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domingo, 20 de diciembre de 2015

Mother never dies/Haha wa shinazu

El descubrimiento por parte de Sugai de que su esposa ha muerto se expresa en fuera de campo, pero la presencia de esa esposa se extiende, pese a su ausencia, durante todo el relato. Sugai (Ichiro Sugai) se encuentra con la puerta frontal cerrada, pero logra entrar por la puerta lateral. Se escucha su grito, su lamento. Su esposa ha muerto. Pero una madre nunca muere. En los primeros compases (porque las narraciones de Mikio Naruse siempre tienen una delicada fluencia musical) de 'Mother never dies' (Haha wa shinazu, 1942), se alternan planos de Sugai recorriendo las calles en busca de empleo, con otros de la esposa en sus tareas del hogar. Tras su muerte, se alternan planos de Sugai por las calles en busca de otros empleos, con planos de él en el hogar. La esposa se sacrificó por un bien familiar. Sabía que el gasto en los cuidados médicos de su cáncer perjudicarían las ilusiones y el futuro de su hijo. En la carta que deja escrita antes de suicidarse le insta a su marido a que haga de su hijo un hombre prominente. Por eso, esos encuadres repetidos del padre en la posición hogareña adquieren la condición de relevo. Y el hogar representa el propio país. 'Mother never dies' se vertebra sobre la ejemplaridad y el sacrificio.
El trayecto narrativo comienza en una época de crisis, en la depresión económica del 29, cuando Sugai pierde su empleo, y finaliza en los inicios de la segunda guerra mundial, con la ilusión de la prosperidad, y Sugai convertido en un exitoso empresario. Es la constitución del orgullo de ser japonés. Sugai encuentra un primer empleo como abrillantador de espejos. Su actitud nunca desvela su precariedad o su pesadumbre, y así se lo destacan los otros. También su esposa es una sonrisa permanente, pese a las contorsiones de dolor por el avance del cáncer en su estómago. Su sonrisa se desvanece por segundos, para reponerse. Es hija de un samurai, el dolor es algo que hay que aceptar, y que se puede resistir. Es la voluntad que se enfrenta a cualquier circunstancia, la voluntad que niega que una sombra puede interponerse en su vida de modo irremisible. Por eso, el padre reprenderá duramente a su hijo cuando ceda al desaliento por la decepción de no conseguir casarse con la mujer que ama.
Es una obra en tiempos de guerra, y supone toda inoculación de vigor y firmeza, de superación de cualquier adversidad, el espíritu kamikaze sacrificial que asume la propia desparición en favor de un bien común. La madre sacrifica su vida, y el padre dedica su vida a la consecución de un bienestar material que propicie y propulse el futuro de su hijo. Tras ser limpiador de espejos será mecánico, y posteriormente un reconocido inventor, tan humilde que no duda en rechazar los beneficios de su patente, porque su logro no es suyo ni para él sino para los demás, la empresa, el país (como ya empresario afirma que debe trabajar como cualquier empleado, para dar ejemplo). Si acepta dinero será para erigir una mejor tumba para su esposa. La exquisita inspiración de Naruse brilla en sus elipsis temporales. El encuadre es el mismo, pero la variación nos indica el paso de las estaciones, del tiempo. Se siente cómo el tiempo se escurre o escancia. Una vida entregada que se pela lentamente. La individualidad se desvanece por el bien de un conjunto. Esa será la sonrisa de su fruto.

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