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lunes, 5 de febrero de 2018

Barrabás

'Barrabás' (Barabbas, 1961), de Richard Fleischer, es una magnífica obra tramada sobre las interrogantes, las que hierven en las tinieblas a las que se ve condenado a vivir alguien que fue elegido para vivir en detrimento de aquel que representaba 'la luz', Jesucristo. Alguien que era una figura insignificante, marginal, se convierte en indeseado símbolo, un estigma que es condenación. ¿Fue el azar o su papel en la representación implicaba algún sentido? Barrabás oscilará en la narración entre su escepticismo, el cuestionamiento de esa 'mitificación' que nutre las convicciones de todos aquellos que le rodean y por la que darán hasta su vida, y su búsqueda de un sentido, si alguna misión le es destinada en la vida. Aquella liberación, su salvación por la muerte de Jesucristo parece dotarle de un don, ya que parece resistir a la muerte sea la adversa circunstancia que viva (y a la que sobrevive aunque parezca inusitado), lo que lo convierte en leyenda, pero él a la vez siente que constituye su vida en condena, un calvario en vida. Un personaje fascinante, como los de otros personajes de este gran cineasta, retratista como pocos de las tinieblas humanas, sean los que viven atrapados por ellas como los asesinos de 'Impulso criminal' (1959), 'El estrangulador de Boston' (1968) o 'El estangulador de Rillngton place' (1971), el arribista de 'Duelo en el barro' (1959), el vikingo que encarna Kirk Douglas en 'Los vikingos' (1958), preso de su visceralidad, Nemo en '20000 Leguas de viaje submarino (1954), prisionero espectral de su pesadumbre que ha tornado furia vengativa, o personajes entre las luces y las sombras como los que encarnó George C Scott en 'Fuga sin fin' (1971) o 'Los nuevos centuriones' (1972).
“Siempre procuro ir en contra del género que estoy haciendo, y en este caso en concreto quería ir en contra de las películas 'de romanos', de espectáculos católicos”. Si compleja es la dramaturgia de tinieblas tejida por Christopher Fry (al que Laurence Olivier calificó como 'mago de los diálogos'), que adapta la novela de Per Lagerkvist, es formidable cómo Fleischer la materializa, cómo hace cuerpo de esas tinieblas, en colaboración con Aldo Tonti, en su asombroso trabajo cromático y lumínico (en sus perfilados encuadres, con los que demuestra por qué ha sido uno de los cineastas que mejor han compuesto encuadres, con su simetría quebrada por fisuras): Las composiciones tenebristas, que parecen cuadros de Caravaggio, en el amplio calabozo en que Jesucristo es degradado por los soldados romanos (ese prodigioso encuadre, como una herida abierta por su paradójico desequilibrio en el equilibrio de vacíos, sombras y figuras, en el que destaca a la derecha las manos atadas de Cristo, y a la izquierda el palo al que están atadas, con la espesura de sombras como telón de fondo; cuando Barrabás sale de los calabozos, le ciega la luz del sol que perfila de modo difuso la figura de Jesucristo. El eclipse solar (real, para el que Fleischer demoró el rodaje) que se produce tras que éste haya sido crucificado crea una atmósfera siniestra, de perturbadora inquietud, acompasada a los sombríos, guturales, acordes de la banda sonora de Mario Nascimbene, que dota de una tenebrosa atmósfera fantástica, como si se alterara la percepción de la realidad. 'Barrabás' es una obra de terror, el terror de la tinieblas morales, las de la crueldad humana que rodea a Barrabás y que le hace sentir, y declarar en las secuencias finales, en la catacumba, que Dios sólo parece hacerse presente con acciones terribles, con la tortura y la muerte, y las tinieblas de la intemperie de la duda, las interrogantes.
Barrabás habita las tinieblas literalmente, durante veinte años, en las minas de azufre (su asociación con el infierno es evidente), a las que es condenado Barrabás tras ser detenido por robo. Veinte años sin ver la luz, viviendo en la oscuridad, con el temor de quedarse ciego, porque el azufre quema los ojos. Las elipsis del paso del tiempo (que deja de existir, es un tiempo continuo, un lóbrego espejismo de inmortalidad) vienen reflejadas por los cambios de compañeros (los presos van por parejas, unidos por unas cadenas). Cuando se produce una explosión en la mina, él es el único superviviente, junto a su compañero, Sahek (Vittorio Gassman). Esa capacidad de supervivencia le enviste de una cualidad extraordinaria, casi suprahumana. Le convierte en símbolo de superstición de suerte (una patricia romana les toca para que se la suministre, e instantes después recibe su marido la noticia de que es requerido en Roma como senador, lo que determina que lleven con ellos a ambos 'talismanes'). Cuando sale a la superficie, sus ojos siguen cubiertos por una venda. De nuevo, como antes con Jesucristo, mira a una luz que le ciega, a la que intenta adaptarse, como intenta comprender qué es y qué significa Jesucristo, qué autenticidad hay en lo que representa, porque a la vez puede propiciar la comprensión de qué es él, cuál es el sentido de su difuso trayecto de vida, si es una deriva o tiene alguna dirección, por tanto, un significado. Cuando Roma arde, y le dicen que los causantes son los cristianos, piensa que es el fin del mundo que implica una renovación, por eso se lanza a quemar también los hogares, como si siguiera la señal que esperaba, el sendero de una luz de certeza. Pero cuando le dicen que fueron los romanos quienes incendiaron la ciudad por orden del emperador Neron, de nuevo muestra su desconcierto: ¿Por qué es tan difícil entender a Dios?. Barrabás intenta discernir en la espesura de sombras, pero siente la realidad es como ese laberinto de las catacumbas en el que se extravía.
Si la mujer que amaba, Raquel (Silvana Mangano), había sido lapidada por mantener sus convicciones, y no callarlas, Sahek, también seguidor de Jesucristo, preferirá perder la vida, ser ejecutado, a negar sus creencias. Esto acontecerá en el segundo espacio simbólico de proceso de calvario, un espacio de muerte, el circo romano al que ambos son 'destinados' a ser gladiadores (otro espacio público como aquel en el que fue elegido para vivir en detrimento de Jesucristo). Son admirables todas las secuencias que acaecen en la arena, desde la primera, descarnada y cruenta, con los gladiadores heridos cayendo en los fosos de los leones, al enfrentamiento final de Barrabás con el cruel líder de gladiadores, Thorvaldt (Jack Palance), que ríe con siniestro júbilo cada vez que va a entrar en combate. En la secuencia precedente, Thorvaldt había sido quien precisamente, con su lanza, matara a Sahek, tras que el resto de hombres fuera incapaz de lanzarlas sobre su cuerpo. La lluvia en esta extraordinaria secuencia añade una atmósfera de tan lóbrega como lírica desolación, de vida permanentemente empañada.
Hay un pasaje particularmente prodigioso en el primer tramo de esta sombría obra sobre las interrogantes y las dudas, sobre la carne de las tinieblas: el encuentro de Barrabás con Lázaro (Michael Gwynn), que asemeja a un lívido cadáver, y al que Barrabás pregunta, cosa que nadie ha hecho antes (todos le han preguntado por la resurrección a la vida), por cómo es la muerte. Lázaro le habla de la nada, como un bebé que desconoce qué es la vida porque aún no ha nacido. Y así se enfrentará a la muerte, en las sobrecogedoras secuencias finales, crucificado, dominadas por la espesura de sombras, con la incógnita aún como aliento, ofreciéndose en su desesperación a un silencio en el que no ha encontrado respuesta, figura errante en vida que en la falta de luz aún buscaba algo que pudiera señalar que en su vida había algún sentido, alguna misión que contrarrestara lo que no dejaba de ser un calvario entre las tinieblas de la crueldad y la sinrazón del ser humano. La excepcional composición tenebrista de Mario Nascimbene para la secuencia del eclipse.

