En 1692 comenzaron los juicios de Salem. La peste que causaba estragos en Salem se extendió rapidamente por otros pueblos (…) Idénticos a perros de caza, excitados por el olor a sangre, los hombres-policía patrullaban por los pasajes y por los caminos rusales siguiendo el rastro de todos aquellos a quienes la pandilla de pequeñas embusteras, dotadas del don de la ubicuidad, denunciaba sin cesar. El ser humano, en diferentes épocas y contextos, ha tenido la tendencia a perseguir a otros (que agrupa en una categoría, sea étnica, religiosa, política o la que fuera). En aquel contexto, a quienes se denunciaba se las calificaba como brujas (o se las denunciaba porque se las consideraba brujas). Por eso, a la persecución de comunistas en la sociedad estadounidense, a finales de los cuarenta y principios de la década de los cincuenta del siglo XX, se la denominó <<Caza de brujas>>. ¿Qué era una bruja?, se pregunta Tituba una de las mujeres que fue acusada de bruja en aquellos juicios, y protagonista de Yo, Tituba, la bruja negra de Salem (Impedimenta), de la escritora guadalipeña Maryse Condé. Fue la primera que reconoció abiertamente que lo era. Según su perspectiva no debía ser perseguida ni despreciada ni temida aquella que es calificada, peyorativamente, como bruja. ¿Acaso mi capacidad para comunicarme con los invisibles, para mantener vivo el lazo con los desaparecidos, para cuidar y curar no era un don superior de la naturaleza que más bien debería inspirar respeto, admiración y agradecimiento? Los miedos y las inseguridades (que se camuflan tras la suficiencia o la soberbia) han generado muchos horrores en todas las épocas. La mente cuadriculada que se encorva en su pequeña, y restrictiva, parcela mental de maximalismos, como la mente puritana que preponderaba en aquel contexto, ha causado muchos estragos. Lo que no se ajusta a su inflexible molde es una infección, o una infracción. La virulenta tendencia del ser humano al control (o diseño de realidad) ha determinado que instituya una concepción, y por tanto mandato, de la realidad como un quiste sebaceo de convicciones que apuntala, a fuego vivo, como certezas. Y todo aquello que no encaja, o que difiere o disiente, debe ser rechazado, estigmatizado o purgado.
El relato de Tituba es el relato de una sublevación inmarcesible. Es la sublevación a toda imposición, empezando por la imposición de una vida indigna. Para una esclava, la maternidad no es ningún motivo de alegría. Supone arrojar a una criatura inocente - cuyo destino será imposible de cambiar – a un mundo de servidumbre y humillación. Aquellos que cuestionan la idea del aborto, y la asocian con el apoyo a la vida, viven en la abstracción ya que ignoran el contexto y la circunstancia. Ignoran, o meramente desestiman, con indiferencia, la mísera calidad de vida que padecerán. Anteponen la vida como abstracción o idea a la vida como especificidad y concreción. La vida sería un don si cada cual pudiera escoger el vientre de su madre. Ahora bien, verse arrojada las entrañas de una indigente, de una egoista, de una furcia vengativa capaz de hacer a su progenie los sinsabores de su propia existencia, no me parecía un don precisamente; formar parte del cortejo de los explotados, de los humillados, de aquellos a quienes se les impone un nombre, una lengua, unas creencias...¡ Eso sí que es un calvario!. Tituba representa a a quienes no dejan de rebelarse contra quienes quieren imponer su concepción de realidad, a quienes conciben a los otros como meras cosas, funciones o representaciones que se deben amoldar a su voluntad, deseo o imperativo normativo o moral. No somos pantallas que deben satisfacer a lo que esas otras voluntades proyectan, proyección que implica conversión de los otros en complaciente anuencia o perturbación según las categorías en las que sean encajadas. El ser humano se impone con sus cuadrículas, pero siempre habrá mentes como Tituba que se revelarán contra esa tendencia impositiva. Me he propuesto infundir valor en el corazón de los hombres (…) no existe una sola revuelta cuyo origen yo no haya provocado. Ni un solo movimiento de insurrección o de desobediencia que yo no haya desencadenado.
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