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martes, 5 de enero de 2016

Sufragistas

'Sufragistas' (2015), de Sarah Gavron es una película que parece que concluye cuando aún espera desarrollo su planteamiento. Como si fuera un primer episodio de una miniserie, como la excelente 'The hour' (2011-12), cuyas dos temporadas también guionizó Abi Morgan. O quizá la sensación se transmita porque su conclusión es un inicio, y la paradoja es que una muerte, una pérdida, propulsa una gestación que ya fue irrefrenable. La muerte de una sufragista durante la celebración de un símbolo de toda una rígida tradición, la carrera de caballos de Epsom, en 1912, fue la acción que abrió la brecha incontenible que lograría, por fin, que en 1928 le fuera concedido el derecho de voto a las mujeres en Gran Bretaña. En otros países aún tardaría muchos años en conseguirse, por eso su conclusión transpìra inicio que no cesa ni sucumbe. En la misma Europa, en 1971 se concedería ese derecho en Suiza. Y hoy en día, en Arabia Saudi, se intenta que sea posible. Por eso, no es una película que parece quedarse a medias en su desarrollo dramático, sino la consolidación de una mirada propia que gesta. Y recurre a un procedimiento que es una convención establecida en la construcción del relato clásico: el proceso individual, la concienciación de un personaje, como reflejo de un colectivo. Maud (excelente Cary Mulligan) es una mujer que trabaja en una lavandería desde que era una niña. Como tantas otras mujeres, trabaja aún más que los hombres, pero cobran menos. Y sabe también lo que es sufrir el avasallamiento sexual.
La casualidad abre una brecha que propicia, como si viera inmersa en una corriente que le arrastra, que se involucre cada vez de modo más activo en un escenario que no creía posible, porque su escenario parecía ya enquistado, un doble escenario que es clausura y prisión, su labor en la lavandería y su labor en el hogar, aunque su relación no esté definida por la violencia física del marido, a diferencia de su compañera de trabajo Violet (Anne Marie Duff), quien sufre una paliza de su marido que determina que sea Maud quien declare frente al tribunal sobre las infames condiciones de trabajo como argumento para que se les conceda el derecho a voto. Su marido no la golpea, pero no aceptará que se salga del guión establecido de su papel asignado, así como que les deje en evidencia frente a la mirada social (el barrio). El guión de Morgan recurre a otros componentes que recuerdan a la construcción del relato decimonónico, y en concreto, la literatura de Charles Dickens, figura central, como contraplano, de la excelente 'La mujer invisible' de Ralph Fiennes, cuyo guión firmó también Abi Morgan. Caso de figuras como el dueño de la lavandería, oportunamente castigado por la rabia insurgente de Maud cuando aplasta su mano con la plancha ardiendo, o el hecho de que su hijo sea ofrecido en adopción por el marido que la expulsó de casa.
La narración se define por las sacudidas, por una convulsión reflejada en un montaje que no deja respiro y que logra que la ambientación no sea un paisaje a admirar como en otras obras de época, sino una presencia que se cierne y asfixia, una presencia que parece destilar sombras y degradación. La violencia se palpa, pero sobre por su implicación, como el apalizamiento de la policía a las manifestantes tras que las hayan informado de que no se les concede el derecho a voto, o las concisas secuencias en prisión (los cuerpos que son desnudados como si se les desprendiera de una capa de piel; las miradas apretadas, sean mujeres u hombres, de quienes agarran a Maud para suministrarle por un tubo la comida que ella no quiere consumir en su huelga de hambre como protesta). Entre los personajes secundarios destaca la mirada cabal, perseverante y curtida, de la doctora y farmaceutica Edith ( un antepasado de la actriz fue en aquel periodo, 1906-1918, el Primer ministro que se opuso al sufragio femenino), y la figura del policía encargado de combatir las actividades del movimiento sufragista, consideradas tan subversivas como las de los anarquistas en su rechazo y cuestionamiento de la autoridad, Steed (Brendan Gleeson), uno de esos personajes de los que gustaría saber más (también gracias en buena medida a la magnífica labor del actor), un policía que sabe muy bien por qué hacen lo que hacen, sin recurrir a desprecios extendidos socialmente, para anular sus reclamaciones, como calificar a las mujeres de desequilibradas, aunque él siga pugnando por detenerlas. Quizá 'Sufragistas' no sea una gran obra, como 'La mujer invisible', pero desde luego sí una estimulante película con un bellísimo montaje secuencial en sus últimos pasajes, que condensa toda la emoción gestada durante la narración, esa combinación de desolación e impulso combativo. Una patina de dolorosa melancolía se adhiere a las imágenes finales, la consciencia de las heridas y la pérdidas que arrastra la voluntad que no desfallece en su sublevación. Alexander Desplat compone otra bellísima banda sonora

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