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sábado, 4 de enero de 2020

Lucy in the sky

Te miras desde la distancia, y tu realidad, la realidad que conoces, esa suma de estructuras, rutinas y (aparente) continuidad, te parece pequeña, insignificante. Una ficción cuya película se descascarilla y deja ver su arbitrariedad. ¿Por qué mantienes una relación desde hace seis años con esa misma persona?¿Cuál es el fundamento de esa realidad en la que circulabas por inercia como si cada pieza estuviera en el sitio que le correspondiera?. Forjamos la relación con la realidad protegidos por un traje de astronauta o de apicultor, sin darnos cuenta de que flotamos en un espacio irreal, un relato que hemos construido y adoptado como el que es y debe ser, como si fuera ya un presente continuo, inmunes, protegidos de los aguijones, sobre todo de los más incisivos, los aguijones de las interrogantes sobre si esa realidad en la que circulamos, y creemos conducir, no será arbitraria, podía haber sido otra, porque resulta complicado asumir que las expectativas no se cumplen y lo que quizá parecía extraordinario resulta ser ordinario, como cuando crees que te enamoras de alguien, y sientes que percibes lo excepcional que resalta en el cuadro general, y repentinamente esa percepción desaparece. ¿Estaba todo en tu cabeza?¿Dónde flotabas? Y si sientes que tu vida ya la percibes desde otro ángulo que evidencia su arbitrariedad, como si todo fuera extraño, quizá te veas impelida a la deriva, como cuando sales fuera de la nave, en el espacio interestelar, y pierdes contacto, y flotas en la nada, en la extrañeza que carece ya de contornos precisos. ¿En qué elemento te desplazas, cuál es el que habitas? Esto es lo que plantea Lucy in the sky (2019), excelente opera prima de Noah Hawley, que se saldó con un estrepitoso fracaso en taquilla, en Estados Unidos, y fue vapuleada por la crítica que, de entrada, la enfocó desde el ángulo erróneo. No es una película realista, aunque esté inspirada en un caso real, las actividades criminales de la astronauta Lisa Novak, tras que se perdiera el rumbo, y entrara en modo enajenamiento, al enamorarse del astronauta William Oefelein, e intentar secuestrar a su novia.
Hawley ha buscado otra dirección, tan singular como la que demostró en las tres temporadas de Fargo estrenadas hasta este momento, y en Legion, especialmente en su primera temporada. Es una apasionante abstracción sobre la alteración de la percepción, sobre las distancias desde las que enfocamos la vida y la realidad, y en qué medida lo que vivimos es lo que ocurre en nuestra cabeza (de lo que la vivencia del sentimiento amoroso es una de sus expresiones más emblemáticas y definitorias), y por extensión, los difusos límites entre lo real y lo ficticio sobre los que se teje nuestra relación con la realidad. En la tercera temporada de Fargo ya se jugaba desde los títulos de crédito con el título Esto es una historia real/This is a real story. Van desapareciendo las palabras, hasta que queda solo story/historia. Entre la realidad y la ficción son muy difusos los límites. De entrada, por cuanto establecemos relaciones o nos planteamos propósitos como una trama o historia, como una ficción, en donde lo consciente y lo inconsciente, lo intencional y lo no intencional, se combinan en distintos grados.
Las primeras secuencias de Lucy in the sky nos presentan a Lucy (Natalie Portman), flotando en el espacio, durante su primera misión en el espacio. Pero no es sólo una acción, es ante todo una mirada o perspectiva. En cascada se suceden imágenes de su vida en la tierra. En pocos minutos se ha establecido la ruptura y extrañeza con respecto a la relación con la realidad, esa que sentimos cuando nos sentimos fuera, desconectados, de la realidad, o entorno en el, que vivimos. Esa extrañeza empapa la narración, como una modulación que es compás subterráneo, como si se hubiera sedimentado otra forma de habitar la realidad. Fluye una narración impresionista acompasada a la magnífica banda sonora de Jeff Russo. Lucy, casada con Drew, con quien mantiene una relación sentimental desde hace seis años, se queda prendada del astronauta Mark (Jon Hamm), pero a partir de cierto momento, acompasado al creciente desajuste que siente con respecto a la realidad, se torna obsesión, y enajenación, como si fuera el vínculo con la nave, dado que ha perdido contacto con la realidad que hasta entonces era su ámbito familiar, su estructura base. Ya no siente que sea la misma, su relación con la realidad ha variado, se ha producido una desconexión. Como si se hubiera invertido su posición con respecto al resto. Ha cruzado un espejo y ya no siente, ni percibe, del mismo modo. Su percepción y concepción de la realidad se ha trastocado, pero en su desconcierto, sin aún ser consciente de lo que la supera, no sabe como encajar las piezas que proporcionen impresión de realidad equilibrada, con centro gravitacional. Ha perdido contacto con esa nave, pero cuando también lo pierde con lo que se revela que no es más que una ilusión que gestaba en su cabeza, ya que Mark no la corresponde, y sólo quería una fugaz relación epicúrea, queda a la deriva, errabunda, con los circuitos de su mente desajustados (la modificación de su aspecto, peluca rubia incluida, es su reflejo).
En su desorientación y desajuste buscó otro traje de buzo protector, la ilusión de enamoramiento, pero no era sino una búsqueda de apoyo y anclaje en la intemperie de ese espacio intermedio que implica el extrañamiento con respecto a una realidad que antes sentía como estructura base pero ahora siente como ajena y distante. Pensaba que era su guía en la reestructura de su relación de la realidad, en otro escenario codificado, con contornos y coordenadas precisas, como quien le enseña cómo dirigir la bola contra los bolos. No percibe que está viviendo una muda y transformación, como el capullo que se convierte en crisálida, generando otra relación con la realidad. Como refleja su bello plano final, la dirección que debía tomar era otra, la asunción de los aguijones de la realidad, sin pantallas protectoras, sin trajes de buzo aislantes. La mirada expuesta y desnuda, afirmada en sí misma.

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