2 comentarios:

  1. Concuerdo, una pelicula excepcional. Espectacular no se si quedarne con la parte de las minas, el comienzo, el Coliseo...

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  2. A partir de la muy apreciable elucubración literaria del sueco Pär Lagerkvist (leí esa breve pero intensa novela en 1965, siendo un adolescente, y aún recuerdo con nitidez aquella experiencia), el prestigioso dramaturgo inglés Christopher Fry construyó un excelente e introspectivo guión en torno a la oscura figura de Barrabás, secularmente, un personaje "histórico" siempre aludido y nunca abordado.
    El realizador Richard Fleischer se apoyó en ese guión para realizar, sin salirse -sólo en apariencia- de las pautas impuestas por el género espectacular frecuentado en la época (“BEN-HUR”, “ESPARTACO”), una impresionante película de poderosa narrativa que, por momentos, generaba imágenes de una fuerza noqueante.
    Es muy posible que en aquel Hollywood de hace más de medio siglo consideraran a Fleischer un simple y eficiente todoterreno que garantizaba el acabado formal del producto. A aquellos mercaderes les bastaba esta etiqueta industrial y no sabrían (ni les interesaba) apreciar las diferencias entre una película de él y otra de, por ejemplo, Michael Anderson. Supongo que para la Fox, "SÁBADO TRÁGICO" y "LOS DIABLOS DEL PACÍFICO" fueran dos más en los planes de producción de 1955 y 1956, o "DUELO EN EL BARRO" un western de cuota para 1959. Pero, en fin, que me salgo del tema. Voy a citar algunos fragmentos de "BARRABÁS" que sirven como ejemplo del vigoroso sentido de puesta en escena de Fleischer, de la sabia utilización de elementos (lluvia, viento, polvo, sudor, sangre mezclándose con el barro) y matices (miradas, situación y movimientos de los actores dentro del encuadre) que le convierten en un auténtico maestro de la fisicidad: todas las secuencias que se desarrollan en las minas de azufre, las que nos descubren la dureza cotidiana en la vida de un gladiador, la portentosa secuencia de la ejecución de Sahak, todo lo relativo al personaje de Torvald (un escalofriante Jack Palance soberbiamente dirigido).
    Tal vez el contexto en el que se desarrollan los acontecimientos marcara algunas imposiciones, obligando en cierta manera a guionista y realizador a recargar las tintas sobre los elementos religiosos de la historia, especialmente en el último tercio de la cinta, pero al margen de esta apreciación, es obligado reconocer en este trabajo, la maestría, el nervio e inspiración del autor de "LOS VIKINGOS".

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