H.H. Holmes, antes de ser ejecutado en 1896, confesó haber matado a 27 personas, lo que no implica que necesariamente sea cierto. Pudieron ser más. Aunque él mismo reconociera que le cogió gusto tras realizar los primeros asesinatos, la motivación fundamental para realizar esos crímenes era el enriquecimiento mediante la manipulación y apropiación fraudulenta de seguros de vida, bienes, acciones y herencias. El cálculo y la estrategia era su motriz. Incluso disponía de un equivalente a una factoría en la edificación, que bautizó como El castillo, erigido entre 1891 y 1892, que disponía de eficaces instrumentos de asesinato y limpieza en habitaciones sin ventana, cámara de gas o incinerador para quemar cuerpos, en el que ejecutó al mismo diseñador, convertido por combinación de aceite y vapor literalmente en nada. Sacó incluso beneficio de los esqueletos ya que los vendía a instituciones sanitarias. En La manufactura de la muerte. La historia de H.H. Holmes, el primer asesino en serie de América (Errata Naturae), Alexandra Midal no enfoca en la vertiente siniestra de la abyección, sino en su relación con el paradigma funcionalista (que se inscribe a la perfección en la perspectiva de la mecanización moderna y su puesta en práctica) como una expresión de la serialidad en la que convergen la cadena de montaje y la invención del término <<asesino en serie>>. O también dicho de otro modo, en cómo la dinámica de criminal de Holmes aplica una estructura de la racionalidad y la eficacia aplicadas a lo vivo en una dinámica proveniente de un centro para el tratamiento industrial del ganado en Chicago (en donde, en 1871, ya se ejecutaban 70.000 cabezas de ganado al día). Según Midal, no es casual que el primer asesino en serie que se conoce con tal denominación surgiera en paralelo a la Revolución industrial. El primer asesino en serie de la historia de Estados Unidos pone en evidencia las consecuencias de una mecanización incontrolable y desvela su parte más cruenta.
En las páginas introductorias establece una sugerente asociación con el cine Charles Chaplin, quien había realizado una incisiva obra sobre la cadena de montaje, como vector consustancial y paradigmático, en la sociedad capitalista, en Tiempos modernos (1936), y que enfocaría al asesino en serie de Monsieur Verdoux (1947), como un hombre que trataba a las mujeres como si fueran objetos y las sometía a una circulación económica basada en el consumo, la desaparición, y la rentabilización de su capital. Había comprendido la dimensión monstruoso del asesino, idéntica a la del esquema establecido por Holmes varios años antes. Holmes era una figura fraudulenta, y seductora, que sabía cómo jugar con las apariencias, substrato fundamental de la dinámica persuasiva de la economia capitalista. Ni siquiera se llamaba Holmes. Adoptó ese apellido porque admiraba a Sherlock Holmes. Reflejaba su suficiencia. Aunque acabara cometiendo los errores que determinaron su detención, durante ocho años realizó múltiples crímenes, estableciendo una eficiente cadena de montaje, en la que incluso extraía beneficio de los residuos, o <<la pérdida creadora>>, como era el caso de los esqueletos. De la misma manera que su dinámica anticipaba la inmaterialidad de los intercambios financieros que define la fluidez circulatoria del capitalismo. La abstracción de los cuerpos desmembrados y descuartizados, a menudo recompuestos en esqueletos, refleja el orden abstracto del beneficio. Para Holmes los cuerpos eran meros instrumentos o mercancías. Por lo tanto, los otros no eran singularidades, sino cosas. El capitalismo se funda en la cosificación y la funcionalidad. La cosificación de los seres vivos resulta de la conexión entre eficacia y mecanización facilitada por la Revolución Industrial (…) la estandarización de los seres vivos una vez que el funcionalismo se ha erigido en garante de las actividades humanas (…) El asesino en serie expone el horror latente en los principios de racionalidad y ergonomía, pero desvela también cómo la violencia del asesino responde a la violencia inherente a la estandarización. La práctica de Holmes puede leerse como una especie de réplica, en el sentido sísmico del término, de la industrialización impuesta a lo vivo. Somos seres estandarizados, con nuestro correspondiente código de barras. Nuestra <<muerte>>, en cuanto neutralización, homogeneización y anulación, es más discreta y silenciosa.
La manufactura de la muerte concluye con la extensa confesión que fue publicada en la prensa. También sacó beneficio de la confesión de sus crímenes. Sus ínfulas de demiurgo, de mente aguda que sabía cómo manipular a los demás, epítome del exitoso estratega empresarial, se combinaban con la convicción en sus atributos de personaje singular. Como tal traspasaba esa línea de la enajenación mediante la que establecía las versiones convenientes, de sí mismo y de los hechos, como el más emprendedor de los empresarios moldea la realidad de acuerdo a sus intereses y propósitos. El dominio de la realidad, el control utilitarista de los otros (como sus diversos cómplices o subordinados), se basa en la sugestión que genera el control del relato. Su misma confesión podría interpretarse no como tal sino como una teatralización conveniente en la que él era el personaje protagonista. Nací con el mal dentro. Me era tan imposible no matar como para el poeta acallar el canto de su inspiración. No podía morir sin dar la imagen que prefería proyectar de sí mismo como sabía cómo proyectar la más conveniente y eficiente para seducir a unos y otras de modo tan exitoso durante tantos años. Era un individuo que de forma consciente desarrolla series y patrones productivos guiados por la convicción y la ideología que le orienta en la búsqueda de su propio beneficio. El capitalismo encuentra en el rendimiento su marco; en el diseño industrial, una expresión privilegiada; y en el asesino en serie, un estado de su producción.
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