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martes, 8 de agosto de 2017

Cualquier día en cualquier esquina

Si a 'Desayuno con diamantes' (1961), de Blake Edwards, le sustraemos de la ecuación el fulgor cegador de los diamantes, o atendiendo al título original (Breakfast at Tiffany's), el engañoso escaparate del tiffany, espejismo de anhelos y refugio de precariedades pasadas y presentes, ¿qué nos queda? El resultado podría ser 'Cualquier día en cualquier esquina' (Two in a seesaw, 1962), de Robert Wise. Porque ambas nos hablan de náufragos en la urbe, que buscan su lugar, y cruzan sus destinos, entre los que la atracción amorosa surge como horizonte que alienta lo posible y hace sentir que la orfandad pueda encontrar hogar. En 'Cualquier día en cualquier esquina' está ausente el esplendoroso color de 'Desayuno con diamantes', su ambiente chic o cool, sus fiestas desaforadas, sus toques de humor excéntricos ( o estrafalarios, según se quiera ver), y un final feliz ( en cuanto apuesta voluntariosa por el sentimiento) que restituye el del libro de Capote que adapta. Lo sustituye un refinado blanco y negro esculpido con sombras que parecen palpables, porque son el peso que comprime el interior de estos personajes, sobre todo de Jerry (Robert Mitchum), una ambientación más desnuda que hubiera dejado de lado los brillos para revelar unos espacios más inhóspitos, deslustrados y despojados, como el piso de Jerry, o desgastados y comprimidos, como el de Gittel (Shirley McLaine), o aún por construir, como ese decorado en el que Gittel montará su academia de baile, ayudada por Jerry. La trama, adaptación de una obra teatral de William Gibson (que en principio se ofreció a Elizabeth Taylor y Paul Newman, pero que la primera no pudo aceptar por compromiso aún con 'Cleopatra', por lo que Newman optaría por 'El buscavidas') , es el proceso de su diálogo o conversación amorosa, de sus tanteos y exploraciones mutuas, de sus vacilaciones y sus impulsos,de sus determinaciones y errores. Una narración empapada de doliente melancolía, que rasga esa trompeta dominante en la magnífica banda sonora de André Previn.
Como los protagonistas de 'Desayuno con diamantes' los dos protagonistas cruzan sus destinos en unas circunstancias de indefinición y tránsito. Gittel no acaba de encontrar la estabilidad en su dedicación, el baile. Jerry, abogado, acaba de llegar de Nebraska a Nueva York, arrastra la ruptura con su vida anterior, y supura soledad: cuando se decide a pedirle una cita a Gittel, en un segundo intento, es casi una petición de ayuda. Jerry se reinicia, pero aún no ha logrado afrontar la separación tras largos años de matrimonio, doce, con su esposa. Está 'suspendido', como se nos lo presenta sobre un puente. A Jerry le lastran demasiados pesos de un pasado que aún no sabe acarrear sino como carga que entorpece la expresión de sus sentimientos, sus reacciones. Una sensación de fracaso que perturba su relación con el presente, la posibilidad de nuevas relaciones. Ese atasco, que tiene algo de extravío blindado, parece empaparlos decorados de los escenarios. Jerry como Holly (Audrey Hepburn) en 'Desayuno con diamantes', vacila, inseguro, aún bajo el peso de lo que no sabe superar (en Holly ese marido que surge cual fantasma un día para pedirle que vuelva). Le falta esa fuerza que supere los temores de que lo que no funcionó en el pasado vuelva a repetirse, esas sombras del temor a un nuevo fracaso que obstaculiza el que ese nuevo amor pueda realizarse y materializarse.
Los personajes,ambos, forcejean entre ellos y consigo mismos. Ambos se aman, pero se complican en el proceso, con elusiones, retrocesos, tácticas indirectas que intentan probar qué siente o quiere el otro, bofetadas, expresiones desesperadas y gestos tiernos que se duelen entre los temblores de unos sentimientos que no parecen conseguir enfocarse, porque tanto uno como otra antes dudan que se arrojan sin red, especialmente él. Ella tema que sea de nuevo un tránsito pasajero para alguien que ante todo dirimie lo que no ha logrado aún asimilar de su pasado. Gittel tema que sea un eslabón, un trámite secundario, en otra historia, el dilema sentimental de Jerry con su separación, con su anterior esposa, o su fantasma. Las dudas o vacilaciones del otro las sienten como ratificaciones de una no correspondencia. Ambos nublan la percepción del otro, y la propia, con sus miedos, con sus indecisiones, Aquí no hay gatos que se pierdan bajo la lluvia para que propicien que dos que se aman se den cuenta de que no se pueden dejar las preciadas ocasiones en la vida en que aparece un cómplice naufrago con el que botar una nave en la que sentirse presentes con un amor posible. No hay sino dos náufragos que no son capaces, en especial él, de romper las paredes que ellos mismos han construido como empalizadas, con las costras de sus decepciones, y que imposibilitan el materializar lo que pudiera haber sido posible. Ambos se declaran su amor, pero este naufraga en la distancia que interponen con sus vacilaciones, torpezas e inseguridades. La muy bella banda sonora de André Previn.

2 comentarios:




  1. El cambio de título, al traducirlo, es horroroso.

    Me resulta sorprendente en esta buena pieza comprobar cómo Wise usa una pantalla panorámica para contar una relación íntima y acierta en el tratamiento: uno, a priori, hubiera elegido un formato más pequeño, más cómodo para mostrar tantos interiores.

    Nunca había pensado en esas similitudes que presentas para con la obra de Edwards / Capote, a la que le debo una repasada desde hace demasiados años ya. Es una idea a considerar, sin duda...

    Aunque a mí, lo que me hubiese encantado, es ver en teatro a Henry Fonda y Anne Bancroft....

    Saludos.

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  2. A mí me hubiese encantado ver lo que hubiera hecho frankenheimer, en principio contratado para ser el director, pero Audrey, como no tenía noción de quién era, presionó para que se contratara a alguien con 'nombre'.
    Wise utilizaba el formato panorámico de modo fabuloso, fuera interior o exterior, como demostró esa década con The haunting, otra fabulosa labor de composición e iluminación en blanco y negro, como en color lo fueron las de West side story o El Yangtsé en llamas. A Lean precisamente le reprocharían, precisamente, que rodara en 70 mm La hija de Ryan cuando era una historia íntima. Un despropósito de cuestionamiento, como también demuestra Wise en esta película.

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