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jueves, 25 de noviembre de 2021

Creer en las fieras (Errata naturae), de Natassja Martin

                    

No parezco la misma y sin embargo nunca he estado tan cerca de mi auténtica complexión anímica, que se ha estampado en mi cuerpo con una textura que refleja a la vez un tránsito y un regreso. Natassja Martin miró al abismo, y éste le mordió a él. Un oso mordió su rostro y una de sus piernas. El título de la obra que escribió la escritora francesa, nacida en 1986, Creer en las fieras (Errata naturae), ya indica cuál es el trayecto que realizó tras vivir tal acontecimiento. No sólo vivió una odisea física, la recomposición o el arreglo de su rostro, durante el que sufrió la incompetencia de algunos hospitales, y se vio envuelta en grotescas rivalidades no solo entre los hospitales franceses y rusos sino entre los mismos franceses, mientras peligraba el hueso de su mandíbula, o ignoraba en qué medida podía ser afectada por las baterías. Sintió el desamparo de quien puede perder su condición humana. No solo porque debía asumir que su rostro ya no sería como antes, al quedar desfigurado, sino que podía ser otra cosa, una condición entre medias que era nada y monstruosa, una anomalía entre otra indefinida especie animal y humana. Sobre todo vivió un replanteamiento radical de sí misma. Por eso consideró la vivencia un tránsito que era regreso. Se alteró su perspectiva sobre su relación con la realidad y consigo misma. El oso marca un límite. El acontecimiento <<oso>> y sus consecuencias me exige que renuncie de una vez por todas a la violencia con la que me afianzo en el mundo (…) concluyo que fui a buscar fuera algo que está dentro de mí, el oso es un espejo, el oso es la expresión de otra cosa que no es él, de algo que me concierne.  
Natassja lloró la consciencia de que su vida no sería la misma, como si hubiera sido desgarrada de modo irreparable, pero el mismo proceso de asunción de su semblante desfigurado implicó la confrontación con una concepción errónea de esa nuestra relación con nosotros mismos y los demás. Con la concepción de imagen e identidad, con esa tendencia de nuestra sociedad de proyectar una imagen determinada, noción en la que el rostro es sobre todo máscara de conveniencia. Somos la única criatura preocupada por la imagen que los demás tienen de nosotros. Llevo años recogiendo historias sobre las presencias múltiples que pueden habitar un solo cuerpo para subvertir ese concepto de identidad unívoco, uniforme y unidimensional. Y también tomó consciencia de que utilizamos a los animales como reflejos, lo cual también indica nuestra tendencia a concebir el mundo como un espejo en función nuestra. Por eso, ¿por qué ella utilizaba al oso como metáfora de su conflicto o transición emocional? Pregunta que le lleva a otra, ¿Quién es capaz de decir lo que lleva dentro, lo que siente? Y por ende a una revelación crucial que la desnuda: Me encontré con el oso porque no supe establecer límites ente el exterior y yo. Natassja se desplazaba por la realidad como quien se salta las señales de tráfico o se despreocupa de la consecuencia de sus acciones y reacciones porque solo se preocupa de lo que quiere y necesita, como un vehículo emocional arrollador que considera que el mundo es un satélite proveedor de lo que demanda su yo. Ella no era lo otro. Lo otro era su suministro complaciente, una pantalla que surcar como protagonista. 
El acontecimiento oso conllevó la confrontación con lo demasiado humano y lo demasiado bestial. Siente el mordisco de la bestia y sufre, con la experiencia de los hospitales, las inconsistencias e inconsecuencias de los humanos, la violencia de su negligencia o de su tendencia a la cosificación utilitaria del otro. Hay quien le indica que el oso no quiso matarla, sino marcarla. Por eso, la califica como miedka, alguien entre dos mundos. En principio, se siente a la deriva, como si los contornos se desdibujaran, y fuera invadida, suplantada.  Desorientada, busca un punto intermedio. Desorientada, cae en las arenas movedizas de las dualidades imprecisas, pero pronto comprende que son concepciones ilusorias, como un espejismo que camufla un discernimiento vago. Hace falta a toda costa salir de esta dualidad reversible y mortífera. No es una cuestión de confrontación entre lo humano y lo bestial. El ser humano en sí es ya potencialmente una bestia, y la más dañina sobre la Tierra. El abismo no era la bestia de la naturaleza, encarnada en un oso, sino la bestia que anidaba en ella, en nosotros, esa bestia en ella con la que mordía la realidad. La reconcepción o reestructuración del enfoque sobre nuestra relación con nosotros mismos Implica una metamorfosis que supere el lastre de esa concepción y más bien vehicule la asunción de nuestra condición como parte de un todo, de un conjunto. Está vinculada a un bosque en el que tendrá que sumergirse de nuevo para terminar de sanar por dentro (…) La belleza de lo que ha sucedido, de lo que me ha sucedido, es que lo sé todo sin saber ya nada. ¿Voy a percibir cómo las patas de las aves se posan en la tierra? ¿El susurro de sus alas a lo lejos, la textura de su respiración? El desarrollo de la civilización nos ha conducido a la alienación, a la perdida de conexión con lo natural, a la distracción en fugas que son espitas también ilusorias o insuficientes, al cautiverio permitido entre casillas y cuadrículas de pantallas, extensiones y rutinas. Nos hemos estancado, preferimos la comodidad de la aparente certeza. No buscamos tránsitos ni soñamos con regresos, porque no somos conscientes siquiera de que necesitamos regresar a una relación con la realidad en la que un oso como un ser humano no son el símbolo de lo opuesto sino componentes de un conjunto. Natassja Martin comienza con una cita de Empédocles, el fragmento 117 de Sobre la naturaleza: Yo ya he sido antes un muchacho y una muchacha, un arbusto, un pájaro y un  mudo pez de mar. Esa reconcepción, o alteración en la relación con el mundo, implica habitar una realidad donde aún no se ha estabilizado nada, donde las fronteras entre los que existen todavía son indefinidas, donde todo es posible.

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