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domingo, 13 de diciembre de 2015

Tomorrowland: El mundo del mañana

Todo depende del lobo que alimentes, todo depende del relato que construyas. Puedes pensar que nada es posible, y aturdirte en la apatía, puedes pensar que los desatinos pueden arreglarse, que sí se puede modificar la realidad, y mejorarla. Puedes pensar que la realidad es una sucesión de catástrofes, que el futuro da miedo, 'sobrepoblación, guerras en todos los continentes, escasez de agua, hambrunas, colapsos medioambientales', y consumir lo que tengas a mano, beneficiarte de lo que puedas, antes de que la realidad se hunda. Puedes pensar que la vida si puede despegar, y el mañana ser una realidad diferente que se puede construir en vez de ser testigo de cómo se incendian sus ruinas (como si todo lo contemplaras a través de un monitor: porque la misma desgracia, porque la consciencia de catástrofe, se ha neutralizado al integrarse como espectáculo). Puede existir ese amuleto que te haga sentir posible que la realidad se transforme, como el vestido de magical girl, en la obra de Carlos Vermut, era la ilusión que hacía sentir que la realidad podía ser de otro modo, que se podía ser otra, que el infortunio y la calamidad podían tornarse en ventura, que la muerte podía vencerse y convertirse en vida inmune. Pero no existía esa varita mágica. Aunque sí otros trucos de magia que suponían un desafío frente a una realidad que siempre perfora las ecuaciones con la demolición del imprevisto caos. En 'Tomorrowland: El mundo del mañana' (Tomorrow, 2015), de Brad Bird, hay dos tipos de relatos, que forcejean entre sí, como dos lobos. 'Hay dos lobos que no dejan de pelearse, uno es la oscuridad y la desesperación, el otro la luz y la esperanza. ¿Qué lobo vence?' 'Aquel que alimentas'. El inicio de la narración parte de ese forcejeo, a la vez que evidencia la construcción de la realidad como relato: evidencia la constitución de la vida que forjamos según la perspectiva o relato que estemos dispuesto a construir. Nos sitúa en la propia condición ficticia de nuestra realidad, y por lo tanto cómo es modificable, según cómo se sintonice.
El relato, como predomina en nuestro tiempo, comienza con la visibilización de la actitud, la voz, minada por la decepción: La ilusión será siempre demolida. Walker (George Clooney) habla hacia cámara, pero su relato es continuamente interrumpido por otra voz, una voz divergente en su perspectiva, es la perspectiva combativa que sí cree posible transformar la realidad, lograr materializar lo que se quiere y desea. La adolescente Casey (Britt Robertson) así lo cree. El relato comienza con la senda de la decepción, el relato de aquel que dejó de mirar como un niño, como el que cree que el mañana lo puede configurar de acuerdo a su ilusión o deseo, el relato de Walker, que dejó de caminar en su interior (Walker, caminante), y se encerró en sí mismo, en su decepción, en un lugar apartado que asemeja una fortaleza. El escenario de ese pasado en el que parecía posible la realización es una ciudad fabulosa, la ciudad del mañana, aquella ciudad donde los que impulsan la imaginación, las mentes creativas (lejos de los intereses creados, a ras de suelo, rastreros, vanos, de los políticos o financieros, lejos de las marañas de la realidad de trámites, de burocracias, lejos de la ciega pulsión de la codicia) se esfuerzan en transformar y mejorar la realidad. El relato toma, a partir de la clausura de la decepción, que supone la interrupción de todo posible relato a construir (es el ámbar del lamento ensimismado), la senda de quien combate con su ilusión, Casey. No acepta que su padre, un ingeniero aeronáutico, se quede sin empleo porque cierre la base de la NASA en Cabo Cañaveral. Efectúa sabotajes para que eso no sea posible, Interviene en la realidad, sabotea la configuración pautada de la realidad, para intentar que su rumbo sea otro. No acepta la resignación. Pero su propósito colisiona contra un entorno que no acepta esa actitud, y la aboca a la reclusión. Un objeto mágico, un objeto cuyo contacto le traslada a lo que parece un entorno de ensueño, la ciudad del mañana, le impulsa a buscar el modo de encontrar la dirección que le lleve a esa ciudad. En la propia realidad reside lo posible, es un potencial larvado en las actitudes que así lo sienten.
Y las dos actitudes convergen en la intersección que es el núcleo del mismo relato (intersección que establece quien fue la depositaria de la ilusión, frustrada, de Walker: Athena, Raffey Cassidy). Y uno y otra, Walker y Britt, se alían en la confrontación con la decepción (el sueño que no pudo hacerse realidad) y la propulsión de modificación de realidad. La realidad despega, como la propia narración no deja de hacerlo durante su fulgurante trayecto (como en la también excelente obra anterior de Brad Bird, 'Misión imposible: Protocolo fantasma' (2013). 'Tomorrowland' se despliega como un vibrante y exultante trayecto, que no deja de ser un desafío de protesta ante una realidad en la que predominan las miradas encorvadas sobre pantallas y la opresión que induce a la apatía y la resignación, como lo era también 'Mad Max: Fury road' (2015), de George Miller. La realidad puede modificarse. Es cuestión de ponerse en movimiento. Es cuestión de despegar. Puede que más allá no haya lo que se pensaba que existía (como sufre Furiosa imperator en aquel desierto que la confronta a su intemperie, y la deja al desnudo con su propia sublevación), pero el gesto es lo fundamental, porque es un gesto que transforma la realidad con su mismo desplazamiento. Puede existir la ciudad del mañana, pero dependerá de que abunden cada vez más las miradas que hagan de la imaginación su acto de sublevación. Y la conjunción deshilacha el aislamiento de las miradas programadas, entumecidas ante cada respectiva pantalla, sin pensar que más allá sea posible una realidad diferente. Puedes pensar que la realidad es una suma de inevitables catástrofes porque nada podemos hacer. Puedes pensar que la realidad puede despegar como un lienzo en el que pintas, como una especie que ayudas a proteger, como una nueva creación que diseñas, como una música que compones, como una naturaleza que cuidas para que no se contamine. Todo depende del lobo que alimentes.

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