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jueves, 23 de enero de 2020

Aguas oscuras

Una vez más, qué podemos hacer, o qué queremos hacer. En las secuencias finales de Aguas oscuras (Dark waters, 2019), de Todd Haynes, el abogado Robert Pilott (Mark Ruffalo), con rabia y desesperación, dice que El sistema está amañado, quieren que pensemos que nos protegerá, pero eso es una mentira, nos protegemos nosotros, nosotros lo hacemos, no los demás. No las empresas, no lo científicos, no el gobierno. Nosotros. Pero aún, como también expresa, los que rigen el tablero económico social, en esta dictadura corporativa que sufrimos desde hace décadas, quieren demostrar al mundo que no sirve de nada pelear. Esa suele ser la táctica recurrente. Y en este caso concreto de la empresa DuPont. Pese a la demostración de que el teflón que habían utilizado, durante décadas, en sus productos provocan múltiples enfermedades, entre ellas el cáncer, se resistían a reconocer su responsabilidad porque pensaban que las familias afectadas, alrededor de 3.500, desistirían de ir a juicio con sus reclamaciones por el tiempo que supondría si además se efectuaban, sucesivamente, de modo individual. Pero Pilott no desistió. Quiso hacer, y demostró que se puede hacer.
Dark waters adopta un molde narrativo. No difiere del que aplicó Soderbergh en Erin Brokovich (2000), también inspirado en hechos acaecidos. En este caso, la extraordinaria dirección de fotografía de Ed Lahmann está definida por una iluminación apagada, como un cielo nublado, o una realidad que estuviera inundada. La narración sintetiza un proceso que duró muchos años. Comienza con el detonante que encendió la mecha de una mente que sí se compromete con la realidad, que no meramente se conforma con una posición cómoda, en ejercer una vida de trámite. Cuando, en 1998, Tennant (Bill Camp), un granjero de Parkersburg, Virginia, le informa de las muertes que sufre su ganado, nada menos que 190 en dos años, por lo que él cree contaminación irresponsable en las aguas del río por parte de la corporación DuPont, Pilott se implica pese a que él sea, precisamente, abogado defensor de corporaciones. Comienza a advertir un reguero que es un hilo que dirige a actividades tan irresponsables como indiferentes ejercidas con la arrogancia de quien se cree impune. Un caso más de los que, en las últimas décadas, han realizado. en pos del beneficio económico, empresas ajenas a las consecuencias en el medio ambiente o cualquier ser vivo. Pilott se topa con una incógnita, cuatro letras, PFOA, un componente médico que no consta ni en los textos de medicina. El nombre de camuflaje, el caballo de Troya, que introduce en nuestras vidas la enfermedad a través de los objetos cotidianos. ¿Cuántos utensilios que usamos son de teflón? Un componente químico que primero se utilizó en tanques, y se convirtió en destructor de nuestros organismos, porque, además, nunca abandonará nuestro riego sanguíneo. Por supuesto, con su conocimiento.
La narración narra el esfuerzo de este hombre que prefirió no apoltronarse en su cómoda posición de esbirro de las corporaciones y decidió convertirse en detective que averiguara qué era lo que utilizaban, y después sortear sus dificultades para que encontrara las evidencias que expusiera su actividad criminal. Si habían ocultado, como si no existiera, lo que es ya parte contaminada de nuestro organismo, cómo no iban a interponer obstáculos para que no encontrara las pruebas que pudiera presentar a juicio, como consiguió, apoyado en los estudios, durante siete años, de un grupo de toxicología, que concluyó que el PFOA genera cáncer renal y testicular, colitis ulcerosa, enfermedad del tiroides o colesterol alto, entre otros efectos. El primer litigio se interpuso en el 2001, representando a 70.000 habitantes de la zona. En el 2013 cesó la producción del PFOA, y en el 2017 reconoció su responsabilidad con respecto a la salud afectada de las 3.500 que habían presentado litigio, aunque ya esté en la sangre del 99% de la población mundial. La medida narración impresionista, escanciada por las bellas composiciones ingrávidas de la banda sonora de Marzelo Zarvos, y esa iluminación y textura cromática de mal sueño o vida que se sustrae lentamente (como así nos la han ido apagando la irresponsable actividad de tantas empresas), también parece reflejarse en el gesto dolido, y a la vez determinado, de la gran interpretación de Mark Ruffalo. En su mirada se combina la constreñida desesperación y la firme actitud que no cede al desaliento. La demostración de lo que sí podemos hacer cuando sí queremos. Un fragmento de la excelente banda sonora de Marzelo Zarvos

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