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martes, 19 de marzo de 2013
Carbón
‘Si no tienes trabajo, es como si te dieran de baja de la vida’, dice, en ‘Carbón’ (Kameradschaft, 1931), de G.W. Pabts uno de los trabajadores alemanes en paro a los que no se les permite cruzar la frontera para solicitar trabajo en la mina francesa al otro lado. Mina que antes de la primera guerra mundial era una, pero fue dividida en dos al reajustarse los límites de la frontera entre ambos países. O se interpusieron muros, verjas. La división se palpa en cierta animosidad entre unos y otros, como se refleja en la secuencia del bar, en la que está a punto de producirse un altercado cuando una mujer francesa rehúsa bailar con un alemán que se lo propone. Pero hay hechos peores que estar sin trabajo, que sí te pueden dar definitivamente la baja de la vida, como la explosión que tiene lugar en el lado francés de la mina. Un accidente inspirado en uno que tuvo lugar en 1906 en el norte de Francia, en Courrieres, cuando explotó el gas en una mina causando 1.099 muertos. La falta de pericia de los grupos de rescate condicionó que no fuera exitosa la operación de salvamento, en la que participaron tanto alemanes como franceses.
Actualizada a los tiempos en que se rodó la película incide ante todo en la cuestión de camaradería (traducción del título original), la solidaridad de la que dan muestras los alemanes, cruzando la frontera para ayudar y lograr salvar el mayor número de vida de posibles. Toda una declaración de principios, considerando que sólo trece años antes los dos países habían combatido: al final uno de los mineros clama que ante todo son mineros, da igual su nacionalidad, sus enemigos son el gas y la guerra (y ya se sabe que la distribución de valiosa materia prima puede ser una buena excusa, como en los últimos años ha ocurrido en Oriente medio con el petróleo, para montar una guerra, aunque se busquen otras excusas ideológicas: véase el enorme montículo de carbón no utilizado, por lo tanto no vendido, y que determina que se haya incrementado el paro). Claro que esta combativa y necesaria declaración, (ejemplar para lo que hoy mismo día nos ocurre) no prosperó ya que ocho años después los alemanes invadían Francia, algo que ya anuncia, la inevitable separación más que la solidaridad, la secuencia final, en la que vuelve a erigirse los barrotes que separan, desde 1919, a ambos países, en el interior de la mina. La solidaridad como fugaz ilusión.
En la década de los 70 se pusieron de moda las películas de catástrofes, cuya característica común era la rutina expresiva, su marchita vibración emocional, aderezada con ‘pasajeros’ que más bien eran rostros de estrellas como portadores de rancios estereotipos. ‘Carbón’ , en cambio, es un prodigio de tensa narración, realzada por la admirable trabajo fotográfico de Fritz Arno Wagner and Robert Baberske, y la sorprendente dirección artística Erno Metzner and Karl Vollbrecht, en la creación de unos imponentes decorados de asombroso realismo (además de un vibrante uso del diseño de sonido; la música sólo se utiliza en los primeros pasajes y finales). Los personajes se describen con escuetos rasgos; se evita incurrir en el vano estereotipo, y se potencia una estructura coral que amplifica la acción en diferenciadas perspectivas, como cuerpos que son emanaciones de un conjunto. Una exquisita combinación de realismo y artificio.
Es sobrecogedor el momento en el que anciano (Alex Bernard) que se ha introducido por una de las aberturas, sin que lo sepa el equipo de rescate, encuentra, tras buscarle afanosamente entre techos derrumbados y pasadizos inundados, a su nieto (Pierre Louis), inconsciente. Por otro lado, los tres alemanes que estuvieron a punto de tener el altercado en el bar, realizan su incursión de rescate echando abajo los ladrillos que separan las zonas alemana y francesa. Extraordinaria es la secuencia en la que uno de los mineros, al ver a un rescatador con la máscara de oxígeno, se cree que está de nuevo en pleno conflicto bélico, forcejeando en una trinchera con un soldado alemán. Las heridas del pasado aún estaban abiertas, y no pudieron ser cerradas, pese al esfuerzo de cineastas como Pabst. Volverían a ser abiertas, en carne viva.
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