El título de Toda una vida (Ein ganzes leben, 2024), del cineasta alemán Hans Steinbichler, adaptación de un novela de Robert Seethler, ya indica el arco narrativo de una obra que se centra en la vida de Andreas, desde que con ocho años (encarnado por Ivan Gustafik) llega a la granja de su tío en un remoto valle de los Alpes, hasta su fallecimiento ochenta años después. Todo un trayecto de vida, en el que, durante su juventud, está interpretado por Stefan Gorski y ya en su edad madura por August Zirner. Con una notable y elíptica capacidad de condensación se nos narra la vida de quien pasa la mayor parte de su vida en ese entorno. En su vejez, decide tomar un autobús hasta su última parada, un lugar que no difiere de aquel en el que ha vivido. Otros valles, otras montañas que configuran el mismo escenario de vida. Únicamente abandonará ese escenario, pero no por voluntad, cuando sea prisionero de los rusos durante la segunda guerra mundial, unos pasajes que remarcan ante todo el aislamiento, entre los bosques. Su vida en un mismo marco. Su vida en unos mismos límites.
En la niñez es un cuerpo que sufre el rechazo. Por ser bastardo, su tio, Hubert (Andreas Lust), no le permitirá sentarse con sus hijos en la mesa, como sus primos querrán empujarle de la cama. Hasta sus dieciocho años, cuando decida rebelarse, será un cuerpo que trabaja y es castigado, con un vara, cuando comete errores. Cuando delinea su dirección de vida decide no ser lo que era su tío, un granjero, sino que decidirá trabajar en la construcción del primer teleférico. La vida se define por accidentes, y por la posición en la que te encuentras, que determina que tengas suerte o no, para no ser quien sufre la amputación de un brazo cuando caiga un árbol que están talando o sobreviva a una avalancha.
En ese trayecto de vida, que es el mismo encuadre de vida, puedes encontrar a alguien a quien amar, pero no sabes cuánto puede durar esa relación, y no precisamente por desgaste de la convivencia. Steinbichler describe con precisión esa conexión entre Andreas y Marie. Puedes sufrir el daño que inflige la vara de alguien, pero puedes encontrar la caricia de quien deseas también acariciar. Pero no sabes cuáles pueden ser los giros de la vida. Quizás, por accidentes de la vida, la caricia no puede durar, pero, precisamente, quien es cruel y usa la vara para descargar su propia amargura dura y dura décadas, aunque por su soledad ya ruegue para que usen la vara con él hasta que ya deje de respirar. Esos contrastes se reflejan con una distancia que es precisión narrativa. La esplendorosa luz y el deslumbrante paisaje son los indiferentes compañeros de viaje de las peripecias de un hombre que, con sus variantes y contextos específicos, pueden ser la de muchos otros.
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