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domingo, 7 de enero de 2018

Qué fue de Brad

El espejo de los otros. No es difícil, en cierto tramo de la vida, cuando se ronda los cincuenta, encontrar un Brad en nuestras vidas. Incluso, en nosotros mismos, en un grado u otro. En una secuencia de 'Qué fue de Brad' (2017), de Mike White, una estudiante universitaria no entiende por qué ve la vida de un modo tan amargo un hombre de cincuenta años como Brad (Ben Stiller). Este lo primero que remarca es que tiene 47. La necesidad de efectuar una matización de algo tan insignificante (una diferencia de tres años) resulta esclarecedora y definitoria de la actitud que corroe a Brad, por qué le da tanta transcendencia, y por qué en ese tramo de su vida, ese presente escombrado de pretéritos que no se hicieron ni presente ni futuro, se siente tan amargado y frustrado. Hace un par de años recibí la llamada de alguien que no veía desde hace veinticinco años. Había cumplido cincuenta y parecía estar repasando qué había sido de la vida de otros. En la conversación remarcó que había pasado el periodo de vida fundamental y nuclear (ese al que se le puede llamar, más que ningún otro, vida), y que a partir de ese momento la vida ya sería cuesta bajo, su conversión en sombra o residuo. El horizonte ya sólo era el progresivo deterioro. Brad se encuentra en esa fase de su vida en la que repasa lo que ha conseguido y materializado, pero, sobre todo, lo compara con lo que, piensa, han conseguido y materializado los que fueron sus amigos universitarios. Y en la comparación siente que él no ha conseguido nada, que él es insignificante, un fracaso, una figura anónima, en los márgenes de la vida intercambiable de la medianía. No se dedica a nada relevante, sino que es alguien cualquiera que sobrevive en la mullida zona confortable de los que no sufren apreturas materiales. Sin más. Un suficiente raspado, por tanto, en el examen de la vida.
Por eso, el título en español hubiera sido más preciso si hubiera sido 'Qué fue de los amigos de Brad', porque a Brad, más que nada, le amarga constatar qué bien les ha ido en la vida en la consecución de logros materiales. Este año se estrenó en Estados Unidos, porque aún no aquí, otra notable obra, con nombre propio en su título, 'Beatriz at dinner', de Miguel Arteta, que contaba con guión de Mike White. En la misma, a través de los personajes del próspero promotor inmobiliario Strutt (John Lithgow) y la asistente social y masajista Beatriz (Salma Hayek), se contrastaban los logros materiales con los logros sensibles, la inconsciencia e indiferencia de quien acumula riqueza con respecto al entorno y vidas ajenas que utiliza para conseguir sus beneficios, y la consciencia de la empatía, el logro de la realización íntima, que se manifiesta en la generosidad curativa (la entrega a los otros o el horizonte no es mi ombligo). En 'Qué fue de Brad' aquello a lo que Brad confiere más relevancia es al status o la posición (de ahí que se destaque en el título original, 'Brad's status'). Brad se agría con los logros materiales, la consecución de riqueza y multiplicidad de posesiones, la notoriedad e influencia social de sus amigos: Billy (Jemaine Clement) vendió su empresa y vive en una isla dedicado a los placeres epicureos, Jason (Luke Wilson) es un rico empresario con su jet particular, Nick (Mike White) es un director de cine que disfruta de lujos y festivas bacanales, y Craig (Michael Sheen) es un escritor reconocido con resonancia mediática e influencia en las altas esferas. Brad se siente nimio. Alguien del que, por tanto, se pueden olvidar fácilmente cuando celebran algún evento excepcional, como una boda, porque sería una nota discordante por su irrelevante status, por su medianía de posición social. Así se siente.
Por eso, la estudiante, que realiza una tesis sobre cuestiones a las que se dedica Brad, las organizaciones cuyo fin no es el lucro, las Ongs, no encaja esa contradicción en la actitud de Brad. Su gesto se ensombrece, porque hasta el momento en el que Brad escupe su amargura, le miraba con admiración, pero toma consciencia de que da más relevancia al espejo de los otros que a sus propios logros, aunque sean en la pequeña escala de su trabajo con Ongs, y un plácido matrimonio sin conflictos ni desavenencias. La mirada de esa chica es la que aún mira el horizonte del futuro por perfilar, pero lo hace desde la perspectiva de quien no considera que sea la posición que se adquiere lo más trascendente sino la realización de una tarea que tenga en cuenta los otros, no como referente en las alturas, de lo que se podría haber conseguido, sino como seres que quizá necesiten, por precariedad, el apoyo y la asistencia. Precisamente, Brad sufre su forcejeo interior mientras acompaña a su hijo Troy (Austin Abrams) en los trámites de consecución de plaza universitaria. Su hijo inicia el ciclo de formación para definir el escenario de su vida, lo que era él cuando soñaba cómo sería su vida, cómo la configuraría. Por eso, Brad intenta influir o hacer uso de la influencia ajena necesaria, para que su pista de lanzamiento hacia la vida se perfile con las condiciones más ventajosas, esas que propicien la más favorable posición en el escenario social. Tanto la chica como su hijo son el reflejo de su mirada en aquel pasado, no sólo en su proceso de formación, sino antes de que se deteriora
La sencilla exposición narrativa no difiere de la planteada en 'Beatriz at dinner'. Pudiera parecer que se da primacía a la palabra (e incluso aquí también en forma de voz interior, que acrecienta la sensación de trayecto íntimo, pero, también la distancia que siente Brad con respecto a la realidad, como reflejo de lo que no ha logrado ser), pero se matiza con sutilidad la atención a los gestos y miradas (ya que es fundamental el proceso de modificación de la mirada, de la actitud, de Brad). Un ejemplo es la citada conversación con la estudiante, otro podría ser la modificación de perspectiva y actitud que siente Brad durante su encuentro con Craig. Para ello, era fundamental la labor interpretativa que haga palpable, a través de la mirada, los diversos procesos de pensamiento y estados íntimos y, en especial, las modificaciones que suponen un cambio de paso vital. Del mismo modo que en 'Beatriz at dinner', no dudaría en calificar la interpretación de Salma Hayek como la mejor de su carrera, Stiller proporciona uno de sus más elaborados trabajos actorales. White matiza con sutilidad a través de la interacción entre planificación y expresión actoral ese estado de desajuste vital de Brad, de pérdida de paso y confrontación con sus lastres vitales, los biliosos fantasmas de su frustración. La confrontación con el suspiro del paso del tiempo, como el indiferente movimiento de unas cortinas, y la asunción, sin más, de que aún está vivo.

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