Misterio en Venecia (A haunting
in Venice) es la tercera ocasión en que Kenneth Branagah interpreta
a Hércules Poirot y dirige una adaptación cinematográfica de una
novela de Agatha Christie, en este caso una de sus menos populares,
Las manzanas (Hallowe'en party), publicada en 1969 (una adaptación
que implica numerosas modificaciones). Como se refleja en las
primeras secuencias, Poirot se encuentra en una circunstancia de
pérdida de entusiasmo e interés en la actividad detectivesca. Se ha
enclaustrado en su propio mundo, o su propia celda, en Venecia, con
Vitale (Ricardo Scamarcio), un antiguo inspector de policía como
guardaespaldas, quien ahuyenta a los más insistentes de quienes
requieren su ayuda en la investigación de una circunstancia criminal
que les afecta. Poirot ya no quiere que nada le afecte más, no cree
en nada, como si la realidad fuera una ciudad sin cimientos sólidos.
No siente ya el incentivo de desentrañar una incógnita. Piensa que
la realidad es un mero engaño. Precisamente, será arrancado de su
enclaustramiento vital por una amiga, la escritora Ariadne Oliver
(Tina Fey), y si lo logra es porque el incentivo es un desafío que
supone desentrañar un engaño, acorde a la forma de pensar de
Poirot. El reto supone asistir a la sesión de una medium, Joyce
(Michelle Yeoh), en un escenario, un edificio en el que hay quienes
piensan que habitan fantasmas de unos niños que fueron abandonados a
su suerte tiempo atrás. Y la sesión, precisamente, está planteada
para realizar el contacto con la hija fallecida de Rowena (Kelly
Reilly). Es decir, la actividad y la leyenda del edificio redundan,
para Poirot, en la relevancia de la sugestión en la creencias, y por
tanto, convicciones, de los seres humanos, siempre en función de
unas necesidades.
El planteamiento del excelente diseño
visual es tenebrista. La acción transcurre durante la noche de la
celebración de Halloween. Los encuadres, en numerosas ocasiones,
parecen desencajados, por el uso de grandes angulares, como si se
remarcar la distorsión, por un motivo u otro, de la sugestión, la
alteración de la percepción y, por extensión, concepción de los
hechos, como reales y efectivos, aunque su mediatización sea la
enajenación. Es un planteamiento estilístico de cariz histriónico
cuya pertinencia quedará evidente, de modo más explícito, durante
la resolución. Pero durante el desarrollo, Poirot parecerá fluctuar
entre el mantenimiento de sus convicciones y la ofuscación de
ciertas circunstancias extrañas, perturbadoras, que parecieran
indicar actividad o presencia sobrenatural. La interrogante sobre si
de algún modo sí será real lo que él cree que es mera ilusión,
escenificación o (auto)engaño, se debate con el esclarecimiento de
esos extraños fenómenos que quizá sean percibidos por el influjo
de alguna circunstancia que determine esa provisional sugestión. Los
cimientos de la realidad parecen difuminarse en la ambivalencia para
el mismo Poirot, aunque durante el mismo proceso sí vaya
desentrañando engaños o escenificaciones con clara intención
embaucadora y, por supuesto, resuelva la autoría de los diversos
crímenes.
Como en la obra anterior, Muerte en
el Nilo (2019), también con guion de Michael Green, busca un
hilo conductor que implique una modificación en la actitud de
Brannagh. En aquel paso su relación con un amor frustrado con
respecto al cual el bigote (o su ausencia) adquiría una condición
emblemática. En Misterio en Venecia, ese proceso está
sostenido sobre la recuperación de un entusiasmo vital, como la
ascensión de un sótano a una azotea (escenario en el que concluye
la narración). Recobra el impulso de acción o entusiasmo vital para
volver a implicarse en los vericuetos laberínticos que implica la
resolución de unas incógnitas en un caso criminal, con su capacidad
de observación de que desentraña contradicciones, escruta las
fisuras de las apariencias (los fingimientos) y advierte los deslices,
esos pequeños detalles que dejan en evidencia una estrategia o una
táctica tanto para la realización de un crimen como para su
ocultamiento. En este caso, se incide en la atmósfera tenebrista
acorde a su proceso de confrontación con los abismos de la pérdida
de incentivo vital, en cuyos pozos parece haberse quedado cautivo en
su encierro vital como quien piensa que hay que mantener distancia
con la vida y sus recurrentes engaños, como la misma creencia en
entidades sobrenaturales, invención causada por nuestra incapacidad
para asumir las responsabilidades de nuestras acciones y omisiones.
Su modificación de forma de habitar la realidad implicará la
recuperación de la relación con la realidad como una espesura de
incógnitas que desentrañar. Afinar la agudeza de la observación
implica afinar el discernimiento de lo real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario