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sábado, 17 de diciembre de 2016

Oro en barras

En 'Oro en barras' (The Lavender Hill mob, 1951), de Charles Crichton, Holland (Alec Guinness) es un hombre que se califica a sí mismo como uno de tantos otros miles que pugnan cada día por realizar sus ilusiones: el mismo encuadre no le distingue entre cientos de ciudadanos andando indiferenciables por la calle que parecen vestir del mismo modo: un plano sobre el que realizaría una incisiva variante Martin Scorsese en 'La edad de la inocencia' (1993): el hombre que soñaba con lo excepcional, en términos románticos, se veía abocado a una vida rutinaria como la de tantos otros. Lo que a Holland sí le diferencia frente al resto es que está dispuesto a conseguir materializar su ilusión. Su estrategia pasa por robar el oro en barras que transporta la empresa para la que trabaja ( su tarea durante veinte años ha sido escoltar en el furgón el citado oro). Sólo ha estado esperando el momento adecuado, y ese aparece cuando por fin descubre de qué modo puede pasar de contrabando el oro por la aduana. La casualidad propicia que Pendlebody (Stanley Holloway), que se dedica a fraguar figuritas para turistas, sea un nuevo inquilino de la casa donde vive. Si Holland ha sido una indiferenciada figurita más entre la muchedumbre que cumple su labor asignada, por qué no invertir las posiciones, y así distinguirse de la serie, recurriendo al camuflaje del oro bajo la apariencia de torres eiffeles en serie. De hecho, en la última persecución que sufre por parte de los policías logra despistarles confundiéndose entre la multitud.
La narración, modulada con una precisión proverbial (dura poco más de hora y cuarto, y es un prodigio de síntesis), delinea con ingenio las diferentes fases de las tramas de atracos: El reclutamiento (de la banda de Lavender Hill): Holland y Pendlebody utilizan un reclamo: corren la voz de que disponen de una caja fuerte que necesita arreglarse. Se agazapan en la oscuridad, a la espera, sin saber que ya hay uno dentro del almacén: éste mira su horario de trenes haciendo gesto de fastidio porque lo va a perder y se entretiene comiendo un bocadillo, mientras Pendlebody sufre calambres y Holland hace figuras con las sombras de sus manos. En el atraco no faltan los consiguientes imprevistos que parecen complicar el proceso (Pendlebody, por distracción, es confundido con un ladrón de cuadros de ocasión en un puesto callejero, y luego temerá que le hayan detenido a Holland: entre tanta realidad en serie no deja de ser irónica tanta enredadora apariencia equívoca). Las complicaciones posteriores, de nuevo por los imprevistos y la amenaza de la persecución de los representantes de la ley: Deben ir a Paris a recoger las torres eiffeles, pero deben recuperar seis que han vendido a unas niñas inglesas. El denodado esfuerzo por conseguir la última sufre varias odiseas, sea el pase en la aduana francesa en el que tienen que cumplir mil trámites mientras padecen la ansiedad de que se les va a escapar el ferry, o el posterior intento de recuperarla en plena exhibición de artilugios policiales, con persecución policial por las calles como guinda en la que sortean durante un tiempo a los otros coches de policía, de nuevo, con las apariencias equívocas, al conducir ellos un coche policial (hasta que la voz de la centralita policial les delata).
Los personajes están perfilados con mano maestra (el hábito de Holland de leerle cada vez que vuelve del trabajo un pasaje de una novela de misterio a su vecina con problemas en la vista). El gran guionista TEB Clarke, tuvo la inspiración idea mientras se documentaba para el guión de Pool of London (1951), de Basil Dearden, también centrada en atracos. Se preguntó cómo realizaría un robo el empleado de un banco. Clarke colaboró en ocho ocasiones con el director de esta excepcional comedia producida por la Ealing , por ejemplo, entre ellas, otra maravilla como 'Los apuros de un pequeño tren' (1953). La narración está planteada en flashback, y también juega con la apariencia equívoca. Al final se evidencia que una de las manos de Holland está esposada a una de su compañero de mesa, un agente de policía. Por otro lado, se puede ver como un antecedente de la clausura, también en país latinoamericano, de 'Operación Cicerón' (1952), de Joseph L Mankiewicz, con otro reventador del sistema que se sale de su posición asignada para enriquecerse, aunque a la larga sea en vano.

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