De piedra y hueso
(Errata naturae), de la escritora francesa Bérengère Cournut (1979), nos
conecta con lo otro. ¿Qué puede haber más opuesto con respecto a nuestra
abrigada (con múltiples filtros y capas protectoras) civilización tecnológica
que la desnudez e intemperie de la vida los inuits, expuestos a los elementos, en
un permanente territorio helado, y a la posibilidad de sufrir las hambrunas, que
pueden ser tan drásticas que se contemple la posibilidad del canibalismo,
incluso de un recién nacido?. De piedra
y hueso nos conecta con los orígenes, con la animalidad que decidimos negar
como si no tuviera que ver con nosotros, mediante una progresiva relación de
desmarque que implica el olvido, la separación de la misma naturaleza, con las
edificaciones y construcciones que nos aíslan y nos hacen sentir que superamos
cualquier limitación y que neutralizamos cualquier vestigio de vulnerabilidad. Los
inuts viven al segundo como si su vida pudiera desaparecer en el siguiente instante.
Los animales son su sustento alimenticio, sean focas, osos, liebres o bueyes
almizcleros, a los que deben matar con sus manos o rudimentarias herramientas,
cara a cara, sin interposiciones, pero también los animales son los otros
integrantes de un mismo entorno, parte de lo mismo. La protagonista, Uqsuralik
dispone del carácter de un oso y la habilidad de un armiño, su hija, Hila, es
un cuervo, pero a su vez su nombre es Cosmos. Y el nombre de su madre, Sauniq,
significa hueso. Materia, animalidad y universo. Un conjunto en el que está conectado
lo pequeño y lo grande, lo singular y lo diverso.
De piedra y hueso también nos conecta con lo arquetípico, el proceso de conocimiento, el crecimiento interior, el paso del tiempo y las edades. Se inicia con la sangre de la primera menstruación de la protagonista y la separación de su familia cuando el hielo les separa al resquebrajarse. La adolescente se encuentra sola en la intemperie de la inmensidad, solo acompañada por una perra y cuatro perros. La perra se convierte en su defensora, con respecto a los machos, y compañera (literalmente) de fatigas. Unos pasajes que pueden recordar los centrales de Alpha (2018), de Albert Hughes, una odisea de supervivencia, de perseverancia y resistencia, del adolescente protagonista para retornar al hogar, en el que será fundamental la armónica colaboración que establece con una loba a la que hiere cuando le ataca con su manada, pero a la que después, en vez de meramente rematar como haría probablemente cualquier otro de su tribu, cura. Esa cura afianza un vínculo entre ambos que va más allá de las respectivas manadas. En De piedra y hueso, perra y humana establecen una alianza que implicará la consecución de la supervivencia hasta el encuentro con otros humanos. Ese primer contacto con otros humanos no solo implica el afianzamiento armónico con congéneres extraños (con los que no hay vínculo de sangre) sino también el padecimiento del daño y abuso. El Viejo no solo mató a su hijo, también envenenó mi existencia. Da igual si es por la fuerza, por la posición económica o por la legitimación de una posición de poder, hay humanos que simplemente quieren imponer su voluntad, aunque sea justificada en su propia amargura o frustración, y no dudan en infligir daño.
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