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lunes, 25 de enero de 2016

River

“ Debería haber más de una palabra para amor. He visto amores que matan y amores que redimen. He visto amores que creen en la culpa y amores que salvan a los afligidos. Qué haremos por amor. Morir por ello incluso.” La extraordinaria mini serie británica de seis episodios River (2015), creada por Abi Morgan (The hour), es una de las más bellas historias de amor. El inspector River (prodigioso Stellan Skarsgard) ve fantasmas. O, como él las llama, manifestaciones. Tiene esa particularidad, desde niño. No es que hable con muertos. Probablemente, hable consigo mismo. Tiene la peculiar cualidad de percibir y discernir la soledad y el aislamiento a su alrededor, y no es algo que parece faltar en nuestra sociedad. La sensación de no pertenecer a la realidad, a un entorno. Un inmigrante no es intruso sino alguien que está lejos de su hogar. En el primer episodio, una pareja de adolescentes trama suicidarse emulando a Romeo y Julieta, pero él no puede, y eso le tortura, y se culpabiliza de un asesinato que no existió porque no fue capaz de mantener el pacto y realizar lo mismo que la amada. Y el fantasma de la chica se aparece a River, reflejo del fantasma de un amor que no logra expresar.
Hay otro fantasma, en cambio, que encarna el lado más turbio y siniestro de Rivers, Thomas (Eddie Marsan), el envenenador de Lambeth. A través de él proyecta todo la ponzoña de sus amarguras y frustraciones, el veneno de lo que retiene, de la emociones que no expande. Por eso, el fantasma con el que más dialoga es con el de su compañera Stevie (Nicola Walker), la mujer que aportaba música a su vida, y que fue asesinada delante suyo. Su esclarecimiento se acompasa al esclarecimiento de lo que siente el propio Rivers. En su investigación lidia con la ofuscación de sus sentimientos, asiste a sesiones psicológicas, pero lo que dice no es lo que abre una brecha en su corazón, como si más bien interpusiera razones que son fugas. Da rodeos alrededor de sí mismo sin confrontar sus reales sentimientos. Proyecta su rabia en otros, y confunde las direcciones, como quien niega con esa furia lo que le duele en lo más profundo, la impotencia de lo que no expresó (como incita que haga a una mujer que descubre que su agonizante marido mantenía una relación con otro hombre). No es sólo la investigación de un caso, quién asesinó a su compañera, sino también, y sobre todo, el esclarecimiento de lo que siente. Y saberlo, liberará y dotará de luz a las sombras siniestras que dominan su desesperación, y mantienen en vilo, por sus arrebatos que ponen en entredicho su equilibrio emocional, el futuro de su carrera policial. Y alrededor otros lidian con sus vidas, no sólo la presente, como su superior, y amiga, Chrissie (Lesley Manville), que debe confrontarse con lo que han sido treinta años de su vida, el por qué y para qué de sus sacrificios. Los personajes se enfrentan a sus emociones, a los cuerpos y fantasmas que les rodean y cautivan, escurridizos, inciertos. La conclusión es una de las más hermosas que ha deparado una serie televisiva. Se enfrenta al agujero del corazón, y no cierra los ojos, y por fin se expresa lo que se fugaba entre fantasmas. La canción que nutría un sentimiento, y por ello insuflaba vida, se canta como una celebrativa pero dolorosa despedida que ya es asunción de la pérdida y a la vez del propio sentimiento. Por eso, me parece una de las obras más conmovedoras que ha dado la televisión o el cine en lo que va de siglo.

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