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jueves, 30 de agosto de 2018

Mamá y papá

Los sótanos de las frustraciones. Un día descubres que ya no eres Brent (Nicolas Cage) ni Brenda (Selma Blair), sino mamá (mom) y papá y (dad). Un día te percatas de que hace cuatro días eras como tus hijos, la adolescente Carly (Anne Winters) y Josh (Zackary Arthur), de doce. Tenías su edad, te sentías como ellos, y ahora eres un hombre gordo, calvo, que cobras aún menos que hace unos años, que no has realizado nada de lo que soñabas. Construyes en el sótano un billar, pero sabes que no recupera nada de lo que no has sido, como los hay que ahogan en la embriaguez la insatisfacción. Lo que no fuiste ni lograste, frustración que también comparte tu esposa Brenda, quedó relegado a un invisible sótano. Te convertiste en una bola de billar que la vida no ha dejado de introducir en un agujero negro. Mamá y papá (Mom and dad, 2017), de Brian Taylor, hiperboliza esa frustración, con los colmillos de una mala leche aliñada con ácido corrosivo. Una comedia de terror que destripa una insatisfacción que se retiene como una infección. La hipérbole: un estallido generalizado de padres trastornados, como si la película de la normalidad, de la vida corriente, se tornará grito desquiciado, como la nieve en el televisor. Ya no hay canal que seguir con las rutinas de cada día. La frustración se torna deseo de matar a los propios hijos, a aquellos que les recuerdan que ya no son jóvenes sino adultos amargados que sienten cernirse el declive que ya no habrá gimnasio ni cirugía que pueda reparar ni siquiera disimular. El deterioro del organismo es inevitable, y la modificación o transformación del escenario de vida no resulta factible. Se es lo que se es, no lo que se soñaba con ser, por muchos lujos de bienestar material que rodeen como decorado de una vitrina aséptica, la mordaza con la que se disimulan los gritos de impotencia y rabia contenidos en los sótanos.
Ese cortocircuito, ese sentir que fue hace cuatro días cuando eras joven pero ya eres un adulto que comienza su declive décadas después, se refleja en una ingeniosa idea narrativa. El curso de los acontecimiento, la progresiva enajenación de los progenitores que les determina a matar a sus hijos aunque incluso sea un bebé que acaba de dar a luz, se combina, o más bien interrumpe, con breves y significativos flashbacks, elocuentes vueltas atrás en el tiempo que tanto evidencian lo que se contiene o disimula, la frustración, como sirven de contraste, entre lo que fue y lo que es la relación entre los progenitores e hijos, o revelan la graduación de un deterioro, los indicativos de esa furia filicida en progreso, las exasperaciones, a veces sólo atisbos en una mirada de ira que quisiera convertirse en puño que destroza un cráneo, que se acumulan como incrustaciones que cada vez pesan más. Al fin y al cabo, sienten que fue su vida fue interrumpida, abducida o secuestrada por los hijos, como si se hubieran convertido en figuras periféricas suministradoras.
La narración alterna perspectivas, pero preferentemente las de la madre y la hija, Brenda y Carly. En principio ya han quedado patentes las diferencias entre Brenda y sus padres. Tanto con su padre, porque no acepta a su novio, como con su madre, con quien el canal de comunicación se cortocircuitó ya hace un tiempo, vertiente que conecta con los reflejos tenebrosos de la adolescente, también en desencuentro con sus padres, de Los extraños: Cacería nocturna (2017), de Johannes Roberts, en la que los crueles asesinos que justifican sus asesinatos con un ¿por qué no?, se podrían considerar los fantasmas siniestros del resentimiento de la hija. Los desplantes y desprecios de la adolescente, Brenda, amplifican la impotencia y la amargura de sus padres, porque acentúan la consciencia de la frustración de una vida relegada al cuidado de los hijos que no encuentra gratitud ni reconocimiento sino el escupitajo de la renegada. Y Mom and dad se hace eco de la virulencia latente en ese desencuentro en forma de hipérbole perversa, que no resulta complaciente ni siquiera con un final que no sólo no es conciliador ni reparador sino que carece clausura definida. Porque la pesadilla permanece larvada en los sótanos.

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