Intentas ajustar la vida a unos patrones, como un sastre,
pero todo plan, todo cálculo, se puede ver desmantelado por los imprevistos, en
forma de volubilidad o ingobernabilidad
de emociones y deseos. Por mucho que quieras escribir, como si fuera un guion,
tu realidad, las brechas irrumpen para desestabilizar todo intento de
establecer cimientos de predictibilidad. En ocasiones, el caos y el orden
conviven en un mismo cuerpo. En Caníbal
(2013), Carlos (Antonio de la Torre) es un sastre, pura meticulosidad,
organización y medida. A la vez, es caníbal, un hábito que no parece armonizar
con la mesura de las formas sociales. Pero realiza tanto una actividad como
otra con la misma impávida eficiencia. No hay desbocamiento ya que la actividad
anómala la realiza para satisfacer sus gustos culinarios. El deseo y el
sentimiento irrumpen, doblemente, para intentar desestabilizar su paradójico
orden de patrones de conducta, en forma de dos gemelas, como él es dos que
parecen opuestos pero conviven armónicamente. En El autor (2017), Alvaro (Javier Gutierrez) un hombre que se ha
visto abandonado por su esposa, escritora de best sellers, como si él fuera una
historia prescindible, decide convertirse en escritor, pero no solo sobre el
papel, sino en la misma realidad; sus vecinos serán los personajes que quiera
manipular como si pudiera determinar, escribir, su realidad. Ficción y realidad
se enmarañan, personajes y seres reales difuminan sus límites en la mente de
quien quiere controlar los patrones del orden de la realidad.
En La hija (2021), tres cuerpos protagonizan el conflicto, en el que dos cuerpos disputan una criatura por nacer que se convierte, además, en pulso por controlar la configuración del escenario de realidad. Javier (Javier Gutierrez) y Adela (Patricia López Arnaiz) urden un plan para poder tener el hijo que no pueden tener por imposibilidades biológicas. Si la vida no provee hay que asaltar la realidad. En principio, las circunstancias parecen favorables, ya que Irene (Irene Virguez), una chica de quince años que reside en el centro de menores infractores donde imparte clases Javier, acepta el intercambio de su bebé por la libertad ansiada. Pero los planes pueden toparse con el cambio de las decisiones, porque dependen del carrusel oscilante y veleidoso de las emociones. Irene echa de menos a quien la dejó embarazada, recluso en prisión. No contempla las cautelas porque los sentimientos y deseos la desbordan. Abre brechas en la celda que es fortaleza. Sus apetencias superan a los propósitos, pero también estos se modificarán cuando los sentimientos tomen el mando, y decidan que las prioridades no son las mismas que antes se consideraba. El rechazo al bebé puede convertirse, en poco tiempo, en deseo de fundar un propio hogar. El orden que Javier y Adela pretendían apuntalar con los cálculos de su plan se verán desestabilizados por el caos de las emociones volubles. Y dos hogares en proyecto entrarán en colisión.
El estilo de Martín Cuenca se caracteriza por planos de medida simetría y dilatada duración, un sonido casi amortiguado y una ausencia de movimiento cotidiano alrededor de los personajes, como si la realidad solo fuera su particular escenario, su conflicto, su parcela de vida aislada del resto porque para ellos es lo único importante. El mundo alrededor es irrelevante, a no ser que se convierta en amenaza, como en la dilatada secuencia en la que el policía recorre la casa golpeando las puertas e intentando avistar algo en su interior, buscar una brecha en esa fachada que intuye esconde algo que camufla como a su vez lo hacen las apariencias razonables, aparentemente inocuas, de sus dos habitantes. En La hija el aislamiento resulta espacialmente aún más explícito por el hecho de que Javier y Adela viven en una casa aislada en una zona rural sin rastro de vida humana alrededor. Pero tampoco los planos en el pueblo, donde se encuentra el centro de menores, abundan en movimiento de figuras alrededor. Todo parece definido por la distancia, como si se observaran una serie de placas a través de un microscopio. Cuando irrumpe la muerte, acontece mediante elipsis o en fuera de campo. No se visibiliza el acto; al fin y al cabo, no son vidas sino lo que representan, meros obstáculos a superar para conseguir un propósito. En cierta secuencia, se oyen los disparos mientras varios planos encuadran sucesivamente las estancias del interior vacío de la casa. El objetivo de unos y otros. La configuración del propio hogar. Y para conseguirlo cualquier medio es válido.
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