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jueves, 25 de enero de 2018
Charada
Hay películas cuya revisión suscita el mismo placer que cuando en el colegio sonaba el timbre que indicaba que era la hora del recreo. 'Charada'(Charade, 1963), de Stanley Donen, es una de ellas. Una comedia de intriga, o una intriga de comedias, o difusas representaciones, cuyo inevitable desenlace acaece en un un teatro, en el que las trampillas tendrán papel crucial, como de un modo figurado lo han tenido durante una narración en la que realidad se ha definido por su condición movediza y oscilante más que asentada firmemente en las certezas. Por eso, no deja de ser significativa la presencia de un teatro de marionetas, en un escenario de realidad en el que no sabes quién mueve los hilos o pulsa la trampilla. Todo es imprevisible, no sabes cuáles son los límites entre el rostro y la máscara. El detalle mordaz o excéntrico convive con el romántico y el siniestro incluso en una misma secuencia. En un momento dado estás jugando a pasar a otro una naranja sin usar las manos y en el siguiente te están echando amenazadoramente cerillas en el regazo. Sin duda la realidad parece un juego en el que no es fácil desenvolverse, cuál código de circulación trastocado, y a la vez corres el riesgo de que te queme, como la atracción amorosa que siente Reggie (Audrey Hepburn) por Peter Joshua/Alexander Dyle/Adam Canfield/Brian Cruikshank (Cary Grant).
A su primer encuentro, o flirteo, en particular, por parte de ella, precede una falsa amenaza. Una pistola le apunta, pero no es sino un chorro de agua lo que impacta sobre su rostro. Era la pistola de juguete de su sobrino. En el primer diálogo que mantiene con Peter Joshua le dice que se aparte para que pueda ver las vistas. Pero el personaje de Grant no dejará de impedir que tenga la vista completa o precisa. La primera vez que aparece en su casa, que ha descubierto vaciada (como un escenario desmontado, como su propia vida hasta ese momento), su rostro está en sombras. Sobre esa sombra proyectará tanto como intentará descifrarla. Se siente atraída, pero no logra estar segura no sólo de quién es, cuál es su nombre verdadero, sino de qué intenciones tiene, qué papel juega en el laberinto o espiral de la función, o representación, en la que resulta complicado discernir quién es quién, como quién era realmente su mismo marido, que acaba de morir, o si cada uno es lo que parece, del mismo modo, que para su desesperación y perplejidad todos parecen pensar que ella sabe dónde está el dinero que buscan: la idea del laberinto y de la espiral ya se remarcan en los estupendos títulos de crédito animados de Maurice Bender. Lo que parece una amenaza quizá no lo sea, como esa pistola de agua, o la sombra que entorpece el discernimiento de quién es, qué siente y qué intenciones tiene el personaje de Grant. Hay sombras enigmáticas y sombras sí inquietantes, amenazadoras. Es un teatro de marionetas, como aquel con el que disfrutan los niños en el parque, pero los golpes sí duelen y hieren. 'Charada' fluye sobre esa alternancia o dualidad (¿paradoja?) con modélico equilibrio de funambulista.
Reggie nunca está segura de quién es y qué papel juega en la intriga el personaje de Grant, como sus sucesivos cambios de nombre, identidad fluctuante a quien en un momento admira con expresión arrobada y en otro mira como una posible amenaza, un posible peligroso asesino. Es lo que tiene sentirse vulnerable cuando te enamoras, que llegas a pensar que quien amas puede ser una ominosa amenaza. Aunque se comporte como un caballero y duerma al otro lado de tu puerta y acuda presto cuando gritas. Pero esa incertidumbre no logrará desdibujar la magia que sientes cuando fluyes junto a él en un barco en el Sena. El amor puede ser un escenario un tanto desconcertante, porque no mucho después huirás de él por el laberinto de pasillos y andenes del metro porque piensas que pretende atentar contra tu vida, no salvarte. En cambio, no dudas en fiarte de que quien se presenta como representante de la ley, con esas siglas que confundes, y crees que son CIO en vez de CIA, Bartholomew (Walter Matthau), quien, conteniendo su exasperación, durante unos segundos, silenciosamente, intenta fulminarte con la mirada antes de corregirte. Crees que es quien dice ser, quizá porque no sientes nada por él, cuando resulta ser la amenaza más letal entre los que la rodean, incluso entre los que sí son tan amenazadores como parecen, aunque parezcan surgidos de algún dibujo animado, como es el caso de (Tex) James Coburn, quien parece un inquietante trasunto de Bugs Bunny, Scobie (George Kennedy) y su garfio ( brillantemente coreografiada su pelea con Grant en la azotea, con el neón como compás musical a golpe de garfio) o Gideon (Ned Glass), el hombre que estornuda hasta cuando va a ser asesinado. Por eso, la resolución debe ser en un teatro, tras que las máscaras se levanten, y se revele la verdadera naturaleza de cada uno.
