
entorno no solo mullido y protegido, sino lujoso, aunque Wayne lo
niegue con su autoindulgente actitud de espectro errante que aún
llora, como niño desconsolado, la muerte de sus padres. Es un niño
que convierte sus berrinches en las acciones violentas de un
justiciero enmascarado. Su sed de venganza no se saciaba porque cada
criminal o infractor era una reedición del que mató a sus padres.
Wayne no es presentado, en este caso, a diferencia de las precedentes
aproximaciones, como un hombre que, para los demás, es un hombre
adulto seductor que vive plácidamente entre sus lujos, sino un
recluso desaliñado que rechaza la vida social, como el adolescente
que solo habita la noche como protesta por su desajuste con una
realidad que no fue complaciente ya que le arrebató a sus padres. Y
como dispone de los cimientos financieros para satisfacer sus
caprichos (berrinches) puede dedicarse a sus actividades de alado
enmascarado (o rata alada), como algunos de los delincuentes, o
adversarios, que persigue también disponen de apodos relacionados
con criaturas aladas, caso de Falcone o Pinguino (Colin Farrell),
como si la realidad, irónicamente, fuera el contrapunto de su
enajenación. Al respecto de ese enfoque de Wayne como adolescente
que aún no se ha convertido en adulto se comprende la elección de
Pattinson como protagonista, ya que fue también icono de
adolescentes con un personaje también relacionado con el murciélago,
aunque en su vertiente vampírica, en la descafeinada saga de
Crepúsculo.
La extravagancia de su condición de hombre con disfraz, o la
autocomplacencia del lamento, queda remarcada en el hecho de que el
único otro personaje que se disfraza, u oculta, es Enigma, pero su
atuendo no puede ser más deslustrado o desaliñado, su opuesto (y el
de Catwoman más que disfraz es atuendo de camuflaje con
pasamontañas, como también su mismo diseño caracterizador como
camarera ejerce de camuflaje).
Enigma
consigue que Wayne se mire de frente a sí mismo en el espejo ya que
el uno y el otro en buena medida son iguales, en cuanto a propósitos.
O los que le diferenciará, aparte de sus orígenes distintos, será
la determinación de Wayne de modificar su actitud al advertir que
para Enigma no hay límites, y pretende convertir su despecho en
desbocamiento que genera una completa destrucción (nada de
reconfiguración, sino un borrado radical del escenario de realidad):
a través de esa inconsecuencia extrema Wayne comprende su propio
desenfoque, reflejo de su emoción enquistada, o cicatriz infectada,
como representaba su propia máscara. Opta por la ecuanimidad, la
perspectiva adulta que no enfoca desde la mera subjetividad, desde el
despecho o el sentimiento de agravio. Al respecto, es significativo
que una inundación de agua, agua que supera los diques contenedores
de la ciudad, acontezca a la vez que la quiebra de los diques
interiores que convertían a Wayne en prisionero de sus mismas
sombras. El umbral que atraviesa será el rostro del secuaz de Enigma
que golpea con saña, y que, a su pregunta de quién es, dice que Soy
venganza.
Batman se golpea a sí mismo y se desenmascara. Su actitud ya no será
la del que busca meramente venganza, la satisfacción de un agravio
personal, sino la del que se decide a luchar por conseguir que la
corrupción que domina a la sociedad pueda tornarse en predominio de
la empatía y equidad. No actúa para sí sino que actuará para los
demás. La despedida de Batman y Selina/Catwoman, así como su previa
asociación o alianza, en cierta medida, recuerda a la que
establecían dos protagonistas de otra obra de Fincher, el periodista
y la hacker que encarnaban, respectivamente, Daniel Craig y Rooney
Mara, en la excelente La
chica del dragón tatuado
(2011). Ella es fundamental, como contraste, en la reconfiguración
de Batman (ya que actúa, en principio, para salvar a una amiga, pero
a partir de cierto momento también se ve ofuscada por su deseo de
venganza), y comparten sentimientos, pero sus direcciones no serán
las mismas. Batman/Wayne mira en el retrovisor a quien se aleja de un
escenario de realidad degradada mientras que él decide encarar esa
realidad que sigue infectada por el caos que no dejamos de generar
con nuestra corrupción y los desquiciamientos de nuestros
sentimientos de agravio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario