Una brecha en tu percepción y concepción de la realidad
puede determinar una radical modificación. Una brecha que ejerce de umbral,
como el agujero en el que se precipitaba Alicia en Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll, que, precisamente, es
mencionada en Agujero (Impedimenta), de la escritora japonesa
Hiroko Oyamada (1983). La protagonista vive un cambio de radical en su forma de
habitar la realidad. Un traslado geográfico también implica otras alteraciones
o modificaciones más sutiles. Por un
momento, tuve la sensación de que me había mudado a un lugar muy lejano en el
que el ritmo del día y de las cuatro estaciones era totalmente distinto, como
si me hubiese trasladado a Escandinavia con sus noches blancas o a alguna isla
de verano sempiterno. Se traslada a otra población con su marido, a una casa
junto a la de sus suegros, un traslado físico que supone un traslado
ocupacional, ya que implica abandonar el empleo que disponía, y eso determina
una diferente forma de habitar, o gestionar el paso del tiempo. ¿En qué se
ocupa el tiempo? ¿Qué se hace con una misma? ¿Qué yo se nos revela cuando nos
confrontamos con nosotros mismos a tiempo completo? Me pareció mentira que hasta entonces me hubiese pasado el día
trabajando, desde por la mañana hasta por la noche (…) ¿Era posible que una
misma persona pudiese pasar de una vida a otra tan radicalmente distinta así,
sin más? ¿Seguía siendo yo la misma? Descubrí que el tiempo, cuando no se
rellenaba a cada momento con planes de fecha de entrega, reuniones y días de
paga, era incapaz de mantener su velocidad.
Hay otros agujeros, otras brechas, que también ejercen de
interrogantes sobre la forma de plantear concepciones de vida que quizá sean
inercias asumidas de modo irreflexivo. Como un agujero por el que entran unas
comadrejas en un ático, tanto para la pareja que va a tener un hijo como para
la que no sabe si puede tenerlo, e incluso, al menos él (y eso abre una brecha
con su pareja), si quiere tener descendencia ¿Cuál es el fundamento de tener
hijos si se considera, desde otro ángulo, sobre qué cimientos poco consistentes
pueden edificarse las relaciones familiares? Tenemos hijos como si
funcionáramos como resortes (de nuestros deseos o impulsos), pero luego las
relaciones familiares pueden definirse por los desencuentros y los desajustes,
las colisiones y las decepciones. En suma, ¿funcionamos por mera apetencia
cuando consideramos tener descendencia? La brecha de la interrogante introduce
la perspectiva de nuestra irresponsabilidad (o falta de perspectiva). Las familias son un sistema extraño ¿no te
parece? Un hombre y una mujer, un macho y una hembra, se aparean, ¿para qué?
Para dejar descendencia ¿Pero tiene todo el mundo que tener descendencia? Para
cuidarme a mí, un hijo que no sabían si valía o no valía, mi padre se deslomó
trabajando y mi madre se vio forzada a vivir bajo el mismo techo con una señora
con la que ni estaba emparentada ni se entendía bien. Y aunque mi abuela murió
joven, mi madre tuvo que cuidarla hasta el final, y no fue una muerte fácil.
Pasaron mil cosas hasta que se murió. Y además de todo eso se ha dedicado a
servir a su suegro, un señor muy malhumorado. Es un sistema que sacrifica la
voluntad individual. Se tiene hijos como si fuera un trámite más, en el
curso de la vida, que hay que cumplir, como si fuera una apetencia, instintiva,
que satisfacer. La reflexión queda fuera de la ecuación. Es un impulso del instinto, como el pez que
salta fuera de su acuario aunque implique caer sobre tierra seca o, dicho de
otro modo, un sistema extraño.
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