No parezco la misma y
sin embargo nunca he estado tan cerca de mi auténtica complexión anímica, que
se ha estampado en mi cuerpo con una textura que refleja a la vez un tránsito y
un regreso. Natassja Martin miró al abismo, y éste le mordió a él. Un oso
mordió su rostro y una de sus piernas. El título de la obra que escribió la
escritora francesa, nacida en 1986, Creer
en las fieras (Errata naturae), ya indica cuál es el trayecto que realizó
tras vivir tal acontecimiento. No sólo vivió una odisea física, la
recomposición o el arreglo de su rostro, durante el que sufrió la incompetencia
de algunos hospitales, y se vio envuelta en grotescas rivalidades no solo entre
los hospitales franceses y rusos sino entre los mismos franceses, mientras
peligraba el hueso de su mandíbula, o ignoraba en qué medida podía ser afectada
por las baterías. Sintió el desamparo de quien puede perder su condición
humana. No solo porque debía asumir que su rostro ya no sería como antes, al
quedar desfigurado, sino que podía ser otra cosa, una condición entre medias
que era nada y monstruosa, una anomalía entre otra indefinida especie animal y
humana. Sobre todo vivió un replanteamiento radical de sí misma. Por eso
consideró la vivencia un tránsito que era regreso. Se alteró su perspectiva
sobre su relación con la realidad y consigo misma. El oso marca un límite. El
acontecimiento <<oso>> y sus consecuencias me exige que renuncie de
una vez por todas a la violencia con la que me afianzo en el mundo (…) concluyo
que fui a buscar fuera algo que está dentro de mí, el oso es un espejo, el oso
es la expresión de otra cosa que no es él, de algo que me concierne.
Natassja lloró la consciencia de que su vida no sería la
misma, como si hubiera sido desgarrada de modo irreparable, pero el mismo
proceso de asunción de su semblante desfigurado implicó la confrontación con
una concepción errónea de esa nuestra relación con nosotros mismos y los demás.
Con la concepción de imagen e identidad, con esa tendencia de nuestra sociedad
de proyectar una imagen determinada, noción en la que el rostro es sobre todo
máscara de conveniencia. Somos la única criatura preocupada por la imagen que
los demás tienen de nosotros. Llevo años
recogiendo historias sobre las presencias múltiples que pueden habitar un solo
cuerpo para subvertir ese concepto de identidad unívoco, uniforme y
unidimensional. Y también tomó consciencia de que utilizamos a los animales
como reflejos, lo cual también indica nuestra tendencia a concebir el mundo
como un espejo en función nuestra. Por eso, ¿por qué ella utilizaba al oso como
metáfora de su conflicto o transición emocional? Pregunta que le lleva a otra, ¿Quién es capaz de decir lo que lleva
dentro, lo que siente? Y por ende a una revelación crucial que la desnuda: Me encontré con el oso porque no supe establecer
límites ente el exterior y yo. Natassja se desplazaba por la realidad como
quien se salta las señales de tráfico o se despreocupa de la consecuencia de
sus acciones y reacciones porque solo se preocupa de lo que quiere y necesita,
como un vehículo emocional arrollador que considera que el mundo es un satélite
proveedor de lo que demanda su yo. Ella no era lo otro. Lo otro era su
suministro complaciente, una pantalla que surcar como protagonista.
El acontecimiento oso
conllevó la confrontación con lo demasiado humano y lo demasiado bestial.
Siente el mordisco de la bestia y sufre, con la experiencia de los hospitales,
las inconsistencias e inconsecuencias de los humanos, la violencia de su
negligencia o de su tendencia a la cosificación utilitaria del otro. Hay quien
le indica que el oso no quiso matarla, sino marcarla. Por eso, la califica como
miedka, alguien entre dos mundos. En
principio, se siente a la deriva, como si los contornos se desdibujaran, y
fuera invadida, suplantada. Desorientada,
busca un punto intermedio. Desorientada, cae en las arenas movedizas de las
dualidades imprecisas, pero pronto comprende que son concepciones ilusorias, como
un espejismo que camufla un discernimiento vago. Hace falta a toda costa salir de esta dualidad reversible y mortífera.
No es una cuestión de confrontación entre lo humano y lo bestial. El ser humano
en sí es ya potencialmente una bestia, y la más dañina sobre la Tierra. El
abismo no era la bestia de la naturaleza, encarnada en un oso, sino la bestia
que anidaba en ella, en nosotros, esa bestia en ella con la que mordía la
realidad. La reconcepción o reestructuración del enfoque sobre nuestra relación
con nosotros mismos Implica una metamorfosis que supere el lastre de esa
concepción y más bien vehicule la asunción de nuestra condición como parte de
un todo, de un conjunto. Está vinculada a
un bosque en el que tendrá que sumergirse de nuevo para terminar de sanar por
dentro (…) La belleza de lo que ha sucedido, de lo que me ha sucedido, es que
lo sé todo sin saber ya nada. ¿Voy a percibir cómo las patas de las aves se
posan en la tierra? ¿El susurro de sus alas a lo lejos, la textura de su
respiración? El desarrollo de la civilización nos ha conducido a la
alienación, a la perdida de conexión con lo natural, a la distracción en fugas
que son espitas también ilusorias o insuficientes, al cautiverio permitido
entre casillas y cuadrículas de pantallas, extensiones y rutinas. Nos hemos
estancado, preferimos la comodidad de la aparente certeza. No buscamos
tránsitos ni soñamos con regresos, porque no somos conscientes siquiera de que
necesitamos regresar a una relación con la realidad en la que un oso como un
ser humano no son el símbolo de lo opuesto sino componentes de un conjunto.
Natassja Martin comienza con una cita de Empédocles, el fragmento 117 de Sobre la naturaleza: Yo ya he sido antes un muchacho y una
muchacha, un arbusto, un pájaro y un
mudo pez de mar. Esa reconcepción, o alteración en la relación con
el mundo, implica habitar una realidad donde
aún no se ha estabilizado nada, donde las fronteras entre los que existen
todavía son indefinidas, donde todo es posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario