En la secuencia introductoria de Blue Jean (2022), opera prima de Georgia Oakley, Jean (excelente Rosy McEwen) se tiñe el pelo. Jean es profesora de educación física en un colegio de Newcastle en el que no comparte con sus compañeros de trabajo que es lesbiana. De alguna manera, se tiñe en su forma de presentarse ante los demás, para aparentar lo que no es, para sentirse integrada y no sentirse estigmatizada, e incluso, perder su trabajo. Actitud que difiere de la de su pareja, Viv (Kerry Hayes), quien no se camufla en ninguno de los escenarios sociales que configuran su vida. Jean compartimenta, por eso nunca socializa con sus compañeros de trabajo. Fuera de éste, disfruta del tiempo de ocio con su novia y amigas lesbianas. Vive vidas separadas. En las secuencias iniciales, contempla en la televisión imágenes de un concurso, Blind date, en el que hombres y mujeres, heterosexuales, buscan pareja, así como intervenciones de políticos, que se sucederán a lo largo de la narración, condenando la homosexualidad, a la que califican como opuesta a lo que conciben como normal (legítimo, deseable, ejemplar). En 1988, el año en el que transcurre la narración, se discutía la aprobación de la ley Sección 28, que prohibía la promoción de la homosexualidad (ley que, tras ser aprobada, se mantendría vigente hasta el año 2000), como si fuera una decisión que se pudiera adoptar. Influía en el sistema educativo porque alentaba los abusos y podía propiciar que se pudiera calificar como inaceptable (en términos de configuración familiar), o que directamente se condenara, aún más cuando parecía asociarse con los comportamientos depredadores sexuales pedófilos. En esa circunstancia, hubo quienes, como Jean, optaron por mantener una doble vida, dos narrativas en paralelo, que implicaba fingimiento y negación en los escenarios sociales en los que podía ser rechazada, fuera en el laboral o en el familiar (aunque la hermana de Jean lo intuye, e incluso se lo plantee con naturalidad).
El tratamiento realista y las convenciones dramatúrgicas pueden entrar en conflicto o quizá convivir en funambulista armonía. En el colegio no falta la alumna que rezuma arrogancia y que acaudilla el correspondiente grupo que se ríe de alguien, otra chica, es decir, que disfruta humillándola. Es el caso de Siobhan (Lydia Page) que no se cansa de provocar o intentar humillar a la chica nueva, Lois (Lucy Halliday), y más aún cuando sospecha que puede ser lesbiana. Es un recurso dramatúrgico convencional, en cuanto frecuente, aunque refleje, tristemente, una realidad recurrente. Lois, por su parte, ejerce de contrapunto, en la senda de Viv, para Jean, porque no se ve lastrada por los mismos temores. Incluso, en el mismo pub que frecuenta Jean, Lois no duda en entablar amistad con las amigas de Jean, para consternación de ésta, ya que quiere mantener separadas sus dos realidades, la natural y la prostética. El desarrollo de ese conflicto entre alumnas, como se puede prever, ejercerá de puesta a prueba de la capacidad de Jean para ser consecuente con lo que es y piensa o si, por el contrario, se pliega a la máscara conveniente con la que se amolda a lo que demanda la sociedad tanto como normativa como normalidad (por tanto, legitimada).
Ese dilema, o la decisión por la que, en primera instancia, se inclina, deparará unos pasajes de cariz impresionista, potenciado por el uso expresivo del diseño sonoro, que reflejan los forcejeos emocionales de Jean. Destaca un excelente movimiento de cámara de retroceso que la reencuadra con sus compañeros de trabajo en un bar, el cual condensa su provisional claudicación. Por fortuna, dramáticamente, no se busca la vía convencional que busque la resolución de la circunstancia, ni siquiera en términos de justicia poética, sino que ahonda en las contradicciones de Jean y en su proceso de confrontación con las mismas como tránsito de muda vital que supone modificación de actitud, o un paso crucial en en ese proceso. La circunstancia, externa, no variará, y los desafíos seguirán siendo los mismos. La diferencia reside en quién no tiene miedo de las reacciones de los otros y quién sí se encorva y esconde para evitar las burlas o los desprecios. De ahí, la liberación que supondrá para Jean reconocer que es lesbiana, y además de modo espontáneo, en uno de esos escenarios sociales en los que solía disimular: su reacción mezcla de llanto y carcajada condensa de modo elocuente esa catarsis: el contrapunto visual de unos caballos en el prado es elocuente reflejo pero, de nuevo, colinda con la convención. Aunque sus secuencias finales culminan, con sucinta belleza, una catarsis emocional a través de miradas sin necesidades de subrayados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario