“Paseemos por el
bosque ahora que el lobo no está”. Adapto mis pasos al ritmo de la
cancioncilla. Paseo por la playa, cerca de la caseta de pescadores, Espero a
que el acontecimiento se produzca. “¿Está ahí el lobo?” Esperas que el
sueño se materialice, disfrutas de la expectativa de lo sublime. Cuando el
cuerpo aún es un espacio en blanco y un territorio desconocido que esperas
descubrir como el acontecimiento de lo sublime, lo posible se tiñe de radiante
luminosidad. Ayer cumplí quince años, el
14 de julio. Soy hija del verano, llena de vivos destellos, de la cabeza a los
pies. Mi rostros, mis brazos, mis piernas, mi vientre con su pelusa pelirroja,
mis axilas pelirrojas, mu olor pelirrojo, mi cabello caoba, la médula de mis
huesos, la voz de mi silencio, vivo en el sol como una segunda piel. Pero
los sueños colisionan con las tinieblas de lo real, con nuestras
inconsistencias, torpezas, fragilidades, turbiedades y desquiciamientos; con
las averías de nuestras emociones, con la incapacidad de armonizar deseos y
emociones. El 31 de agosto de 1936 Nora y su prima Olivia, de quince y
diecisiete años respectivamente, desaparecieron. También sus sueños. En su
comunidad, el pueblo costero canadiense Griffin Creek, eran dos cuerpos
deseados por su belleza, sobre todo la segunda. Ambas eran lo que anhelaban pero
también lo que representaban para otros. También lo que no entendían. Los
hombres eran incógnitas desconcertantes y presencias turbadoras. El juego se
enmarañaba con la contrariedad. Sentirse atraída no es lo mismo que sentirse
rechazada o abrumada. Hay una diferencia entre sentirse admirada en la
distancia y desorientada o avasallada en la proximidad.
Los alcatraces (Impedimenta), de la escritora canadiense Anne Hébert (1916-2000), se estructura sobre las distintas perspectivas de las dos chicas y de los tres hombres que representan la posibilidad de “lobo” según la concepción metafórica de la figura masculina que se torna amenaza en el escenario del deseo. Se desea y también se teme. Es una figura que impone, una apariencia sólida que transpira dominio y poder, o una conducta imprevisible que puede tornarse desbocada. Cada hombre representa una posible brecha que puede determinar la acción violenta responsable de la desaparición de las dos chicas. Stevens, el hombre que regresa tras cinco años, quizá afectado por sucesos violentos. Su aire despectivo. Sus ojos desprovistos de mirada, como los de las estatuas. El sacerdote, el tío Nicolás, que quizá no sabe lidiar entre sus convicciones religiosas y sus deseos. Su traje negro y su corpulencia, su aire ambiguo de hombre consagrado al que el demonio tienta como a Jesús en la montaña. Y Percy el adolescente retardado que representa esa inquietante impredecibilidad de quien parece que pueda ser menos tendente a responder a los usuales filtros de contención.
Cuando entra en juego el desbordamiento de las emociones y los deseos, la mente puede ofuscarse. Tanto en unos como otras. A Nora le supera en ocasiones el desconcierto ante una circunstancia que no controla. Y si sientes que no controlas el escenario de juego las emociones pueden desbocarse en forma de furia. El despecho puede ser un arma de doble filo. Hace daño pero puede determinar una respuesta aún más extrema. En tal circunstancia, en la que se tambalean y desestabilizan las inercias sociales definidas por la contención (o su reverso, la represión), el ser de cada uno se revela como un escurridizo e imprevisible territorio desconocido; los actos quizá contradigan las intenciones y los propósitos. ¿Quiénes somos en ese estado de enajenación? Ser otra persona, qué idea es esa que siempre me persigue. Organizar los recuerdos, disponer las imágenes, desdoblarme totalmente, sin dejar de ser yo mismo (…) una especie de juego del que poder retirarse cuando uno quiera. Pero quizá uno no pueda retirarse, porque las emociones y los deseos se desbordan como una tormenta. Y la furia no solo se expresa mediante vituperios, descalificaciones o reacciones despechadas sino mediante la acción terminal que extirpa incluso el cuerpo perturbador del escenario de realidad.
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