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viernes, 3 de febrero de 2017

Felices sueños

Deseas que una voz te arrulle y te desee unos dulces y felices sueños, pero la realidad no deja de jugar al escondite, como una sombra al acecho que te mantiene despierto como si tus párpados no pudieran cerrarse. Desearías que la realidad fuera una limpia zambullida desde las alturas, esas en las que parece que los sueños se columpian como una promesa que te mantiene alejado de los accidentes a ras de suelo. El trayecto parece una recta, y parece que fluye. No hay astillas que se claven en tu respiración y se convierta en ansiedad que te abruma y te hace sentir que tu realidad se colapsa porque no pareces encontrar el reposo anhelado, esa pacífica residencia en la que te sientas sencillamente conciliado, sino un vértigo que no deja de asomar el ataúd en que puede convertirse la realidad en cualquier momento. Porque no hay inmunidad, sino una vulnerabilidad expuesta a cualquier derrumbe. No hay saltos limpios desde las alturas que serán emoción que fluya sino saltos que se precipitan en el vacío por desesperación o impotencia. El trayecto narrativo de 'Felices sueños' (Fai bei sogni, 2016), de Marco Bellocchio, es sinuoso y fracturado. Los tiempos se combinan como astillas que reflejan esa fisura en la forma de habitar la realidad que siente Massimo (Valerio Mastandrea).
Retorna para confrontarse con el hogar en que vivió su infancia, un espacio desordenado, abandonado, de objetos y recuerdos que ya son despojos pero también señales en la oscuridad de la evocación que hace tambalear el presente porque esté está edificado sobre frágiles cimientos. Y es una realidad individual, la de Massimo, pero puede ser la de muchos, como esas pantallas de televisor que puntúan como contexto las décadas en las que transcurre una vida que puede ser cualquier vida. No hay inmunidad: quien ha edificado un imperio por su hábil dominio del escenario de las inversiones, porque nunca ha tenido miedo a perder, puede ser testigo de cómo toda su realidad se desmorona. La realidad es indiferencia y manipulación: muchas miradas parecen atrapadas en pantallas, mientras no dejan de proyectarse violencia que desgarra y mutila cuerpos, porque el comportamiento tribal, visceral, sigue conviviendo con la fascinación y el ensimismamiento con la tecnología: ¿por qué no manipular un encuadre para fotografiar a un niño absorto en su video juego con el cadáver de su madre a su espalda? Massimo es periodista, es un ojo que registra y narra, con gula de ser el objetivo que adquiera notoriedad al captar una imagen o una declaración de excepción; posee una capacidad de manipulación emocional con la escritura que puede propiciar complaciente consuelo pasajero en los lectores aunque estos, tras finalizar la lectura, quizá se arranquen las entrañas con una discusión más.
Massimo fue un niño que perdió pronto a su madre. Fue un niño que pronto sintió intemperie, soledad, desamparo que intentaba contrarrestar con las fantasías, con la figura imaginaria de Belphegor (aquella siniestra imagen de una película en la pantalla en blanco y negro), quien le suministraba seguridad. Intentó encontrar esas sensaciones en otras ritualizaciones de complaciente consuelo, como el fútbol o la religión, con vítores en un estadio o luces de velas en la oscuridad de una iglesia, como si pudiera encontrar sino respuestas al menos alivio. Pero sus emociones no fluían, sino que gritaban desesperadas, como la mujer en la piscina, en 'La mujer pantera' (1943), de Jacques Tourneur, que siente entre las sombras una amenaza indefinida. Pero un día sí descubrió que se puede sorprender, entre realidades que se asemejan más a disparos u oscuridad, un cuerpo que destaca del resto y salta desde las alturas para zambullirse como una recta precisa en el agua, y entonces sentir que fluyes, y que te desprendes de las astillas que parecían colapsar la respiración. Siente que sí puede descansar su mirada. Siente por un instante que los dulces sueños son posibles. Siente que puede recuperar el impulso de bailar sin temer que su conclusión sea una caída que sea colisión, disparo u oscuridad, sino más bien, de nuevo, abrazo. Aunque, probablemente, la realidad no dejará de jugar al escondite.

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