En la secuencia introductoria de la extraordinaria La llegada (Arrival, 2016), de Dennis
Villeneuve, la voz de la lingüista Louise Banks (Amy Adams) indica que uno de
nuestros límites es cómo vivimos el tiempo, su orden. En la narración, la
alternancia de tiempos parecerá el orden que no es. Lo que creemos pasado puede
que sea futuro. Lo que parece el final quizá sea el principio. En la alternancia
de tiempos se refleja nuestra vulnerabilidad inmanente y la inexorabilidad de
la muerte. La muerte siempre nos espera. La muerte fue y será. Es pasado y
futuro y el presente brega con esa consciencia, pese a que cierta tendencia
humana prefiera vivir con la convicción de la invulnerabilidad, de que no hay
un término, de que no hay pérdida y desaparición, de que todo prosigue incluso
cuando se supera el umbral de la muerte, como si el mismo tiempo pudiera ser
vencido y conquistado. La llegada
adaptaba una novela breve de Ted Chiang, Story
of your life. En El comerciante y la
puerta del alquimista, el primero de los relatos que conforman Exhalación (Sexto piso), de Chiang, el
tiempo es vector fundamental. Por ejemplo, la idea de poder recuperar lo
perdido, o dicho de otro modo, la desazón por recuperar lo perdido: Hay cuatro cosas que no vuelven: lo dicho,
la flecha disparada, el pasado y las oportunidades perdidas. El relato se
despliega sobre ese inestable cimiento que es el remordimiento o el
arrepentimiento. La idea de poder modificar el pasado, aquel gesto, aquella
palabra, aquella omisión. Una puerta al pasado, pero también al futuro, es el
umbral para tomar consciencia de que mi
viaje al pasado no había cambiado nada, pero lo que había aprendido lo había
cambiado todo. En ocasiones lo que quizá nos faltaba era otro ángulo.
Nuestra percepción es limitada por la misma colocación en el espacio y el
tiempo. Y disponer de conocimiento de otro ángulo quizá proporcione una
perspectiva más precisa y amplia, que nos libere de la distorsión de la
perspectiva restringida. Nada borra el
pasado. Existe el arrepentimiento, existe la enmienda, y existe el perdón.
Este enfoque sobre las diferentes maneras de vivir el tiempo
evoca los magníficos relatos de Los
sueños de Einstein, de Alan Lightman. ¿Y si pudiéramos, como en un
ordenador, restaurar nuestra vida desde cierto punto, para borrar cierta acre
discusión que afectó de modo irreparable una relación afectiva, como se sugiere
en El ciclo de la vida de los elementos
de software? En La ansiedad es el
vértigo de la libertad se plantea la posibilidad de las narrativas
paralelas a través de unos dispositivos denominados prismas. La secuencias temporales de lo posible, las decisiones que
se podrían haber tomado en aquel determinado momento (que en retrospectiva
consideramos decisivo). La vida según el prisma con el que la contemplamos,
percibimos, discernimos. Cómo pudiera haber sido nuestra vida si hubiéramos
actuado de otro modo. El relato explora las brechas de esa posibilidad tan
vinculada con esa compulsiva necesidad de control de los seres humanos, aunque
sea mediante la rectificación ilusoria (virtual). Les
encontraron usos personales más allá de explorar <<lo que podría haber
pasado>>. La posibilidad de intervención en esas otras líneas
narrativas, y su misma existencia, ejerce de seísmo o desenfoque, ya que
introduce en sus vidas la idea de contingencia. Algunos experimentaban crisis de
identidad, su percepción del yo se veía mermada por las numerosas versiones
paralelas de sí mismos. Unos cuantos compraron muchos prismas y trataron de
mantener sincronizados a todos sus yos paralelos, obligando a todos a mantener
el mismo curso a pesar de que sus respectivas ramas divergieran.
¿Y si dispones de la posibilidad de pronosticar lo que te podrá ocurrir, como se plantea con el dispositivo Pronostic en Lo que se espera de nosotros? A lo largo de las semanas las implicaciones de un futuro inmutable van calando. Algunas personas, al darse cuenta de que sus elecciones no importan, dejan de tomar decisiones por completo. Como una legión de Bartlebys, dejan de participar en la acción espontánea. ¿No es la entronización del dispositivo en nuestra sociedad un reflejo, en forma de distorsión, de nuestra necesidad de control absoluto sobre la configuración de la realidad y los acontecimientos? Una necesidad, por otra parte, que se enmaraña con el autoengaño, o lo encubre, ya que quizás sea dispositivo mental humano fundamental desde el principio de los tiempos: en otro relato, Ónfalo, plantea cómo desde el principio de los tiempos el ser humano ha tenido necesidad de conquistar y dominar la naturaleza, pero también la noción de realidad a través del relato (en forma de mito o religión). Un componente fundamental para esa conquista fue la invención o creación de dioses, una manera, por extensión, de dotar de sentido externo a la realidad (y a la incógnita de la muerte). Todo se produce o realiza con un propósito externo, simplemente nos ajustamos o cumplimos o nos hacemos merecedores. Nos justificamos en un modelo (creado pero que configuramos como si fuera revelación) que nos hace sentir invulnerables (hay una continuidad del relato más allá de la muerte). Nos hace sentir que somos el centro del universo, ya que esa personalidad transcendente creada por nosotros (los dioses en forma de grupo perdieron hace tiempo vigencia) nos hace sentir que somos la finalidad de su propósito; el resto del universo es periférico, como un decorado vacío. Nos sentimos el centro escénico en cualquier escala. De alguna manera, es la oposición a la empatía (Nosotros, en cuanto humanos, somos capaces de crear un sentido para otras vidas). Pero el ser humano necesita ese control configurador del escenario de la realidad, aunque la secuencia de los acontecimientos fluya sobre lo incierto y lo imprevisible. Coincidencia e intención son las dos caras de un tapiz, mi señor. Nos puede resultar más agradable mirar una, pero no podemos decir que una sea verdadera y la otra falsa.
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