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miércoles, 4 de diciembre de 2024

Emilia Pérez

 

En el cine de Jacques Audiard, uno de los más sugerentes de las últimas décadas, son frecuentes las variaciones de identidad, los cambios de escenario de vida, las interrogantes sobre qué somos, el influjo determinante de las circunstancias, las paradojas, la constitución de la relación con la realidad sobre ficciones, simulaciones, y procesos de adaptación. En Un héroe muy discreto (1996), Dehousse (Matthieu Kassovitz se inventa una nueva identidad y crea un nuevo escenario de vida, en el que para los demás representa algo excepcional, y, de ese modo, contrarreste una imagen estigmatizada o que siente insuficiente; será un héroe de guerra y no el hijo de un colaboracionista. Somos cómo nos presentamos a los demás (o se nos percibe, y concibe, según cómo nos presentamos a los demás). Es su forma de adaptarse al medio, sin que el medio lo arrincone. En Dheepan (2015), Sivadhasan (Antonythasan Jesuthasan) adopta la identidad de un hombre muerto, Dheepan, y se alía con una mujer y una niña de nueve años, Yalini (Kalieaswari Srinivasan) e Illayaal (Claudine Vinasithamby), que tampoco tienen nada que ver entre sí, para simular que son una familia y así conseguir abandonar un país derrumbado tras una cruenta guerra civil, Sri Lanka, y asentarse en Francia, en donde se hace necesario seguir con la simulación, seguir pareciendo una familia, para poder conseguir la ayuda gubernamental que les facilite integrarse, y conseguir alojamiento y un trabajo. Por necesidad de mera supervivencia, Malik (Tahar Rahim), en Un profeta (2009), se adapta al escenario de la prisión, evoluciona de ser nada, un ser periférico, sin vínculo con nadie, o un peón en una estructura, a ser Alguien, y dominar el escenario de realidad, al lograr crear las adecuadas relaciones o alianzas. En De óxido y hueso (2012), Catherine tiene que aprender a andar con sus nuevas piernas de metal, como tiene que adaptarse a su nueva condición, a su nueva forma de relacionarse con el mundo, a asumir lo que no podrá ya realizar.

¿Quiénes somos? París, distrito 13 (2021), es una obra en la que se reflexiona sobre cómo, en ocasiones, las relaciones son más bien ensayos o tanteos en otros cuerpos de una emoción que no se ajusta al inquilino, como si fuera un proceso de afinamiento. Nora (Noemi Merlant), que fue agente inmobiliaria, reinicia su carrera universitaria, pero un disfraz que utiliza para una fiesta genera la desacertada percepción, por parte de unos compañeros, de que es el atuendo que utiliza para su servicio sexual en el espacio virtual. Irónicamente, establecerá una relación con quien era la imagen que otros pensaron que era ella. Establece una relación virtual con Amber Sweet (Jenny Beth), como si su desorientación, como emoción que parecía arrastrada, encontrara en su imagen equívoca el enfoque de su emoción verdadera. En Emilia Pérez (2024), en la que Audiard adapta Ecoute, de Boris Razon, un hombre, Juan “Manitas” (Karla Sofía Gascón), decide operarse para convertirse en mujer, modificación física que también implicará un cambio radical de relación con la realidad, pues cuando es hombre es un narcotraficante, lo que implica un frecuente ejercicio de la violencia. Cuando se convierta en mujer, Emilia Pérez, a partir de cierto momento se tornará en lo opuesto, en la que utiliza su posición de privilegio para corregir los errores, los desafueros cometidos, para hacer el bien: crea una organización para encontrar, e identificar, los cuerpos de las víctimas de los narcortraficanes, es decir, de lo fue él. Una remodelación, y modificación, radical de apariencia y actitud vital.


Es interesante el planteamiento estructural, pues la narración se inicia con la decepción y la impotencia. Rita (Zoe Saldaña) es una abogada que desespera porque no es la justicia lo que predomine, y su misma actividad no conseguir que varíe el escenario de realidad, como ejemplifica el juicio contra un hombre, rico y célebre, que ha matado a su esposa, pero al que se le declara inocente. Un caso que es ejemplo de tantos otros que ella aprecia en la sociedad, en particular en las relaciones entre hombres y mujeres. Por eso, esa reconversión de hombre en mujer, además de un hombre que ha infligido daño de modo recurrente pareciera una manifestación fantástica de la aspiración de una mujer que, ya en sus cuarenta, no ha logrado entablar una relación estable con un hombre, también indicativo de esa colisión social. Acorde a esa condición de ejemplo hiperbólico de transformación de una figura masculina dañina en mujer que se caracteriza por su generosidad, el planteamiento estilístico de la narración no es realista sino musical. De modo constante, se suceden secuencias habladas con secuencias cantadas y coreografiadas. Es un relato fantástico, cual alegoría de lo que pudiera ser la relación con la realidad. En ese planteamiento expresivo reside la singularidad de esta excelente obra. Una cualidad poco usual en el cine de hoy.

La narración se estructura en tres circunstancias o escenarios. El primero, en relación a la gestión de Rita para encontrar el cirujano dispuesto y así conseguir que Manitas se convierta en Emilia, y resida en Suiza. El segundo, tras un reencuentro cuatro años después, en la gestión de Rita para conseguir que la esposa de Manitas, Jessi (Selena Gómez), y los dos hijos se trasladen al hogar de Emilia, a la que se presentará, como prima de Manitas, porque Manitas/Emilia añora a sus hijos. Ni ella ni los hijos sabrán que se relacionan con su marido y padre. Para ellos, es otra persona. Conviven como una familia pero la concepción de Emilia diverge de la de sus hijos y quien fue su esposa. En esa etapa es en la que se producirá la reconversión de actitud de Emilia, cuando tras conocer a la madre de un desaparecido, decida, pensando en su pasado, o en la carga de sus residuos (el peso de la responsabilidad), crear esa organización que buscara, desenterrara e identificara cientos de cuerpos de víctimas. El cuerpo que es diferente del que era se esfuerza en recuperar los cuerpos de quienes desaparecieron, como el que fue, Manitas, el narcotraficante, ha desaparecido, reemplazado por Emilia, alguien que se preocupa del dolor ajeno. En la tercera, las supuraciones del pasado interferirán, por cuanto Jessi había aceptado el traslado para poder reencontrarse con su amante, Gustavo (Edgar Ramírez). Las heridas o los desajustes del pasado se tornan impedimento para cimentar el presente sobre un escenario de realidad radicalmente diferente (que no dejaba de ser artificioso, no solo por su reconfiguración, sino por no sostenerse sobre unos cimientos sólidos ya en su pasado). En esta circunstancia, Rita intentará convertirse en la mediadora que posibilite que esas grietas no resquebrajen por completo el ansia de transformación, aunque su propósito no sea fructífero y se corrobore su impotencia inicial frente a una realidad rebosante de abusos y violencia. Una desesperación y rabia que encuentra su manifestación precisa en el que quizá sea el número musical más sobresaliente, aquel que ella protagoniza en un evento social durante cuyo número desentraña las corrupciones de unos y otras.

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