Kidd encuentra un trozo de historia con el que forjar un vínculo, una niña en medio de la nada. Una niña de origen alemana (Helena Zengel) que ha convivido con los kiowas tras que estos mataran a sus padres, inmigrantes en busca de tierras más baratas. La encuentra junto a un trozo de historia, en forma de cadáver, que habla de los desatinos y las heridas abiertas de una nación en formación (y que aún resuena en el presente como un fleco suelto con filo): el conductor que la trasladaba, negro, ha sido colgado de un árbol. La niña es tanto blanca como india, es Johanna y es Cicanda. Él cabalga entre tierras y hogares de otros, lejano el propio, con una esposa que no ve hace años. No debía ser su responsabilidad, pero la ausencia, por tres meses, del responsable de asuntos indios, determina que Kidd opte por ser quien la traslade a donde viven sus tíos. Una relación entre un adulto y una niña o niño, como en la serie The mandalorian (2019-), creada por Jon Favreau, o la próxima película de Clint Eastwood, Cry macho (2021). Personajes sin vínculo de sangre, y con diferentes orígenes, que forjan y afianzan, durante un desplazamiento, un vínculo paterno filial, el reflejo de un país desorientado, fracturado. Las señas de identidad son irrelevantes, y además, en exceso, determinan contiendas, hostilidades meramente sustentadas en que el otro no dispone de las mismas señas de identidad. La conexión sustancial, empática, no sabe de señas de identidad.
En el transcurso de su viaje Kidd y la niña se enfrentan a la falta de escrúpulos y crueldad (los tres confederados que intentan comprar a la niña para su recreo placentero, y al no encontrar respuesta receptiva, intentarán matar a Kidd), el abuso y la imposición (el empresario que exige que Kidd cuente el relato laudatorio de su persona, pero Kidd optará por revelarse con un relato que evidencia las desigualdades económicas y la insumisión a la imposición: las imposiciones se revelan también en el dominio del relato), los accidentes (la rotura de la carreta cuando se precipite en el vacío), la dependencia de la imprevisibilidad de los elementos (la tormenta de arena). Pero también los imprevistos pueden ser positivos, como la aparición, cuando se disipa la tormenta, de los indios kiowa que les facilitan un caballo. Fern conoce a quienes, como ella, son sombras que intentan dotar de luz a su precariedad, sombras que encuentran en el apoyo mutuo, en el suministro de recursos o de ideas para sobrevivir con sus limitaciones materiales. Trabaja en campos de caravanas, en restaurantes o almacenes. Estaciones de paso, como las relaciones provisionales. Tampoco está exenta de sufrir accidentes, en su caso, una avería grave de su caravana para la que necesitará apoyo financiero de otros.
En la anterior obra de Zhao, The rider (2017), un cowboy, por un grave lance en una competición rodeo, se veía imposibilitado de cabalgar de nuevo, a no ser que quisiera perder su vida. También perdía por dos veces a su caballo. En la vida puedes perder, pero incluso los hay que pueden perder mucho (no puedes imaginar que puedes perder tanto, como se decía en aquella notable obra). Como Fern, o como Johanna que también se llama Cicanda. Kidd tomará consciencia de que él mismo había propiciado lo que había perdido, por la distancia que había interpuesto con su esposa, quien, al volver Kidd a su ciudad, se entera que murió por el cólera cinco años atrás. Fern siente que su hogar es el mismo desplazamiento. Siente la conexión, la sensación de residencia, en la naturaleza, cuando se baña en las aguas de un lago. Pero siente que no es su hogar el de David (David Strathairn), el amigo que le propone que se quede en su residencia, como refleja la sucesión de planos de espacios vacíos, o con ella contemplando ese vacío que no siente como su propio hogar, con su figura en primera plano, como una sombra estática. Siente atracción por David, pero la añoranza de su marido fallecido es más poderosa. Su destino es el desplazamiento entre estaciones de paso que son trabajos temporales, entre desiertos que reflejan la desnuda entraña de un país que ha sembrado intemperie con su virulento modelo económico. Visita el hogar que no fue, el que abandonó, el que perdió, lo cruza como un espacio vacío que es, y sale al exterior, y desaparece, como una figura cuyo hogar es el propio desplazamiento errante y provisional en el que se ha convertido su vida. El capitán kidd encuentra en la chica un hogar ambulante. Ella no es blanca ni india. Su familia no es la que la ata porque no sabe qué hacer con ella, sino que la siente más bien un incordio, sino ese hombre con el que ha sentido una sintonía, y al que asistirá en sus lecturas de noticias que son representaciones o relatos con los que hacer sentir que en la vida puede haber acontecimientos, no solo perdidas. Los relatos nutren con la savia de lo posible.
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