Primera capa: Sangre
en el rancho (Man in the shadow, 1957), de Jack Arnold y el influjo de Solo ante el peligro (High noon, 1952),
de Fred Zinneman, el cual también se podía rastrear en Conspiración de silencio (1955), de John Sturges o El tren de las 3’10 (1957), de Delmer
Daves: un hombre que, pese a que peligre su vida, y no se vea apoyado por su
comunidad, no duda en mantenerse firme en su propósito, el esclarecimiento de
una verdad, el enfrentamiento contra quienes hacen uso de la violencia como
modo de imposición o de satisfacción personal. Segunda capa: Precedente de La jauría humana (1966), de Arthur
Penn: Un hombre, un sheriff, Sadler (Jeff Chandler), enfrentado a todo un
pueblo, más proclive a la conveniencia y a la hipocresía moral, y en donde la
figura emblemática de esa mentalidad es la de un rico hacendado, Renchler
(Orson Welles), un latifundista cuya extensión de tierras, como dice, supera a
la de 4 o 5 países europeos. Tercera capa: el conflicto étnico. Tras la
conclusión de la II guerra mundial, que supuso la victoria sobre una mentalidad
que concebía la supremacía aria sobre cualquier otra etnia, diversas
producciones comenzaron a cuestionar cómo en la propia sociedad estadounidense
existía un equivalente en un amplio sector que consideraba cómo natural la supremacía
blanca sobre cualquier otro grupo étnico, fuera negro, chicano, judío u
oriental, convicción que convertían en imposición, y categorización que
implicaba discriminación, exclusión o marginación. El hecho que desatará el conflicto en la
notable Sangre en el rancho es la
muerte de un bracero, un espalda mojada,
asesinado tras ser apalizado por un par de sicarios del ranchero (por flirtear
con su hija), aunque la orden de Renchler no implicara su muerte. Obras como la
citada Conspiración de silencio o Gigante (1956), de George Stevens, habían
puesto en cuestión esa mentalidad del hombre blanco de la América profunda,
cuyo emblema es el rico terrateniente o cacique, que desprecia, o concibe como
inferior, a quien pertenece a otra etnia, como impone su criterio sobre
cualquier otra consideración o cualquier escrúpulo. El hombre en la sombra, al
que alude el título original, puede ser tanto el bracero, porque una sombra es
nada, como el ranchero, el titiritero que, desde las sombras de su impunidad,
dicta cómo debe ser la pantalla de realidad que gobierna.
Cuarta capa: Se podría establecer una asociación entre ese sheriff que no se pliega a lo que la comunidad demanda y Puttnam (Richard Carlsson), el protagonista de Vinieron del espacio (1954), quien era calificado al principio como extraño e individualista, y después se esforzaba por comprender las intenciones de los extraterrestres frente a la desconfianza generalizada. Y también con Gunt (Audie Murphy), el pistolero que llega al pueblo, en la posterior No name on the bullet (1959), y arrastra la leyenda, para lo que no faltan diferentes versiones (sobre si tiene base real o no), de pistolero que provoca a sus elegidas víctimas, para que pueda justificar que fue en defensa propia. Para buena parte de los habitantes de Lordsburg, su sola presencia ya implica una amenaza que desata los temores y las suspicacias, con su pasado y entre ellos mismos. Por tanto, tres figuras que desentonan, evidencian fisuras en el conjunto, y plantean, por activa o pasiva, interrogantes, otras alternativas u otras actitudes.
Como las obras mencionadas de Losey, Mann y Sturges, Sangre en el rancho incide en la explotación del chicano, condenado a trabajos misérrimos, incluso como ilegal, o sino a recurrir a la delincuencia para disponer de un desahogado modo de vida. La pobreza o la delincuencia eran sus únicas dos opciones, abocados a una posición servil. Por eso, como ocurre en Sangre en el rancho, si un chicano es sinónimo de nadie ¿por qué va a importar a la comunidad la muerte de uno de ellos aunque haya sido asesinado impunemente? ¿Por qué van a poner en riesgo su estabilidad o futura opulencia económica, como también ocurría en Solo ante el peligro, por actuar de modo íntegro, por priorizar la justicia sobre la conveniencia? Sadler se revela como nota disonante y discrepante. No se plegará ni a la imposición ni a la conveniencia en cuanto comience a entrever que puede haber un crimen por la poco sutil creación de escenarios, o simulaciones de accidentes para que parezca que el bracero murió atropellado por un camión (lo que denota la suficiencia de quien plantea esa escenificación). No se dejará persuadir por las presiones de las fuerzas vivas del pueblo que contemplan la investigación como un perjuicio para la bonanza económica futura de la comarca, ya que Renchler es su principal nutriente. Ni se dejará amilanar por los atentados físicos, sea cuando manipulen su coche para que se estrelle, cuando atenten contra su casa, o sea cuando le apalicen repetidamente, incluso arrastrándole por las calles del pueblo como demostración de poder. Permanecerá firme, aunque se quede casi solo, y no sin mostrar su desprecio a unos conciudadanos que sí se indignan, por fin, cuando apalizan a un contribuyente como él, pero no, previamente, cuando la víctima era un espalda mojada, porque era un don nadie cuya muerte no debía preocupar a nadie. Como les dice, o más bien escupe con furia y desprecio, no son más que marionetas en un teatro que siguen el guion marcado por el titiritero en las sombras, el hombre acaudalado que les reporta beneficio. En este caso, a diferencia de Solo ante el peligro o las posteriores El último tren de Gun Hill (1959), de John Sturges, y La jauría humana (1966), la comunidad de Sangre en el rancho sí reaccionará y se enfrentará al dictador terrateniente blanco.
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