Una de las más hermosas secuencias de Cuando el destino nos alcance (Soylent green, 1973), de Richard Fleischer es la de la muerte, o el asumido suicidio, de Sol (Edward G Robinson), en el Hogar, un centro de eutanasias asistidas, en el que expira escuchando música clásica (piezas deTchaikovsky, Beethoven y Grieg),mientras contempla imágenes de la naturaleza. Un esplendor que quienes eran más jóvenes que él nunca habían contemplado dada la degradación medioambiental (que incluso había determinado que el principal nutriente de los habitantes de la Tierra, sin que éstos lo supieran, era la carne humana). Todo ha ido bien (2021), de Francois Ozon, se centra en la decisión de André Bernheim (André Dusollier) de concluir su vida, mediante una muerte asistida (con la ingestión de una pastilla), tras sufrir, con 85 años, un ictus que le deja paralizada la parte derecha de su cuerpo. Para André vivir no es lo mismo que sobrevivir. Para él no es una vida digna su estado. Es un cuerpo que otros limpian, un cuerpo que, como un bebé, necesita de pañales porque no puede controlar la defecación. Es un cuerpo que se asemeja más a un lastre. Es un cuerpo deteriorado y averiado a la espera, meramente, de la muerte. No quiere vivir de ese modo. Para él no es vida, sino degradación y padecimiento. La naturaleza, como las montañas alpinas que contempla, es esplendorosa, pero es un prisionero de un cuerpo que ya no puede disfrutar ni sobre el que dispone de control, porque incluso hay funciones mínimas que no puede realizar. Por ello, pide a sus dos hijas, Pascale (Geraldine Pailhas) y, sobre todo a su predilecta, Emmanuelle (Sophie Marceu), que efectúen los consiguientes trámites para su muerte asistida, aunque para que sea posible deberá realizarse en Suiza, ya que en Francia no lo permite la ley.
Ozon adapta la homónima novela de Emmanuelle Bernheim, publicada en el 2013, en la que narra su personal experiencia. Pero la película es también un particular homenaje de Ozon a la escritora, fallecida en el 2017, amiga y colaboradora en la escritura de varios de sus guiones, para Bajo la arena (2000), Swimming pool (2002), 5X2 (2003) y Ricky (2007). Todo ha ido bien se centra en una decisión (que unos cuestionan y otros aceptan, y a la que algunos incluso se oponen), pero también en cómo afecta, particularmente, a quien debe decidir si respeta, y gestiona, la voluntad de su padre, o se resiste a la misma, como es el caso de Emmanuelle. En cierta evocación de su infancia, pregunta a su madre, escultora, Claude (Charlotte Rampling), por qué siempre utiliza el gris, que no es un color, y ella responde, o puntualiza, que hay muchos colores en la gama de los grises. Es la trama de las emociones, en ocasiones encontradas. Emmanuelle siente que André no fue un buen padre. De hecho, no recuerda con añoranza su infancia. Pero aún así, como reconoce, le ama. La relación con su padre está definida por esos contrastes y claroscuros. Pero también es el caso de su hermana, que se siente relegada, porque claramente su padre considera a Emmanuelle como su hija favorita. O es el caso de Claude, que sigue amando a su padre pese a que él prefiriera sus relaciones homosexuales. O es el caso del amante, Gerard (Gregory Gadebois) que no logra aceptar que él decida morir y hace todo lo que puede por evitarlo, aunque contrarie la voluntad de quien ama, precisamente porque le ama. Grises, contradicciones, paradojas.
Ozon despliega, mediante una narración fluida, su estilo conciso, sintético. Una mirada condensa la perturbación de unas emociones. Claude, en su primera visita, contempla el cuerpo deteriorado, el rostro de rasgos distorsionados (de la boca y el ojo derechos), y en su mirada bulle una cúmulo de emociones que la impulsan a abandonar la habitación. No quiere mirar lo que es la huella distorsionada, impedida, de quien amó, el reflejo de un tiempo que, también para ella, ya se precipita hacia una conclusión. En otra secuencia, la cámara panoramiza desde su rostro, en su piso, hasta una de sus esculturas, que se asemeja a un hueso. La vida despojada, vaciada. La vida que se truncó, la ilusión que ya es un cuerpo deformado. Los sueños esculpen, pero el curso de la vida, sea con la decepción o con el inexorable deterioro, corroe su hueso. De modo escueto se sugiere. El estilo de la obra rehuye toda afectación o amargura. Se mantiene la justa distancia que marca la mirada que observa con naturalidad, la mirada que asume lo que es. No porque se sufra y una vida se apague, tiene que haber ido mal. El amor, con sus claroscuros y temblores, contenidos, prevalece, como si la asistencia que se suministra para que un ser querido muera, como es su deseo y voluntad, fuera una celebración de la vida, la celebración del derecho a elegir la propia vida y la propia muerte.
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