Peter Stone y Marc Behm escribieron un guión que titularon 'Unsuspecting wife' (Esposa nada suspicaz), pero ninguna productora mostró interés, por lo que optaron en convertirla en novela, que titularon 'Charada', la cual fue publicada por entregas en la revista 'Redbook'. Los siete Estudios que antes la rechazaron ahora sí mostraron interés, y los derechos fueron adquiridos por Stanley Donen. Stone ajustó el guión a sus dos protagonistas, en especial a los requerimientos de Grant. Este había rechazado, en ocasiones previas, ser la pareja romántica de Audrey Hepburn, de 'Vacaciones en Roma' (1953), de William Wyler, a 'Ariane' (1957) pasando por 'Sabrina' (1954), ambas de Billy Wilder, por la diferencia de edad entre uno y otra. Si en esta ocasión, él con 59 y ella con 33, aceptó fue porque exigió que la parte activa o más directa en la relación fuera el personaje femenino, por lo que se modificaron los diálogos: por un lado, el personaje de Grant remarca explícitamente su edad en cierto momento, y por otro, se traspasaron al personaje de Reggie algunas frases escritas para el personaje de Grant. Grant quedó tan satisfecho con la colaboración con Audrey Hepburno que quiso repetir, pero no consiguió, pese a su sugerencia, que la eligieran para 'Operación Whisky' (1964), de Ralph Nelson. Henry Mancini compuso otra excepcional banda sonora, que ya desde los títulos de crédito te cautiva para sumergirte en esta risueña y tenebrosa danza, fotografiada con maestría por el gran Charles B Lang, que es una deliciosa alquimia, de vivacidad exuberante, entre las comedias de Howard Hawks y el cine de Alfred Hitchcock. De hecho, en su momento, hubo quienes pensaron que era una obra de Hitchcock. Esa confusión propició que fuera considerada, después, la mejor película de Hitchcock que Hitchcock nunca hizo. Aunque hay que remarcar que Donen había realizado dos agudas comedias sobre la espesura de sombras en la que los contendientes sentimentales pueden extraviarse, en distintas etapas de su relación, como 'Indiscreta' (1958) y 'Página en blanco' (1960), y realizará otra posterior, esta sí con dosis más acidulada, 'Dos en la carretera' (1967).
Simplemente excelsa la banda sonora de Henry Mancini
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Estamos ante una genial comedia de suspense en la que el espectador, del mismo modo que su atribulada protagonista femenina, se ve atrapado en un constante dilema entre lo aparente y lo real. Este film representó probablemente la cumbre en la carrera de Stanley Donen, pudiendo ser considerado también, si se quiere, un homenaje al cine de Hitchcock sin que por ello el autor de "BÉSALAS POR MÍ" renunciase a su depurado estilo, perfectamente reconocible en una puesta en escena elegante y cristalina en la que el preciso juego de la cámara y una estilizada dirección de actores (maravillosa química entre Grant y Hepburn) imprimen musicalidad al impecable ritmo de la película, gozosa obra maestra para –como apuntas en el comienzo de tu post– disfrutar de su visionado una y otra vez.
ResponderEliminarTres años después, Donen volvería a tocar el cielo con "DOS EN LA CARRETERA".