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miércoles, 13 de abril de 2016

Durak

La integridad es como la fisura que recorre un edificio. Dima (Artyom Bystrov) sufre de idiocia, es decir, padece una infección llamada honestidad. Es el loco o tonto al que alude el título de esta admirable producción rusa, 'Durak' (2014), de Yuri Bykov. Uno de esos locos a los que no se hace caso ni se tiene ganas de hacer caso. Uno de esos locos que se empecinan en señalar la verdad, que suele ser una fisura que deja en evidencia que los cimientos de la realidad no son tan firmes como parece. Uno de esos locos que se empecina en indicar que hay amenaza de derrumbe (la consecuencia del progresivo deterioro de una corrompida e incompetente fontanería de un sistema de mantenimiento que se ha disimulado con el maquillaje de las apariencias). Dimas se empeña en realizar lo que otros ignorarían, ya que probablemente apartarían la mirada y cabizbajos se centrarían en su restringida casilla de vida. Cada uno a lo suyo, es la política de la supervivencia no a ras de suelo sino subterránea como la de un topo. Dimas es idiota, así que no se pliega a esa carbonización de conciencia. Por eso, avisa a las autoridades, al comité administrativo que rige la ciudad, de que hay un edificio de nueve pisos, habitado por 820 personas, que amenaza con derrumbarse, quizá en un día, dada la fisura abierta que recorre los laterales del edificio.
Quizás porque Dimas es alguien que aún piensa que la realidad puede transformarse. Por eso, en vez de conformarse con ir tirando con los discretos emolumentos que le da su trabajo de fontanero, insiste en sus estudios para sacar un título de ingeniera, pese a que su esposa considere que es un esfuerzo vano. O insiste en evitar que unos adolescentes rompan un banco, arreglándolo una y otra vez, pese a que le indiquen que es, también, un esfuerzo vano ya que lo romperán de nuevo. Muchos encogen los hombres así ante cualquier faceta de la realidad. Se romperá de nuevo. Para qué esforzarse en nada, para qué intentar cambiar el estado de las cosas,en pequeña escala, con un banco, o a mayor escala, con un edificio. Pero Dima es idiota, por eso se empeña en actuar, porque no piensa que se va a golpear contra ninguna parde. El comité administrativo dirime qué hacer, y lo qué es más conveniente supera por KO técnico a lo que es más sensible. Dirimen, cotejan datos, consideran su propio pellejo y qué escasamente se han podido interesar durante largos años por el resto de los componentes humanos que les rodean y deciden que para qué preocuparse de 820 personas si no lo han hecho cuando se han derrumbado vidas individualmente de una en una. No hay gran diferencia porque la catástrofe sea colectiva.
Y además, siempre habrá chivos expiatorios, alguno de los esbirros o cómplices, a los que poder sacrificar para que los más poderosos, e inclementes entre los privilegiados, sigan disfrutando de su posición, porque ya se sabe que no se puede distribuir justamente la riqueza porque sino serían todos pobres. Siempre habrá los que padezcan las fisuras de la misería y la precariedad para que unos pocos gocen de los lujos. En este sentido, es una gran ocurrencia expresiva el uso de la música festiva de fondo durante las deliberaciones del comité administrativo. La música de una celebración, una boda, que contínua su proceso como ejemplo de ese maquillaje bajo el que se ocultan las corrupciones que todos confiesan abiertamente, todo el dinero que se han guardado en el bolsillo mientras realizaban sus respectivas gestiones administrativas (¿a dónde ha ido a parar todo el dinero concedido para la compra de mangueras cuando no ha habido un incendio en diez años?). En este miserable contexto el loco de Dima está solo. Su esposa le reprocha que subordine su familia y ponga en peligro su vida por preocuparse de otros seres humanos. Pero Dima le replica que vivimos y morimos como animales porque no nos preocupamos por los demás seres humanos. Esos que le apalizarán cuando sea el único que intente avisarles de que el edificio se va a derrumbar.

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