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miércoles, 30 de octubre de 2019

Terminator: Destino oscuro

¿Cómo insuflar vitalidad a una franquicia cuya última producción, Terminator: Genesys (2015), de Alan Taylor, había sido fracaso tanto económica como creativamente, dado que era un mero, e insulso, refrito de las dos primeras películas, rodadas en 1984 y 1991, por James Cameron? A ese cómo se podía unir la pregunta por qué dado que parecían encontrarse con un callejón sin salida, o encasquillamiento de inspiración.Terminator 3: Rise of the machines (2003), de Jonathan Mostow, habia sido estimable, pero más bien un engranaje, una reformulación de una ecuación desprovista de emoción, y Terminator: Salvation (2009), de McG, había buscado otra dirección (también de línea temporal) pero no fue precisamente la del ingenio. Una circunstancia, la subida al poder de Donald Trump dotó de contornos a la inspiración, cuando comenzó a perfilarse Terminator: destino oscuro (2019), de Tim Miller. La mujer a salvar y proteger sería una mejicana, Dani (Natalia Reyes), lo que, entre otros detalles, propiciaría la correspondiente secuencia de cruce clandestino de la frontera estadounidense. Por pasiva, se señalaba la causa de una degradación que dirige al desastre.
Para dotar de la emoción se decidió que fuera la continuación de Terminator: el día del juicio final (1991), lo que implicaba recuperar al personaje de Sarah Connor (Linda Hamilton), quien aportaría el desgarro, la furia y la desesperación, que imprimió a aquella notable obra (las imágenes introductorias son, precisamente, las de una sesión, o un interrogatorio, que, en aquella película, sufre en la institución psiquiátrica en la que había sido recluida). No se incurre en la mera fotocopia de situaciones, como en Terminator: Genesys, película clónica desvitalizada, sino que esa recuperación amplifica esa desesperación, por cuanto evidencia que, como es recurrente en el ser humano, no se aprende de los errores. Si en aquella película se conseguía neutralizar el apocalipsis provocado por la inteligencia artificial de Skynet, el futuro sigue siendo igual de oscuro y siniestro porque el ser humano no aprendió y propició la combinación de factores que derivaran en parecido desastre y el dominio purgador de otra inteligencia artificial. Si se combina con el hecho de que la mujer perseguida por el terminator enviado para eliminarla sea mejicana, y que la segunda parte transcurra en Texas, un estado en el que, como se señala, gusta disponer de muchas armas, se reconfigura, metafóricamente la película socio política que domina la sociedad que se pretende denunciar, o contra la que se posiciona: Esa película despreocupada con respecto el maltrato al medio ambiente porque se priman los beneficios de las grandes corporaciones que nos venden ilusión de control, confort e inmunidad, servidos por múltiples dispositivos y máquinas.
Terminator: destino oscuro aplica parecida plantilla, con recurrencias estructurales de repertorio, como la aparición de los dos enviados del futuro, una para proteger, Grace (McKenzie Davies), otro para eliminar, Rev-9 (Gabriel Luna), y una violenta y larga secuencia de persecución. Pero, a diferencia de los dos últimos intentos de repetir la formula, los personajes están dotados de más sustancia, o la narración se ve impregnada de sombras que propician un cierto relieve dramático. Esas sombras se extienden al diseño visual, en el que priman las penumbras, como es el caso de la primera secuencia, en el motel, en el que concurren, y discuten, las tres mujeres protagonistas. Cada una dispone de su propio conflicto, que arrastra, en particular Grace y Sarah, y a su vez la relación dispone de sus vaivenes y tensiones. Y, por añadidura, se plantean singulares paradojas, como la que representará el personaje de Arnold Schwazenegger, el cual complejiza esa línea de sombras que se revela como la más sugerente de la narración, ya que logra dotar de centro de gravedad y cuerpo a los numerosos despliegues pirotécnicos de destrucción, tiroteos, peleas y persecuciones. La primera aparición de Sarah, cargada de poderosa emoción, resulta emblemática. Esta película no es sólo un eficaz engranaje, sino un acto de protesta y resistencia. Aunque, probablemente, como tan poco aprendemos, no será el último.

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